24 noviembre 2012

4 de agosto de 2012. Adios al Serengeti y camino al Ngorongoro.


Este fue un día raro, de transición. Por un lado estábamos tristes, nos íbamos del Serengeti. Pero por otro lado estábamos contentos por los buenos momentos que habíamos disfrutado.
Tras una breve pausa de despedida a la hipo pool, nos pusimos en camino hacia una zona del parque que hasta este momento no habíamos visitado, los kopjes, formaciones rocosas aisladas. Por el camino pudimos ver animales nuevos, como algún serval, un secretario y distintas aves. 





Un poquito más adelante nos encontramos con una familia de babuinos, el animal favorito de nuestro guía. El primer día cuando nos lo dijo no lo entendimos, y es que según él, es el animal que siempre está haciendo algo. Mientras los leones, leopardos o guepardos no hacen nada la mayor parte del tiempo, sestean ala sombra, los babuinos juegan, saltan, pelean, corren, trepan, se despiojan… Las crías incluso parecen niños pequeños. Así que estuvimos un rato viendo los juegos de los babuinos. Se metían hasta por entre las ruedas del coche… Y los padres, para castigarles, les tiraban de las orejas…



A continuación, en el vadeo de un riachuelo, tuvimos la suerte de coincidir con una leona y sus dos crías, no tan pequeños, que intentaban cruzarlo de un salto… Está visto que a los felinos no les gusta nada el agua.  

Leones cruzando riachuelo 


Más adelante vimos un buen grupo de cachorros, estaban solos y parecían un poco asustados por todo el jaleo que tenían alrededor, así que tampoco nos acercamos mucho.




Tras visitar los kopjes y sus chulos paisajes nos encontramos de nuevo con una aglomeración de coches. En esta ocasión era una manada de seis leonas. Una de ellas intentó cazar una gacela, pero no tuvo éxito y la gacela salió corriendo ilesa.



Así fue nuestra despedida del Serengeti, una bonita manera de terminar. Ahora quedaba lo peor: el “masaje masai” de vuelta. Nosecuantas horas de traqueteo infernal e interminable, otra vez a llenar de polvo el vehículo… En esta ocasión no lo hicimos del tirón, paramos a medio camino a visitar la garganta de Oldupai (mal llamada de Olduvai), la cuna de la humanidad, donde aprovechamos para comer, y escuchamos una charla bastante interesante sobre los distintos estratos geológicos y los distintos restos de homínidos que se han hallado allí. Hasta cinco distintos, los que aprendíamos en el colegio: australopitecus, pitecántropus… En un pequeño museo había varios restos óseos, y una bonita explicación de las huellas de Laetoli, donde se muestra por primera vez la bipedestación erguida, característica del homo actual. También había una pequeña tienda donde compré mi pulsera de pelo de elefante.




Retomamos el camino donde lo habíamos dejado: botes insufribles, saltos y descoyunte generalizado, hasta que tras atravesar de nuevo la Naabi Gate, y continuando, la parte del Ngorongoro, hallamos por fin terreno asfaltado, una delicia para nuestro cuerpo. Enseguida llegamos a Karatu, donde se ubicaba nuestro hotel, o nuestro pretendido hotel, porque tras llegar por lo visto había algún problema, así que nos tuvimos que ir al hotel de al lado, donde llegamos atravesando un huerto. Eran del mismo dueño y aparentemente iguales. La verdad es que en el hotel nuevo, llamado Bougainville, se estaba de mimo: una habitación enorme, un buen jardín, y un buen servicio de comedor.
Tras tomar posesión de la habitación salimos a dar un paseo por la carretera, a una tienda que yo había visto según llegábamos, a unos 200 metros. Fue salir del hotel y, oye, todo un séquito de chavales el que se formó a nuestro alrededor, a intentar vendernos pulseras, colgantes, pendientes, lo que fuese. Para la escuela, decían… Les dijimos que a la vuelta de la tienda les haríamos caso, y en ese momento dejaron de ser pesados y esperaron pacientemente. La tienda no estuvo mal pero no compramos nada, y a la vuelta, allí estaban los críos esperando. Tendrían unos once años, y pasamos un buen rato regateando con ellos, haciendo unas risas. Adela les dio unos caramelos y en ese momento salieron niños hasta de debajo de las piedras. A dos más valientes que nos acompañaron a la puerta del hotel (se veía que tenían miedo del guarda) Adela les regaló unas libretas y bolígrafos, y los niños se fueron más contentos que ni sé, con una sonrisa de oreja a oreja, y le dieron un abrazo espontáneo a Adela, que estaba más ancha que ellos… Qué fácil es a veces hacer feliz a alguien, o qué poco valoramos nosotros las cosas que tenemos…
Ya solo nos quedaba cenar, que como digo estuvo estupenda, y a dormir, que al día siguiente nos esperaba el Ngorongoro…

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