05 agosto 2013

01-08-13 Un nuevo país: Swazilandia.


Al amanecer nos encontramos con el siguiente espectáculo. El coche helado y la hierba con escarcha. Sí señores, en África se puede pasar frío. Nuestra anfitriona, Colette, nos puso un rico y casero desayuno basado en cocktail de frutas, huevos fritos, tostadas, té… a las salchichas renuncié, que me estoy cuidando…


Montamos en el coche, que marcaba 0º, y a cruzar la frontera, que estaba a 30 km. Ya nos lo avisó el granjero, que según nos fuéramos acercando a Swazi, al ir descendiendo de las montañas, el termómetro empezaría a subir. Y así fue. También nos aconsejó llenar el depósito en Swazi, que allí es más barato. Cruzamos la frontera sin problemas, en un cuarto de hora ya estábamos al otro lado. Nuestro siguiente destino era el Parque Nacional de Hlane. Llegamos allí con toda la calma, como a las 12, y tras hacer el check in en la recepción y dejar las maletas, nos dirigimos a nuestro primer paseo en coche.
A Swazi habíamos venido a una cosa, principalmente, y era a ver rinocerontes blancos. Y vimos rinocerontes blancos. Bastantes, y bastante cerca. El parque en sí es realmente pequeño. En el plano que nos dieron en recepción venían las distancias, dos por dos km. Así que si quieres, en media hora lo tienes hecho. Pero nada más salir el campamento, a 100 m. aparecieron los primeros rinos. Contamos como ocho, relativamente juntos. 




Seguimos un poquito más adelante por el camino y seguimos viendo impalas y algún que otro kudu y más antílopes que no sabíamos lo que eran. 

Hasta que llegó un momento que sin darnos cuenta acabamos a diez metros de unos elefantes, escondidos tras unos arbustos, a la orilla del camino. En cuanto nos acercamos la madre empezó a mover la cabeza y a venir hacia nosotros, despacio, pero hacia nosotros. Así que no quedó otra que dar marcha atrás, por un camino de tierra en el que solo cabe un coche, y por las roderas, y esperar. Esperamos y esperamos, diez minutos, y lo volvimos a intentar, y nada, se repitió la historia, elefanta moviendo la cabeza, nosotros hacia atrás, y a volver a esperar. Ya creíamos que estaba solucionado el tema cuando aparece un tractor por el medio del camino, con trabajadores del parque llevando leña, que pasan sin ninguna contemplación junto a los elefantes. Pero a estos les salió el macho grande, andando tras ellos un rato en el camino, así que optamos por dar media vuelta y volver por donde habíamos venido. Tomamos una ruta alternativa, yo deseando no volver a ver elefantes pues tengo que confesar que sí, me dan miedo. Me dan más miedo que ningún otro animal. Te pegan un tarantantán que te espabilan.
Como el parque ya digo que no daba para más, después de dar la vuelta en coche nos dedicamos a comer tranquilamente, relajarnos, y sentarnos en unos bancos frente a una charca, justo al lado del campamento. Nada más llegar, otra impresión. Dos rinos realmente cerca, sesteando a su bola. Allí estuvimos viendo como si fuera un documental, que se nos pasó el tiempo en nada. 




La cena tipo buffet, a las siete, con una comida casera y riquísima: quiche de queso, filete de impala, pollo con verduras, ensaladas… Y de postre tarta de manzana con amarula. Me puse las botas. 
Nos invitaron a ver las danzas tribales al calor de la hoguera, pero cuando pasamos no había nadie, no habían empezado, así que nos fuimos para nuestra cabaña, en la que por cierto, no había luz. No en la nuestra, sino que en este campamento no hay luz eléctrica. Ya te lo avisan. Así que a alumbrarnos con quinqués. Y a dormir pronto, que al día siguiente teníamos que madrugar para una buena experiencia. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario