05 noviembre 2016

19-08-16. Despedida de Birmania… o no…



Como digo era nuestro último día en Birmania, pero todavía nos quedaban bastantes cosas por hacer. Teníamos el vuelo a la 1:50 de la noche, nuestra intención era estar en el aeropuerto sobre las 22:00, así que nos sobraba tiempo. No habíamos reservado habitación para esa noche ya que estaríamos volando, pero como Adela andaba delicada del estómago no era plan de estar por la calle todo el día, así que hablé con recepción y alargamos la estancia una noche más, para poder echarnos una siesta tranquilamente. Así no hacía falta dejar la habitación a las doce. Curiosamente me cobraron más por esta noche reservada con ellos in situ que por las reservadas a través de internet. Una vez resuelto este tema nos volvimos a acercar de nuevo al mercado de Bogyoke, ahora sí que para hacer las últimas compras. El mercado está bastante bien y es bastante completo. Vimos cosas que hasta ese momento no habíamos visto en el resto del país, pero igualmente no tienen de todo. Los famosos cuadros de arena no los vimos, y así más cosas.
Este rato Adela estuvo bastante decente, pero tras las compras nos acercamos al hotel para que descansara y no forzara la máquina, de cara al vuelo nocturno. Una vez allí yo salí otra vez a callejear por algunos lugares que faltaban .Me acerqué andando a la pagoda de Botataung, que quedaba donde Cristo dio las tres voces y bajo un sol de justicia. Por el camino fui pasando por distintas dependencias gubernamentales, con su encanto agradablemente decadente, como el departamento de aduanas o el ministerio de agricultura. También pasé junto al famoso hotel Strand, pero se encontraba en pleno proceso de renovación. Una vez en la pagoda me intentaron cobrar de entrada 6000 kyats, así que desistí de la visita. Desde fuera se veía prácticamente todo.




En todo este recorrido de unos tres kilómetros que me llevó tres cuartos de hora no me encontré con ningún otro occidental. Continué callejeando hasta llegar de nuevo a la pagoda Sule, junto a la cual comí en un restaurante de comida rápida de tipo japonés. Ya desde aquí me fui al hotel, a echar una pequeña siesta, hacer las maletas y prepararme para el plato fuerte del día. Efectivamente, como me gusta hacer, habíamos dejado lo mejor para el final. Todavía nos faltaba la visita a la gran pagoda de Shwedagon, la cual quería hacer con la puesta de sol. El hotel nos pidió un taxi, y a pesar de que salimos con tiempo, de nuevo el caos circulatorio de Yangon hizo que llegásemos bastante justos. Mientras estábamos de camino en el taxi me llega un mensaje de Emirates al móvil diciendo que nuestro vuelo se retrasa desde la 1:50… hasta las 14:30. Más de doce horas de retraso. Qué hace uno en estos casos? Pues aguantarse y dar las gracias por haber reservado habitación para la noche, ya que íbamos a aprovecharla entera. Una vez en la pagoda nos hicieron entrar por la puerta de turistas, donde hay que dejar el calzado, pagar 8.000 kyats cada uno, y por primera vez en todo el viaje, reconvenirme por llevar pantalones cortos. Me dijeron que me los bajara un poco, para que me taparan las rodillas, así que me aflojé un poco el cinto y ya. Cuando estuve dentro ya me los volví a subir, que no me gusta ir con los gayumbos al aire como hacen los modernos, y nadie me volvió a decir nada.
Quizás exagere un poco si digo que la visita a la pagoda de Shwedagon, por si sola, ya justifica la visita a Myanmar. Pero solo exagero un poco. Y mucho mejor si la visita se hace de noche. Ya digo que pillamos la puesta de sol por los pelos, por lo que no nos pudimos hacer una idea completa de cómo tiene que ser de día, y que a estas alturas del viaje teníamos que estar hasta el moño de tanta pagoda. Pues aún así, para mí, junto con Kakku y Bagan, lo mejor del viaje.
Disfrutamos a placer, tanto que Adela se emocionó. Como no teníamos ninguna prisa estuvimos lo que quisimos.








Allí mismo, tras regatear un poco, cogimos un taxi de vuelta al hotel, con quien quedamos para que al día siguiente nos acercara al aeropuerto, con tiempo suficiente.
El sábado nos levantamos pronto y nos acercamos a un mercado que había cerca del hotel para gastar las últimas perras. A las diez salíamos del hotel camino al aeropuerto, donde llegamos tras la tradicional hora de rigor. El aeropuerto es nuevo nuevo, con bastantes zonas en obras y sin abrir, sin tiendas de souvenirs donde gastar el dinero. En facturación nos dieron los billetes para Dubai, y luego para Madrid, pero el vuelo para Madrid nos lo dieron en el segundo del día. Intenté cambiarlo sin éxito al primero, ya que con ese segundo vuelo no tenía manera de llegar a casa para trabajar al día siguiente. Me dijo el supervisor que ellos no lo podían cambiar, pero que lo intentara en Dubai, donde nos tocaba hacer otra noche no prevista. También nos dieron un vale para una comida en el aeropuerto de Dubai. Les pregunté por el hotel y me dijeron que también en Dubai lo tendrían preparado.
Al final gastamos el dinero en un restaurante de comida japonesa, pidiendo dos ramen que nos supieron a gloria. Porque además nuestro vuelo llevaba una nueva hora de retraso. Mientras estábamos esperando el embarque nos llamaron por los altavoces, y nos dieron la agradable sorpresa de que nos cambiaban a business. No nos pudo pillar en mejor momento, ya que Adela seguía bastante fastidiada y de esta manera pudo viajar totalmente tumbada en este vuelo. Lo malo es que no nos dieron prácticamente nada de comer, ya que como era un vuelo que debería haber salido a la 1:50, de cattering solamente tenía previsto un desayuno ligero.
A la llegada a Dubai, en conexiones tenían ya preparado el bono de nuestro hotel. La chica que nos tocó fue muy amable y también consiguió cambiarnos al primer vuelo de la mañana, a las 7:30. Una vez conocida la hora de llegada y gracias a la aplicación de Renfe pude reservar tren para volver a casa. El personal del hotel no pudo ser más desagradable. Como si yo estuviera allí por mi voluntad. A la fuerza me tenían que poner el despertador a la hora que ellos dijeran. Era como hablar con una pared. Al final le dije, vale, tú haz lo que quieras que ya haré yo lo que me dé la gana. En cuanto llegué a la habitación desenchufé el teléfono y se acabó despertador.
Aproveché para tomar una cerveza con Alfonso, mientras Adela descansaba en la habitación. A la mañana siguiente, con tiempo más que de sobra gastamos en el aeropuerto el bono de comidas que nos habían dado en Yangon, ya que el restaurante del hotel no abría tan pronto. Y sin más llegamos a casa, 24 horas más tarde de lo previsto, en un caos de desorganización aérea que espero no se repita, pero que no consiguió estropearnos el viaje.

04 noviembre 2016

18-08-16. La excursión fallida a Bago.



Como teníamos que estar a las siete y media en la estación de trenes nos tocó salir pronto del hotel. Pese a haber estado el día anterior no supe calcular muy bien la distancia, así que al final llegamos pillados de tiempo. La gente nos metía prisa, pero el taquillero se lo tomaba con toda la calma del mundo. Nos pidió los pasaportes para anotar nuestro nombre en el billete, lo que hizo con toda la parsimonia, y cogimos dos asientos en preferente por el equivalente a un euro. Además a Adela le había empezado a doler el estómago y tuvo que ir baño antes de salir el tren. Al final nos tocó correr, pero todo el mundo se portó fenomenal, indicando por dónde teníamos que ir. Incluso creo que el tren nos esperó un par de minutos, ya que fue montar nosotros y arrancar.
Los asientos de preferente tenían mullido, en cambio los locales eran bancos corridos de madera, con una pinta de que se te clavaban en los huesos que pa qué… A los diez minutos de salir nos paramos en mitad de la nada, no sabemos muy bien a qué, pero luego continuamos la marcha. Tardamos unas dos horas en recorrer los ochenta kilómetros que separan Yangon de Bago, con apenas un par de paradas por el camino. El recorrido me pareció espectacular. Pudimos disfrutar de unos paisajes chulísimos por lo que es la Birmania rural que hasta ahora no habíamos visto. Adela, a pesar de que su dolor de estómago iba en aumento, también disfrutó.




Cuando llegamos a Bago, el plan era coger un taxi que nos acercara a los principales monumentos, y en la misma estación ya tuvimos voluntarios. Pero el dolor de estómago de Adela había ido en aumento, así que decidimos volvernos directamente en taxi a Yangon. Por el precio de 40.000, que no quisimos ni regatear, nos llevaron de vuelta. El camino nos llevó lo mismo que a la ida, unas dos horas. Yo pensaba que el coche sería más rápido, pero no contaba con el tráfico infernal de Yangon, que desde que entramos hasta el hotel tardamos lo mismo que el día anterior desde el aeropuerto, una hora.
Mientras Adela se quedaba en el hotel a reponerse yo me acerqué de nuevo al mercado de Bogyoke, callejeando, a la oficina de correos que hay allí, para poder mandar unas postales. Me costó bastante encontrarlo, pero gracias a la ayuda de un cambista di con el sitio. La señora de correos fue también muy amable y sonriente. Al contrario de lo que pudiera parecer las mayores muestras de amabilidad, esas que caracterizan a los birmanos, las encontramos en Yangon. Parece que por ser una gran capital la gente estaría algo más deshumanizada, iría más a su rollo, pero al revés. Después de comer volví al hotel, a ver qué tal iba Adela. El día se acabó aquí. Empezó a caer tal tromba de agua, que duró toda la tarde, que hizo imposible salir. Además Adela no estaba para muchos trotes, estuvo descansando todo el día. La cena en el hotel fue cara, pero tampoco tenía ganas de salir con la que estaba cayendo. Ya solo nos quedaba nuestro último día en Birmania.

03 noviembre 2016

17-08-16. Y volvemos a Yangon.



Dos días antes nos habían avisado de que nos cambiaban la hora del vuelo, nos lo habían adelantado veinte minutos, a las 10:05, así que a las ocho salíamos, en un taxi proporcionado por el hotel, hacia el aeropuerto. Allí las cosas están muy bien organizadas. Incluso tenemos la sorpresa de que nos devuelven 2.000 kyats a cada uno, no entiendo muy bien por qué. El vuelo se desarrolla sin incidentes y a la llegada a Yangon se produce el consiguiente jaleo a la hora de recoger las maletas, ya que las dejan simplemente en la puerta de la terminal y se agolpa todo el mundo como posesos. Además, si coincide la llegada de varios vuelos, se monta una buena. Nosotros tuvimos que quedarnos hasta el final del todo, ya que nos volvieron a obligar a facturar el paraguas.
A la salida de la terminal ya nos esperaban los taxis perfectamente organizados. Nos cobraron la tarifa estándar de 10.000. Según nos acercábamos al centro pudimos comprobar el caos circulatorio que reina en Yangon. Una hora tardamos en llegar al hotel, el Grand United Chinatown, situado, como su propio nombre indica, en pleno barrio chino. Tras tomar posesión de la habitación y preguntar en recepción a qué hora cerraban el mercado nos lanzamos a las calles.



Yangon es una saturación constante para los sentidos. Habíamos estado tan tranquilos en Bagan, en el lago Inle, incluso en Mandalay. Pero al llegar a Yangon es como si te dieran una bofetada. Por un lado el calor y la humedad, mayor que en otros sitios, por otro lado el tráfico intenso que te hacía estar constantemente en alerta. También la aglomeración de gente, las aceras llenas, sin apenas sitio para pasear, que nos hacía salir a la calzada la mayor parte del tiempo. Y por último, los olores, no desagradables (la mayor parte de las veces), pero sí muy intensos. Las calles son un gran mercadillo, en la zona donde estábamos nosotros sobre todo de fruta. Me llamó la atención el gran número de puestos de durián, esa fruta que está prohibida llevar en el metro en Singapur por su fuerte olor (a mí me huele a mierda, pero Adela, tan sensible a los olores, no lo encontró especialmente desagradable).
En primer lugar, tras observar desde el exterior la pagoda Sule, a diez minutos andando del hotel, nos acercamos a comer al Gekko, un restaurante de comida japonesa que tenía buenas críticas en TripAdvisor. Nos resultó bastante caro para lo que es el país, pero la cerveza, bien fría, nos supo a gloria con el bochorno que estaba cayendo.
Desde aquí nos acercamos andando a la estación de trenes, a preparar la excursión del día siguiente a Bago. Nos tocó dar toda la vuelta a la manzana porque no encontrábamos la entrada. Después de pasarnos de ventanilla en ventanilla tres veces, nos dijeron que no hacía falta comprar los billetes con antelación, que el mismo día valía. Había horarios a las seis, a las siete y a las ocho de la mañana. Para el de las ocho, con estar a las siete y media a comprar las entradas, nos dijo que valía. Con este trámite hecho y con tiempo suficiente ya fuimos a la visita grande de la tarde: el mercado de Bogyoke, relativamente cerca de la estación. Bueno, lo de con tiempo suficiente fue lo que nos imaginábamos nosotros. La chica de la recepción nos había dicho mal los horarios y a las cuatro y media muchas tiendas ya estaban cerrando, así que dimos una vuelta rápida para hacernos una idea de las cosas que había, con la intención de volver otro día con más calma. A las cinco estaba todo cerrado. Casi lo único que pudimos comprar fueron unos imanes.
Ahora ya sí que pasamos por la pagoda Sule, donde nos cobraron entrada. Nos gustó bastante a pesar del barullo que había por el tráfico.




Desde aquí nos retiramos a nuestros aposentos. El calor y el bochorno nos habían dejado bastante cansados y necesitábamos recuperar fuerzas. Además ya era casi de noche. Tras un rato de reposo en el hotel solo nos quedaba cenar, lo que hicimos en un restaurante cercano el B2O Café, pegado al templo chino. Bastante bien. Y lo que más nos llamó la atención: todo el caos del día, tanto de tráfico como de personas y puestos en la calle se había transformado en una ciudad casi desierta. Nos recogimos pronto que al día siguiente tocaba madrugar.

02 noviembre 2016

16-08-16. Tercer día en Bagan.



Lo primero el listado de los templos:
Gubyauk gyi (repe) (pinturas)
Manuha (repe)
Nan paya (tallas piedra)
Abeyadana (pinturas)
Soe Min Gyi Kyaung (se sube arriba)
Cuando llegamos a por las motos, la señora nos dice que le paguemos.
- Pero si te habíamos pagado ayer!
- No, no, ayer solo me pagasteis ayer, y hoy me tenéis que pagar hoy.
- No, no, no, ayer te pagamos los dos días, que te di dos billetes de diez y tú me devolviste cuatro de uno.
- Cómo? Repítelo…
- Sí, sí, que te di dos billetes de diez y tú me devolviste cuatro de uno.
- Ah, sí, perdón, perdón, perdón. Ahora recuerdo…
Sinceramente creo que no había ninguna mala fe por parte de la señora, así que después de aclarado este malentendido este último día nos lo tomamos con bastante más calma. No es que estuviésemos saturados, pero saboreamos más los que visitamos. Además apenas nos quedaban sitios programados sin ver. Me gustó especialmente el Nan Paya, por las tallas de piedra que no vimos en ningún otro sitio.



También nos gustó el Soe Min Gyi Kyaung, al lado de la pagoda del mismo nombre, no tanto por el edificio en sí, que no aporta demasiado, sino porque puedes subir y disfrutar de buenas vistas.
De aquí nos acercamos a comer a Nyaung U, y repetimos en el Bibo, que tanto nos había gustado el primer día.


La tarde nos la tomamos de relax. Primero nos acercamos al mercado de Nyaung U, que no conocíamos. Estuvimos dando una vuelta por los puestos, donde vimos lo que ya tantas veces nos habían intentado vender. No obstante siempre se encuentra algo nuevo, y alguna compra hicimos.
Luego ya se nos había hecho la hora de ir a recoger las camisas que Adela había encargado. Está justo al lado del mercado. La señora lo tenía todo preparado, le había quedado fenomenal (y tirado de precio), así que Adela estaba tan contenta.
Durante todo el camino había estado amenazando tormenta y no nos quisimos arriesgar a lanzarnos de nuevo a los caminos, así que intentamos de nuevo lo del masaje en un sitio que habíamos visto en la carretera de Nyaung U a Bagan. Yo pedí un masaje de pies y Adela uno de cara. Cuando empieza el masajista a hacerme la misma rutina que la chica de Monywa, y en previsión de un malentendido, le digo: oye, masaje de pies. Sólo de pies? Sí, solo de pies. Bueno, pues empieza otra vez, y no sé yo qué problema hubo esta vez, pero no se consiguió. Empezó por los gemelos, una y otra vez, una y otra vez, que al principio daba gustito, pero cuando te lo ha hecho veinte veces ya está la zona irritada y ya no mola. Luego pasó al cuello, lo mismo. Yo pensaba, bueno, ahora vendrán los pies. Nada, se me subió encima, paseando por mis piernas arriba y abajo… Y de pronto me dice, ya está. Había pedido un masaje de pies de una hora y me dan uno de cuarenta minutos de todo menos de pies. Mientras esperaba que acabase Adela sopesaba mis alternativas: o decirles algo, para desahogarme, para que no se quedasen conmigo, o simplemente pagar e irme, que fue lo que hice un poco cansado ya de tantas “confusiones”. Lo de que lo mejor de Birmania son sus gentes, sin duda es verdad, pero yo he tenido, no una ni dos, más de media docena de experiencias de decir, o se están quedando conmigo o les da todo lo mismo. Quizá estoy demasiado condicionado por las continuas llamadas para el equipaje y las largas una y otra vez, pero esperaba otra cosa. Menos mal que Adela salió superencantada del suyo, que como siempre me compensa verle tan contenta.
Mientras estábamos en el masaje había caído una buena, pero seguía amenazando tormenta, no íbamos a poder disfrutar de una buena puesta de sol, así que nos volvimos para el hotel a empaquetar todas las compras y preparar las maletas para el vuelo del día siguiente. Aproveché también para darme el último chapuzón en la piscina.
Para cenar nos acercamos a uno llamado Bagan Zay, situado también en la calle de los restaurantes. Esto no lo he contado nunca en ningún diario, pero no suelo ser muy exquisito a la hora de comer. Como es lógico hay cosas que me gustan más y cosas que me gustan menos. Pero solamente hay una cosa que no puedo comer, y es el pepino. Y es una pena, porque seguro que el de estos sitios tiene que estar riquísimo. Mi amigo Fernando seguro que recuerda alguna anécdota divertida con esto. De modo que cuando pido algo, me aseguro de que entre los ingredientes no haya pepino. Pues bien, Adela se pide un sándwich, que no tenía pepino, y yo una fajita. Cuando traen el sándwich a Adela viene con pepino. Llamo a la camarera, y le digo, por si acaso, que en mi fajita no pongan pepino. Ah!, No quiere pepino? Pues no, no está en los ingredientes y no quiero pepino. Si estoy contando esto ya os podéis imaginar el final de la historia. Efectivamente en mi fajita apareció pepino. Igual le doy demasiada importancia a cosas que no la tienen, pero es como lo del masaje. Pido un masaje de pies y hacen lo que les da la gana. Pido una comida que no tenga pepino y al final aparece… Luego la camarera me pedía disculpas, pero, hombre, ya te avisé que no lo pusieras…
Menos mal que a la hora de comer había descubierto una heladería nueva, casi recién estrenada, así que hacia allí nos fuimos, a por un helado de chocolate que estaba riquísimo.

01 noviembre 2016

15-08-16. Segundo día en Bagan.



Aquí pongo el listado de los templos que vimos.
Upali thein
Kheminga
Eim ya kyaung nga myet hna (5 puertas)
Pueblito
Ananda
Mahabodi
Myet Taw Pyay Phaya
Mimalaung Kyaung
Descanso comida
Tha Kya Hi Paya (subir arriba)
Tha Gyar Pone Phaya
Min O Chanta
Sulimani
Pyathada (atardecer)
Tras el buen desayuno que nos brinda el hotel comenzamos la aventura. Recogemos la moto eléctrica y lo primero es darme un pequeño paseíto calle arriba calle abajo un par de veces para irle cogiendo el truquillo. Tras ver que aquello no tiene mucho misterio ya me atrevo con el pasajero. Con el gps del móvil en marcha nos ponemos en camino. Al principio me tengo que ir parando, orillándome en la carretera, cada 500 m. para ir comprobando el gps, si voy bien o no. Y eso que es una línea recta, pero no me fío de mí. Los dos primeros templos fueron una desilusión. Con todo lo que me costó llegar a ellos y resulta que ya los habíamos visto el día anterior y no los había tachado de la lista. Adela me decía, creo que aquí ya hemos estado. Y yo, no, no, es nuevo… Pero cuando los vendedores nos empezaron a decir, hola otra vez, ayer estuviste aquí… pude comprobar una vez más que la realidad es muy tozuda.



He de decir que hay que distinguir entre caminos asfaltados, caminos de tierra y caminos de arena, que no es lo mismo tierra que arena. Los de arena son los más chungos y hay que tener cuidado para que la moto no se desmadre. Más de una vez que hizo un extraño que tuve que echar pie a tierra (o a arena). Pero como vas muy despacio no hay problema. También pude ver cómo algunos descerebrados echaban carreras entre ellos con las motos, que se te cruza un niño, o una cabra o una vaca, y la has mangado.
En la búsqueda de una de las pagodas (que no llegamos a encontrar) acabamos en un pueblito por el que estuvimos zancasdileando entre sus calles, viendo cómo vive la gente. Fue un rato muy agradable que nos sirvió para ponernos un poco en contacto con la Birmania rural que no habíamos llegado a ver, y desconectar un rato de tanta pagoda.
Después fuimos al templo Ananda, uno de los grandes, donde aprovechamos para comprar un montón de regalos a bastante buen precio.


Tras otro par de visitas nos acercamos al hotel a dejar todas las compras y aproveché para darme un bañito. Mientras estaba en el agua cayó una tormenta de ponerse el cielo negro del todo, que daba miedo, pero en la piscina estaba tan a gusto. Como seguía cayendo aprovechamos para comer en el propio hotel, un poquito más caro de lo normal pero sin ser exagerado. La pizza estaba riquísima. Luego nos echamos una breve siesta antes de seguir recorrido.
El primer templo de la tarde nos reservaba la agradable sorpresa de que se podía subir a la parte superior. Claro, luego nos vimos un poco obligados a comprarle uno de los cuadros de arena que vendía, pero fue realmente amable y nada pesado.


Seguimos nuestro recorrido por los templos hasta que se iba acercando el atardecer. Para verle tenía anotado el Pyathada, en medio de la nada, y aunque cuando llegamos había bastante gente, nada que ver con el día anterior. Como además aquí la terraza es muy amplia admite un montón de visitantes. Nos encontramos con una excursión de chavales que no pararon de hacerse fotos con Adela, todo simpáticos.




La tarde estaba bastante nublada, así que no nos quedamos hasta el final de la puesta de sol, ya que no la íbamos a ver entera. Además habíamos quedado a las siete en el masaje, y andábamos justos de tiempo. Así fue, entre que al salir de la pagoda los caminos eran de arena y teníamos que ir con cuidado, y que fuimos al hotel a darnos una ducha rápida para no aparecer con todo el polvo del día encima, llegamos a las siete y dos minutos. Al vernos llegar los chicos nos dicen que está cerrado. Yo no daba crédito. Pero si ayer vinimos y nos dijisteis que hoy a las siete, que cerrabais a las ocho… No, pues está cerrado. Para lo bueno y para lo malo, se nota que esta gente está a años luz del trato al turista. Así que nos fuimos al hotel de nuevo a descansar hasta la hora de la cena, que repetimos en el sitio del primer día, el Weather Spoons que tanto nos había gustado.