12 marzo 2022

18-08-2021. Camino al lago Mburu.

Hoy tocaba día de transición hasta el lago Mburu, y por tanto, de nuevo, paliza de carretera. Nuestra anfitriona nos había preguntado si la podíamos bajar a la ciudad de Kabale, donde reside su familia, y como nos pillaba de paso, aceptamos aunque sabíamos que eso nos retrasaría. Pero tampoco teníamos más plan que hacer.

Ir con Cyria de copiloto nos daba garantía de que no nos íbamos a perder. Nos estuvo contando que la gente de los pueblos que rodean Bwindi no quieren que les arreglen la carretera, porque eso supondría mucho más tráfico de camiones y espantaría a los gorilas. Así que la primera hora y media de carretera la pasamos dando botes como locos, hasta que por fin salimos a otra que estaba asfaltada. En Kabale nos entretuvimos más de lo pensado, porque Cyria nos invitó a ir a su casa y conocer a sus hijos. Estuvimos un rato charlando con ellos. Y luego nos acompañó a cambiar dinero. Me llamó la atención cómo de presente tienen a la religión en sus vidas.

Por fin seguimos nuestro camino hacia el lago, con la rutina que implica la carretera: cuidado con los badenes, cuidado con los controles de policía, cuidado con cualquier cosa que se te quiera cruzar, cuidado con todo en general…

En la localidad de Sanga abandonamos la carretera asfaltada y tomamos un desvío hasta nuestro alojamiento, el Hyena Hill Lodge. Google Maps no recoge este camino, pero sí que existe. Aunque es cierto que lo estaban arreglando. Al igual que todas las carreteras de Uganda, que da la impresión de que siempre están, todas y cada una de ellas, de obras.

Para los últimos cien metros antes de llegar, en los que dejas el camino principal para coger un camino de cabras, hay que tener confianza en que el coche va a poder subir, porque desde abajo parece demasiado en cuesta. Pero el Toyota se volvió a portar fenomenal.

Por fin, después de unas seis horas, llegamos al destino. Una vez arriba las vistas eran estupendas (aunque a Adela le parecieron desoladoras), pero soplaba el aire que daba gusto. Tanto que resultaba bastante molesto. Aprovechamos para conectarnos un buen rato a la wifi en el restaurante, mientras tomábamos una cerveza, en lo que se iba el sol. Luego un rato en la cabaña a descansar, antes de cenar. Cuando quisimos salir estaba jarreando. Menos mal que el restaurante estaba bien cerquita. Eso sí, fue impresionante observar la tormenta de rayos sobre todo el valle por el ventanal de la cabaña.

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