20 noviembre 2012

1 de agosto de 2012. Lago Manyara y entrada al Serengeti.


Nos despedimos del hotel y pusimos rumbo al Parque Nacional del Lago Manyara. En principio en nuestra ruta no estaba incluido este parque, pero yo insistí en visitarlo, en mi afán por ver lo máximo posible. Realmente pasamos entre dos y tres horas, que no estuvo mal. No sé qué hubiera pasado si hubiésemos tenido más tiempo. Nos mereció la pena porque fue el primer sitio donde vimos hipopótamos relativamente cerca.
Pero empiezo por el principio. Tras un breve recorrido en el coche, de una media hora, llegamos al parque. Paramos en la entrada mientras Abel compraba los tickets. 


Allí estuvimos dando un pequeño paseo que tienen acondicionado, viendo los monos azules, los de cara negra, los damanes y todo esto en medio de un griterío de los monos saltando de rama en rama encima de nuestras cabezas. También aprovechamos para visitar la tienda del parque, que no estaba mal. Queríamos haber parado en el pueblo, pero nos dijo Abel que a la vuelta mejor, que no teníamos mucho tiempo. También nos enteramos de que en los alrededores de Manyara se había rodado una de las películas favoritas de Adela: Hatari. De hecho, esta peli fue una de las cosas que despertaron su deseo de emprender este viaje
 


Ya dentro del parque, lo que digo, ir conduciendo despacio. Vimos algún otro mono azul más (Manyara es famoso, entre otras cosas, por su monos) y poco a poco llegamos a lo que es el lago que da nombre al parque. Como era época seca las orillas estaban bastante lejos de hasta donde puede llegar el coche, pero en este sitio nos dejaron bajar estuvimos andando, limitados por el vallado, viendo los flamencos a lo lejos. Y los hipopótamos no tan lejos… Abel nos dijo que pasaban casi todo el tiempo dentro del agua y que era difícil saber si iban a salir o no, pero tuvimos suerte y en cinco minutos salieron varios a caminar. Fue todo un espectáculo. 




 Como el tiempo corría en nuestra contra tuvimos que seguir camino. La siguiente parada fue pagar la entrada del parque Ngorongoro, que aunque no lo visitábamos este día, hay que atravesarlo para llegar a Serengeti. Están uno a continuación del otro. Aquí empezamos las primeras etapas del “masaje masai”. Al llegar al borde del cráter (que realmente es una caldera) hicimos las fotos de rigor, y a seguir camino que todavía quedaba mucho. El sitio donde comimos no recuerdo el nombre, pero era espectacular. Un hotel cuyas vistas daban directamente al cráter. La comida era riquísima, pero el surtido de postres alucinante. La pena es que a Adela le hacían daño al estómago las pastillas de la malaria y no pudo disfrutarlo mucho…



Al salir de aquí ya empezó el masaje serio… Mira que ya iba avisado de que la carretera no era buena precisamente, pero no estaba preparado para la que se venía encima. Madre mía qué traqueteo interminable!!… Lo peor de todo es que es eso, interminable… No sé si fueron tres o cuatro horas dando botes, con el polvo que se metía por todos los sitios, la cámara saltando por ahí, nosotros descoyuntados… Lo que más recuerdo del camino, aparte de eso, fue ir encontrándonos a jóvenes masais con las pinturas típicas del paso a la edad adulta. Tenían que pasar tiempo fuera de su casa, en compañía de otros jóvenes, pero daba miedico verles… Parecían guerreros de verdad…
Tras un par de horas paramos en Naabi Gate, la entrada al Serengeti. Entrada ficticia sobre un plano, porque es todo lo mismo. Aquí estiramos las piernas, visitamos una pequeña tienda y subimos a unos kopjes (piedras grandes) para disfrutar del paisaje. Abel se dio cuenta de que con tanto traqueteo el soporte de la batería andaba un poco roto y lo estuvo apañando como pudo, ya que si hacían contacto los bornes con la chapa del capó podíamos tener algún problema. Nos sirvió para descansar un rato, pero tuvimos que ponernos en marcha de nuevo, que como he dicho varias veces, a las seis cierran…





Siguió esta tortura infernal, pero ya dentro del parque Abel puso en marcha la radio. No la de música, sino la emisora por la que se comunican, y algo debió oir, ya que aunque esa tarde no teníamos el safari programado, hizo un desvío para ver un leopardo. El montón de coches delataba algo grande, y tardamos en verlo, pero una vez localizado fue el leopardo que mejor vimos de todo el viaje.



Finalmente a las seis en punto salíamos por la puerta de Ikoma, rumbo a nuestro alojamiento, el Ikoma Safari Camp, un sitio acogedor, regentado por un catalán llamado Pepe, y del que contaré más adelante, que este día se ha hecho muy largo…

A dormir…

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