29 noviembre 2012

9 de agosto de 2012. Descubriendo Stone Town.

Nos levantamos sin mucha prisa, y mientras desayunábamos aprovechamos para ponernos al día de las noticias de los juegos olímpicos, que habíamos estado desconectados. Tras desayunar nos adentramos a recorrer las calles de Stone Town. La primera parada la hicimos en la oficina de turismo, que está en el antiguo fuerte. Aquí también hay un museo, pero nosotros prescindimos de entrar. Y también hay un restaurante para comer, pero como era ramadán, estaba cerrado. El chico de atención era muy simpático, y le estuvimos preguntando por música tradicional. Al final nos escribió el nombre de una artista muy nombrada por aquellos lares, y nos dio las indicaciones de donde podíamos encontrar una tienda de música. También nos vendió un cd con música de allí. Un cd completamente infumable, por cierto.





A continuación, para evitar problemas de última hora, nos dirigimos al puerto, a la terminal de ferrys para comprar los billetes que íbamos a necesitar al día siguiente. Mientras Adela se quedaba mirando ropa muy chula en una tienda cerca del puerto, yo me acerqué hasta las taquillas, con el típico pesado dándome la paliza todo el rato. La diferencia de precios para residentes y no residentes es notable, teniendo que pagar los billetes en dólares. Al final, 40$ cada uno, por 5$ más viajábamos en primera clase.
Después pasé a buscar a Adela, que seguía entusiasmada en la tienda y con ganas de llevarse un montón de cosas. La zona del puerto, sin ser tan chunga como la que suele haber en las estaciones de autobuses, sí que denotaba más suciedad que el resto de la ciudad. Luego, nos marchamos al mercado local, que está bastante cerca. Dicho mercado era una mezcla de colores, olores, y supongo que sabores, pues no llegamos a probar nada, con un montón de animación. Está bien organizado, cada zona vende sus cosas concretas: los plátanos, las carnes, los pescados (olía a rayos), las cosas de segunda mano puestas en manteles sobre el suelo… Muchísima gente. Y aunque aquí en Zanzíbar hay un 95% de musulmanes, el colorido de los vestidos es total. Sí, llevan pañuelo en la cabeza, pero no son los colores apagados o negros de los países árabes. 






Como lo bonito de estas ciudades es callejear y perderse, para adentro que nos fuimos. Y sin casi quererlo encontramos una de las tiendas de música que nos habían mencionado en turismo. Una tienda de música toda pirata, con cds grabados y carátulas de impresora mala… Les enseñamos el nombre del artista y allí que nos sentaron en un banco de madera mientras nos iban poniendo disco tras disco, de manera que lo pudiéramos escuchar para ver si nos gustaba… Así tendría que ser siempre, hombre! Le pedíamos que pasara a otra canción y Adela me iba narrando los distintos ritmos: este es similar al nosequé, este otro al nosecual… Al final compramos un par muy baratos.
Seguimos callejeando, pero Stone Town no es una ciudad tan grande (por lo menos la parte antigua) y entre tiendas de souvenirs acabamos llegando a la catedral, que estaba justo al lado del hotel.






No nos quedó más remedio que ir al hotel a comer, ya que como era ramadán, sólo estaban abiertos los restaurantes de los hoteles… Aquí pude disfrutar de un plato indio como es el tandoori…” Not very spicy “, me dijeron… Pues anda, que si llega a ser very spicy….


Mientras yo disfrutaba de una siesta reparadora, que el estómago me pedía, Adela se fue a mirar tienditas muy chulas, ella encantada de la vida. En todos los sitios son muy amables y atienden muy bien. Y claro, así no te queda más remedio que corresponderles y comprar y comprar… Hasta nos acompañaron a una joyería especializada en tanzanite, la piedra típica de allí. Qué pena que mi pobre madre se quedó sin sortija al no haberme pedido que le llevara más que arena…
Después del mercadeo seguimos con el callejeo. El problema es que aquí anochece bastante pronto, y aunque Stone Town es una ciudad muy tranquila, daba cosa adentrarse en callejones oscuros, con escasa (por decir algo) iluminación. Pero nos sirvió muy bien para conocer otras zonas que por la mañana se habían escapado. Y además encontramos a un tipo que vendía zumo de caña de azúcar, una de las cosas que más me gustan… Tenía un tablero con los vasos de cristal, de los que bebía todo el mundo, y un balde de agua infame, en la que enjuagaba los vasos de los que bebía todo el mundo… Pero a mí me parecía el mejor elixir, refrescante, con un poquito de limón, que a punto estuve de pedirme otro…
Entre tanto deambular se nos hizo la hora de cenar. Nos acercamos a los jardines de Forodhani, que estaban llenos de puestos con distinta comida. Salvando las distancias me recordó a la plaza Jena el Fna de Marrakech. Salvo que aquí no hay mesas en los puestos, sino bancos a lo largo del parque, y cada uno se sienta donde quiere. Hay un montón de variedad, distintos tipos de brochetas, de carne, distintos pescados, patatas, huevos cocidos. Bueno, en la foto se ve mejor. 



Nos decidimos a pedir algo de comida local que todavía no habíamos probado, samosa, y estaba francamente buena. Era como una empanadilla rellena de verduras. Entre los puestos de comida también había uno de bebida. ¿Qué bebida? Zumo de caña de azúcar, así que no tuve otro remedio que meterme otro campano de tan delicioso elixir.




Y tras un breve paseo para bajar la cena (ya se sabe que la comida reposada y la cena paseada) nos dirigimos al hotel para terminar de hacer la maleta, que al día siguiente nos poníamos en marcha otra vez.

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