02 enero 2012

29-07-2010 Teotihuacan

Después de desayunar nos dirigimos a la estación para coger (allí es tomar) el autobús que nos llevara a Teotihuacan (35 pesos la ida, y otros 35 la vuelta). Llegamos pronto a la estación, para asegurarnos que cogíamos el horario que nos interesaba. Habíamos leído bastante sobre los autobuses mejicanos, que si de lujo, de primera… Todas muy buenas críticas. Y la verdad es que se responden a la realidad en todos los casos que nosotros conocimos. Todos superlimpios, todos supercómodos… Todos, menos este, que olía a chotuno que tiraba p’atrás…
De todas formas el camino hasta llegar a las pirámides es muy cómodo, y vas viendo los barrios del DF según vas saliendo, cómo se ocupan todas las colinas, las casitas de colores… Me gustó el viaje.
Otra cosa que sorprende de los sitios turísticos, yacimientos o como lo llames, en México, es que los vendedores de artesanías, además de en las entradas/salidas, con sus tenderetes, están también dentro de los recintos.
Teotihuacan nos gustó mucho (entrada 51 pesos). El recinto tiene una entrada, pero tres o cuatro salidas. Primero vimos la zona de la pirámide de Tlaloc y Quetzalcoatl, situada de frente según entras.



La pirámide del Sol es impresionante. No en vano es la tercera más grande del mundo. Cuando estuvimos  nosotros se podía subir hasta arriba, y allá que fuimos. Yo pensaba que se iba a hacer más duro, pero me pareció asequible. Está bien organizado, con un camino de subida y otro de bajada para que no haya problemas. Y las vistas desde arriba, espectaculares.


Luego, en la pirámide de la Luna, no te dejan subir hasta arriba. Está un poco peor conservada y no me extraña que no lo permitan, porque las escaleras están bastante escarpadas (aunque es una pena para intrépidos aventureros como yo). Desde allí se ve una bonita perspectiva de la Calzada de los Muertos. También vimos el templo de los Jaguares. 




Y por supuesto los puestos de artesanías. Compramos, después de mucho regatear, y subir, bajar, irse, venirse, perseguirnos, perseguirle, una figura de obsidiana dorada (en México aprendimos que hay cuatro tipos de obsidiana, dorada, plateada, negra y arcoiris, dependiendo del color que refleje al incidir sobre ella la luz) que representa cabeza de un indio que nos pareció preciosa.



El autobús de vuelta ya fue otra cosa, limpio, con un aire acondicionado que nos vino divinamente…
Al llegar al DF de nuevo anduvimos callejeando por los alrededores del Zócalo. El cielo del atardecer nos permitió disfrutar del palacio de Bellas Arte, del edificio de correos y otros bastante chulos. Cuando ya anochecía, oímos música que provenía de un bar situado primer piso, y  pensando que era música en directo decidimos subir a tomar una cervecita. Música en directo ese día que era jueves, no había pero el camarero, muy amable, nos comentó que los viernes y sábados si que tocaban allí y que se podía bailar. Era un amplio salón decorado con grandes espejos y allí se estaba divinamente. Así que nos tomamos un par de cervecitas animados por buena música. ¡¡ Nuestra primeras “Coronitas” puramente mexicanas!! (aunque allí son Coronas, y cuando pides coronita te miran raro).


Y para cenar, lo que nos habían advertido de nuevo que no se nos ocurriera: tomar tacos al pastor en un puesto callejero. A mi me supieron a gloria, y afortunadamente no tuvieron consecuencias funestas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario