06 marzo 2022

12-08-21. Llegada a Kibale y visita de la ciénaga de Bigodi.

Después de un triste desayuno, nos marchamos de este hotel, en el que habíamos estado sin pena ni gloria. Cinco horas de carretera nos separaban de nuestro destino, el Kibale Forest Camp. En este trayecto el gps nos volvió a hacer otra pirula, y nos metió en medio de unas plantaciones de té, por unos caminos en los que el coche cabía escasamente. Los trabajadores de las plantaciones, con sus capazos a cuestas, nos miraban extrañados. 

Kibale lo venden como la capital mundial del mono, por la cantidad de especies que se pueden ver allí. Cuando llegamos al campamento, nos encantó. Tiene un jardín alrededor de las tiendas, lleno de flores y con un recorrido de un cuarto de hora para poder ver monos, si es que hay suerte de que haya alguno por los alrededores. Mientras hacíamos el check in en recepción, aprovechamos para hablar con una colombiana, creo que la primera vez que hablábamos castellano en el viaje, que nos comentó que acababa de volver de hacer el paseo por la ciénaga de Bigodi, y había vuelto encantada. Como era una actividad que nosotros queríamos hacer, y el guía estaba allí mismo, quedamos con él para las dos de la tarde.


A la hora convenida nos acercamos a la oficina, donde previo pago de 20 dólares por persona, nos dieron unas botas de agua para poder caminar por la ciénaga sin problemas, aunque luego apenas vimos agua. Aparte del guía se nos unió otro chaval, muy majete, que estaba de prácticas, y nos iba también dando indicaciones. El paseo por la ciénaga constaba de dos partes, una primera, en la que interactuabas con la comunidad, de alrededor de hora y media, y luego el paseo en sí mismo, de unas dos horas. En la parte de la comunidad podías elegir varias opciones. Nosotros elegimos el chamán/curandero y la cestería.

Lo del chamán estuvo interesante, nos estuvo contando, con la traducción del guía, las diferentes hierbas medicinales que usaban. De vez en cuando hacía algunos gestos que sí que daban un poco de yuyu. Al final, como en todos estos sitios, acabó hablando de afrodisiacos.

Al rato nos acercamos donde la cestería, que era tarea de las mujeres de la aldea. Nos gustó bastante más. Nos explicaron cómo se dividen las tareas entre hombres y mujeres, y mostrando los distintos diseños. Nos bailaron un par de canciones de presentación y bienvenida y nos dijeron que las contrataban también para celebraciones. Cuando estábamos viendo los cestos nos cayó una tromba de agua que nos obligó a meternos en la casa. Menos mal que nos cayó aquí y no durante el paseo de la ciénaga.

Después de esto ya nos acercamos al paseo propiamente dicho. El guía nos iba contando anécdotas de los animales. Vimos cuatro tipos de monos distintos, y el famoso turaco azul. Y también un águila de cresta larga.








Cuando se terminó la actividad, de vuelta en el pueblo, aprovechamos para comprar algunos regalos en los chozos que tienen a la orilla de la carretera. Mientras los guías nos hacían el favor de localizar unas camisetas para los sobrinos, nos tomamos un sprite. La verdad es que los vendedores de los distintos puestos, tanto aquí como en otros sitios, no eran nada pesados.

Luego ya solamente nos quedaba volver al campamento a cenar. Volvimos a hablar con la colombiana, que hacía el recorrido en sentido contrario al nuestro, y nos comentó que el puente que cruzaba el río cerca del Queen Elizabeth National Park, que nosotros tendríamos que cruzar al día siguiente para llegar a nuestro alojamiento, se había derrumbado por las lluvias, y que solamente se podía pasar con una única barcaza para todos los coches, camiones, pick-ups, que pudiese haber. Un poco intranquilo con esta noticia nos fuimos a dormir, que al día siguiente teníamos uno de los platos fuertes del viaje.

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