02 agosto 2011

30-07-11 Y comienza el viaje



Por primera vez, y a diferencia de otros viajes, nos fuimos a Madrid en tren. Todo rápido y puntual. Unas paradas de metro y ya estábamos en el aeropuerto, en los mostradores de facturación. Después de una cola de una media hora, nos toca, pero al igual que la gente que iba delante de nosotros en dirección Lima no pudimos facturar. La razón es que había habido un cambio de avión y tenían que reasignar plazas, por lo que habían cerrado el sistema informático. Una vez abierto nos dieron nuestras plazas 30 filas más atrás de lo que habíamos reservado. Con la reasignación nos quedamos así… Mientras estábamos facturando llama mi madre por teléfono y dice que tenemos 5 horas de retraso… Nosotros no sabíamos nada, llevábamos una hora en la cola y ella lo había visto en internet. 

Pues efectivamente, cuando terminamos y miramos las pantallas hay retraso, pero solo de cuatro horas (mucho mejor, hombre). Pasamos el control de pasaportes y nos dirigimos a la puerta de embarque. En ese rato el retraso ya es solo de hora y media. Y como siempre, a pasar el rato como mejor se puede, pajareando por el aeropuerto, oliendo colonias, viendo botellas y paseando. En esto que toda la gente se empieza a mover. Nos habían cambiado de terminal, de la B a la A, y el retraso era de dos horas y media. Así que nada, vuelta a empezar, paseos, colonias… Y también comer un bocata de esos que te clavan. Como en teoría salíamos a las 12:40 no habíamos preparado nada de comida, así que a la una y media, tras haber desayunado a las 6 y media, el hambre empezaba a pesar. Finalmente embarcamos y nos dispusimos a despegar.

El despegue yo creo que fue el peor que recuerdo. Aquello daba unos tumbos de miedo, con caídas imprevistas que te dejan el corazón en la boca, y la señora de atrás, de puros nervios, no paraba de rajar: ay lo que se mueve, ay lo que se mueve, se mueve mucho… (daban unas ganas de soltarla un cañonazo….). Finalmente la cosa se estabilizo y no tuvimos más problemas el resto del vuelo, bastante tranquilo. La duración era de 11 horas y cuarto. Así que de nuevo a pasar el tiempo como mejor se podía. Afortunadamente el avión disponía de pantalla individual de esas que cada uno ve la película que quiere cuando quiere. La tripulación, extrañamente, era bastante amable sin ser empalagosos. Nos dieron de comer y más tarde de merendar, momento en el que yo aproveché para preguntar al azafato que si luego habría cena. Me dijo que sí, pero que si tenía hambre, que fuera con él al final del avión (… todavía me pregunto qué me quiso decir…)

Tal como habíamos quedado con Angie, en el aeropuerto había un taxista esperando con nuestro nombre, más o menos: Nacho Billoslada (todavía me sangran los ojos). En media hora más por fin llegamos a casa de Nacho y Angie. Después de dejarles los encargos y descansar un ratillo salimos a cenar al barrio de Miraflores, a una zona llamada Lacomar, superchula, con vistas al mar. Este fue nuestro primer contacto con la comida peruana: piqueos (que son para picar, claro) de papas rellenas de queso, tamales (pasta de maíz envuelta en hoja de plátano) y anticucho (corazón de vaca en pinchos), acompañado de mi primer pisco sour. 

Total, que se nos hizo la una y media, hora local, que con las siete horas de diferencia, eran las 8 y media de la mañana, y nos habíamos levantado a las 6 y media del día anterior. Así que todo el camino de regreso a casa en el taxi, lo hice dormido. Así terminó nuestro primer día de viaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario