Para aprovechar bien el día, que teníamos medio perdido por el traslado a Washington, me levanté bien temprano para visitar la isla que hay en medio del río, donde se ven las cataratas a ambos lados. Adela prefirió quedarse descansando en el hotel.
Una vez hecha la visita y con todo recogido, a las once, puntual, nos recogió un autobús que nos dejó en el aeropuerto de Buffalo en 45 minutos, ya que teníamos el vuelo a la una y media. Todo se dio bien de tiempo, e incluso nos dio tiempo a comer en el aeropuerto, aunque fuera a una hora demasiado temprana para nuestro gusto. Porque al tener la llegada a Washington a las 3 de la tarde, no quisimos arriesgarnos a no encontrar nada a esas horas.
El vuelo se realizó sin incidencias reseñables, y cuando tras recoger las maletas nos acercamos al metro, un simpático ciudadano que se iba nos regaló una tarjeta cargada, ya que nos dijo que no la iba a necesitar. Así que solamente tuvimos que comprar una.
Llegamos al hotel, el Phoenix Park Hotel, a las cuatro y media de la tarde. Adela estaba un poco a medias, así que prefirió quedarse descansando en la habitación mientras yo me acercaba al único supermercado que encontré a distancia de paseo, para comprar el desayuno del día siguiente.
Poco dio más de sí el día. Por no movernos, acabamos cenando en bar irlandés que había en el propio hotel, con algo de música en directo. Unos fish and chips que no pasarán a la historia.
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