11 marzo 2022

17-08-21. Trecking de los gorilas.

Por fin llegó el gran día, el día que íbamos a acometer la aventura que daba sentido a todo el viaje, la causante del mismo, y sin la cual el viaje no hubiera sido igual.

Teníamos que estar a las ocho menos cuarto, pero con los nervios llegamos un poco antes. Apenas había un par de coches. Enseñamos los permisos junto con el pasaporte en la ventanilla y nos mandaron sentar en unos bancos de madera que había al aire libre. Allí esperamos a que llegara el resto de la gente. La Selva Impenetrable de Bwindi (importante lo de Impenetrable, no es un adjetivo baladí) tiene cuatro puntos de entrada para poder ver los gorilas. En nuestra zona había seis familias habituadas, y para cada familia seríamos entre seis y ocho personas. Cuando estamos todos comienzan a darnos una charla de una media hora sobre los hábitos, alimentación, normas de comportamiento… de los gorilas. Un montón de información.

Cuando acaba la charla nos asignan a las distintas familias. En nuestro grupo somos seis personas. Una familia italiana de cuatro miembros (padre, madre, hijo e hija), Adela y yo. El guía que nos toca nos vuelve a dar más o menos la misma charla que nos acaban de dar, normas de comportamiento y demás. Después de esto nos preguntan que si queremos llevar porteador. Nosotros dos cogemos uno cada uno, y la familia coge a dos. Así que nuestra expedición está formada por el guía, dos guardas armados, seis turistas y cuatro porteadores. Y ya nos ponemos en marcha. Todos se suben a los vehículos del parque, menos nosotros dos, que no tenemos sitio y nos toca ir con nuestro coche y llevar al guía.

Como a un par de kilómetros de las oficinas dejamos el coche aparcado de cualquier manera en la cuneta, y después de los últimos preparativos comenzamos a andar. El guía se va comunicando con los rastreadores (que han salido bien pronto por la mañana para localizarles donde les dejaron el día anterior). Yo pensaba que usarían walkies para hablar entre ellos, pero qué va. Usan el móvil. Y como estamos en medio de la selva, hay sitios sin cobertura. Al principio seguimos unos senderos más o menos marcados. Estrechos, en los que solamente cabe una persona que se tiene que ir quitando ramas de encima, pero con el suelo relativamente limpio. En un par de ocasiones no voy a decir que el guía se perdió, pero sí que nos tocó deshacer el camino andado porque no iba hacia donde deberíamos ir. Cuando lees los diarios o las experiencias de gente que lo ha hecho antes, algunos comentan que si tienes suerte, en una hora de caminata puedes llegar al sitio de avistamiento. Nosotros no la tuvimos. Necesitamos tres horas de andar por la selva, la última hora y media con el guía abriéndose paso a machetazos por sitios donde no había camino ninguno, y donde entiendes el verdadero significado del adjetivo Impenetrable que acompaña a Bwindi. Era un continuo sube y baja (más sube que baja) por el monte. No por nada son gorilas de montaña, y no de llanura. Adela iba entusiasmada, y más cuando el guía le dijo que llevaba muy buen ritmo. Pero yo las estaba pasando putas. Mira que me había propuesto prepararme algo físicamente para no acabar matao, pero entre que iba pasado de peso y que no había hecho nada de ejercicio, estaba sufriendo. Un consejo que nosotros leímos por ahí y que aplicamos, muy importante llevar guantes, tipo jardinero, para poder agarrarte a lo que sea sin que te pique. También es recomendable llevar polainas, o bien calcetines largos y gordos para ponerte por encima del pantalón.



La función de los dos guías armados que nos acompañaban, uno abriendo el grupo y el otro cerrándole, según nos contaron, es por si nos encontramos con un grupo de gorilas que no están habituados a los humanos, se dispara al aire para asustarles. O también por si nos encontramos con un elefante de montaña. Yo pensaba que solo había elefantes africanos o asiáticos, pero estos elefantes de montaña son un pariente más pequeño de los africanos. Y aunque no les vimos, sí que vimos un resto reciente.

Bueno, pues después de tres horas de caminar, de perdernos un par de veces, de que mi porteador le tuviera que decir al guía por dónde era el camino, cuando ya estaba reventado, nos dicen que ya hemos llegado. En ese momento te pones la mascarilla, dejas la mochila y todo lo que lleves, coges solamente la cámara de fotos, y los guías dan el relevo a los rastreadores, que son los que permanecen con el grupo todo el día. Y ponen el cronómetro en marcha (literal, la alarma del móvil) y tienes una hora. Yo, después de la paliza del trayecto, del agobio de la mascarilla y que se me empañaban las gafas, de la opresión de la vegetación, que parecía que ahogaba de tanta que había, y de que me puse encima de un grupo de hormigas safari que me empezaron a subir por la pierna y me picaba todo el cuerpo, no disfruté nada. Y con la presión de intentar hacer buenas fotos. Porque claro, si no haces buenas fotos que enseñar a la vuelta… En fin. Adela, en cambio, disfrutó de cada momento. Al rato conseguí relajarme un poco, pero no llegué a disfrutar de la experiencia como tal, pendiente como estaba de las fotos.







Seguimos un rato a la familia, según iba moviéndose en busca de comida, con el espalda plateada a la cabeza, y cuando llevábamos un poco, el guía nos dice, quedan cinco minutos. Es verdad eso de que el tiempo se pasa volando, y de que te quieres quedar más rato. Suena la alarma del móvil, y nos despedimos de los gorilas.



Ahora a la vuelta, después de haber visto las fotos, desde luego que mereció, y mucho, la pena, pero insisto, personalmente no lo disfruté en el momento.

Ya solo nos quedaba volver. Y si a la ida no teníamos claro el destino y tuvimos que dar varias vueltas hasta encontrar el lugar, ahora a la vuelta estaba cristalino: los coches. Así que después de dar la propina a los rastreadores emprendimos la marcha por el camino más corto: la línea recta. Daba igual que tuviéramos que subir y bajar no sé cuántas colinas, a pesar de que la lógica dice que si vas por los valles, aunque sea más largo, tardes menos. Línea recta. Por sitios sin ningún camino, abriéndose paso de nuevo a machetazos. La última hora se me hizo eterna, me tenía que para cada poco a coger aire porque estaba cansadísimo. Por fin, después de dos horas de vuelta, llegamos a los coches. En total seis horas. Lo primer que hizo el guía cuando llegamos fue tirarse al suelo, diciendo que estaba reventado y que no podía más. Pues si él estaba así, que no digo que lo haga a diario, pero sí con cierta frecuencia, imagínate nosotros. Después de pagar a los porteadores y darles una buena propina, y otra un poco menor al guía, le llevamos de vuelta a las oficinas. En este trayecto tuvimos un percance con una moto, que en una curva ciega venía por nuestro carril y se nos echó encima. Se cayeron al suelo, no les pasó nada, pero le hicieron un bollo al paragolpes del coche. El guía me dijo, sigue.

Al llegar al hotel me eché una buena siesta, estaba muerto. A última hora de la tarde nos dimos un paseo por el pueblo con Cyria, que nos iba a enseñar un proyecto que tiene en marcha para fijar a la población local. Para proteger a los gorilas hace falta que no se degrade su ecosistema. Para eso la población local que viva por la zona no tiene que arrasar el bosque como medio de vida. Cyria estaba construyendo unas escuelas de costura para niños, de manera que tuvieran un oficio alternativo.

Y ya el día había dado suficiente de sí, así que después de cenar otra vez en la chimenea, nos acostamos bien pronto para recuperar fuerzas de la paliza del día.

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