08 septiembre 2017

23-08-17. Primer día de paliza en Bangkok.



Nuestro plan del día era intenso, y eso, unido a que había leído que era más que conveniente estar a primera hora en el Palacio Real, hizo que nos levantáramos a las seis y media. Una hora más tarde salíamos del hotel en dirección al BTS, el tren elevado, que vimos que funciona genial. Si unos días más atrás decía que no volveré a quejarme de que en Japón se pasa calor en verano ahora puedo afirmar que no volveré a quejarme de que en Japón ponen el aire acondicionado fuerte… Qué frío se pasaba en el BTS, que llegas con toda la sudada y te quedas pajarito. Tras un par de paradas llegamos al embarcadero de Saphan Taksin, desde donde salen los botes que recorren el río. Cogimos el de bandera naranja, que iba abarrotado, pero en un rato encontramos asiento. Finalmente acabamos llegando al Palacio a las nueve menos cuarto, y abren a las ocho y media.

En cuanto llegas a la manzana del Palacio empieza a haber controles por todos los lados. Pasas por un arco detector de metales donde te miran todas las mochilas. Pero sigues en la calle, un poco perdido, sin indicaciones de por donde se entra. Es una zona de calles enormes. Así que seguimos el perímetro del Palacio hasta que vimos una puerta, entramos por ahí y volvimos a pasar otro control. Aquí me dijeron que los pantalones que yo llevaba no eran adecuados. Eran uno piratas que llegaban a mitad de gemelo, nada de pantalones cortos. Aun así no valían, y me hicieron comprar unos en la tienda (que luego me vinieron genial). La parte exterior estaba llena de tailandeses de luto riguroso, suponemos que irían a prestar sus respetos al rey difunto. Creíamos que ya estábamos dentro pero no, quedaba la parte más importante: comprar las entradas, que comparadas con el resto de los sitios, te crujen: 26€ los dos. Y vuelta a pasar otros controles de seguridad cuando te validan la entrada y ya por fin entras al recinto. Con el madrugón yo pensaba que estaríamos prácticamente solos, pero qué va, había más gente que en la guerra. Aun así, todo es espectacular. Recorrimos muy tranquilamente todos los rincones, incluido el famoso buda esmeralda (donde no dejan hacer fotos).






Tras un par de horas pasamos a la parte nueva del recinto, donde entramos a una exposición sobre las obras del difunto rey (más que nada porque tenía aire acondicionado y ya hacía un calor tremendo). Ahí fue donde nos dimos cuenta que no era una persona normal y corriente, sino un ser semi divino, con (lo pongo de memoria pero casi literal) una formación tan completa que le hacía anticiparse a los problemas para de esa manera tomar las decisiones correctas para el mejor bienestar del pueblo tailandés. Trabajador incansable, persona sensible y culta, élite mundial. Vamos, un aparato de propaganda en toda regla. También estaba prohibido sacar fotos. Cuando salimos de la exposición nos meten prisa para que terminemos el recorrido, ya que lo tienen que cerrar porque hay una visita oficial de un mandatario extranjero que viene a firmar no sé qué. No nos quedaba nada, así que no importó mucho.


A la salida nos dimos cuenta que si antes pensábamos que había gente, las colas que había ahora para comprar las entradas eran horrorosas, estaba todo muchísimo más lleno.
Entonces nos dirigimos al Wat Pho, el buda reclinado, en el edificio de al lado, pero que se tarda un buen rato en llegar. Aquí nos encontramos con un montón de hordas bárbaras. Y no, no eran chinos. Eran españoles (sobre todo españolas) en viaje organizado que no paraban de colarse para hacer la foto y dar voces, sin ningún respeto por nada. Hay veces que me avergüenzo.




El recinto del Wat Pho tiene varios patios muy bonitos, con unas estupas enormes que se llaman chadis. También hay una escuela de masajes en la que no entramos por falta de tiempo y también por falta de dinero, porque con el palo que nos habían dado en el Palacio tenía necesidad urgente de cambiar.
A la salida fue lo primero que hice, acercarme a un banco y cambiar algo, mientras Adela miraba alguna tienda. Y aunque habíamos leído que era una paliza ver también el Wat Arun, el templo del amanecer, situado en la otra orilla del río, tenemos claro que hemos venido a sufrir, así que para allá que tiramos. Es otro templo espectacular, recién restaurado, pero que quizá no le dimos el valor que se merece al verle seguido de los otros. Por el módico precio de dos euros te dejan el vestido tradicional que para que hagas fotos posando con él.




Luego volvimos a cruzar el río para comer, ya que de pasada habíamos visto algún sitio que no estaba mal. De aquí marchamos andando hasta el Wat Sukhat. Yo pensaba que simplemente era el columpio ese que se ve, y pensé, vaya decepción, venir hasta aquí para esto. Pero luego vimos un templo justo al lado que se nos había pasado, entramos y aunque la fachada se encuentra con andamios el interior merece la pena. Estábamos prácticamente solos, quitando media docena de locales.


Desde aquí seguimos andando hasta el Golden Mount, pasando primero por la calle donde venden las figuras de buda para los templos, y casi al llegar estaba el gremio de los carpinteros. De camino nos quisieron liar para coger un tuk tuk, que ya hasta regateaban por nosotros, pero tranquilamente les dijimos que no.
En el Golden Mount (que nos gustó bastante) ya vimos que el día se estaba poniendo negro. Venían unos nubarrones que daban miedo. Y a lo lejos estaba descargando la tormenta. Bajamos casi corriendo con las primeras gotas de lluvia y al llegar abajo empezó a caer con todas las ganas. Estuvimos un cuarto de hora hasta que pudimos parar un taxi que nos llevara al hotel, a descansar de toda la paliza que llevábamos.


Por la tarde en el hotel aproveché a estrenar la sauna, pero estaba apagada y tuve que esperar a que cogiera temperatura. Y luego también estrené la piscina del piso 20, que como había habido tormenta se estaba fresquito que daba gusto. Para cenar teníamos evento especial, íbamos al Above Eleven, uno de los famosos sky bar que hay en Bangkok, así que nos pusimos todo guapos ya que en teoría no se puede ir vestido de cualquier manera. Tras enlazar las dos líneas de BTS y caminar unos 20 minutos por un barrio lleno de restaurantes y vida nocturna, llegamos. Era la hora de subir al piso 32 y disfrutar de las vistas.


La cena no es nada del otro mundo. A ver, es rica, pero es casi degustación, con lo que si vas a cenar, o te dejas una pasta (porque es cara) o saldrás con hambre. Pero bueno, el entorno y el paisaje merecen la pena. Era un miércoles, día de salsa, todo canciones en castellano, pero no nos pudimos quedar a bailar porque al día siguiente tocaba madrugón de nuevo ;-)

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