25 noviembre 2012

5 de agosto de 2012. El Ngorongoro.



Llamado así por los masai debido al ruido que hacen los cencerros de su ganado, era para nosotros nuestro último día de safari. Para mí la oportunidad de completar la captura de los Big Five con el único que me faltaba: el rinoceronte.
Después de ascender a través de una selva que parecía sacada de las películas de Tarzán (y es que la altitud y la humedad se notan), y de recorrer la cornisa del enorme agujero de lo que en tiempos fue un volcán, comenzamos el descenso entre árboles, cada vez más escasos según nos acercábamos al fondo. Lo primero que noté yo es el cambio del color de la tierra. De un ocre pálido del Serengeti a un rojo intenso de tierra arcillosa. Enseguida comenzamos a ver fauna nueva: coyotes, grullas coronadas… y sobre todo enormes rebaños de ñus. Había por todas partes. 







También pudimos disfrutar de un animal que no suele gustar mucho a la gente, pero que a mí particularmente me resultó gracioso: la hiena. Vimos cómo una familia se iba reuniendo, cómo la cría iba llamando a los padres hasta que se juntaron. 


 Hienas en Ngorongoro

Y entre más y más rebaños de ñus, nos fuimos acercando al lago que hay en el cráter, donde estuvimos disfrutando por un buen rato del ir y venir de los distintos animales: flamencos, gacelas Thomson, ñus, grullas coronadas.… 




Un poquito más adelante, tras otra hilera de coches, otro que hasta este momento nos había resultado esquivo: el león. Leonas habíamos visto un montón, solas o en grupo, con crías… Pero el león todavía no lo habíamos podido ver. Y aunque este en concreto no hizo nada más que estar a la sombra, con su sola presencia demostraba el poderío. Lo que todavía no entendemos es por qué se le llama el rey de la selva, si vive en la sabana…



Lo más asombroso de todo es que a menos de un kilómetro de donde se encontraba este león estaban unos niños masai, de no más de once años, pastoreando el ganado, sin más armas que unos palos o lanzas, con toda la tranquilidad del mundo.
Tras ver el león continuamos entre manadas y manadas de ñus, hasta que por fin, tras supongo otro aviso de radio, pudimos contemplar el que nos faltaba: el rinoceronte negro. La verdad es que estaba bastante lejos, pero nos conformamos con por lo menos haberlo visto, ya que no se deben prodigar mucho.





Con la tarea hecha nos dirigimos a la zona de picnic, a la orilla de una charca, donde Abel nos recomendó tener cuidado con los milanos, que no paraban de sobrevolar la zona en busca de comida fácil. En los alrededores de esta charca habíamos visto unas leonas, y varios grupos de turistas se “acercaban” para hacerse fotos. Y aunque yo, en medio de un grupo de alemanes gordotes no iba a ser su presa escogida, opté por no arrimarme demasiado…



Y así, recorriendo de nuevo el camino de vuelta, entra rebaños y rebaños de ñus, alguna leona y algún otro animal, dijimos adios al Ngorongoro y a los safaris por este año. 


Pero el viaje todavía no había terminado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario