13 junio 2011

Samarkanda, la joya de la corona.

Comenzamos la visita igual que el día anterior por la noche. Lo primero, el mausoleo de Tamerlan, donde hay varios miembros de la familia enterrados. Como construcción aislada esta será posiblemente la que más me ha gustado de todo el viaje. Cuenta la leyenda que Tamerlan avisó para que no se le molestase en su descanso. Unos arqueólogos soviéticos, en 1941, quisieron abrir la tumba y se encontraron con muchas dificultades. Cuando por fin lo consiguieron se llevaron los restos a Moscú para analizarlos. A los dos días Alemania atacó a la Unión Soviética. Posteriormente devolvieron los restos a su lugar original, y la Unión Soviética comenzó a ganar batallas y a recuperar territorios. Estas son las típicas historias que gustan contar a los guías y escuchar a los turistas (entre los que me incluyo).



La verdad es que en Samarkanda está todo muy reconstruido. En uno de los mausoleos de la colina de Shahi Zinda se pueden ver fotos del antes y el después y uno se pregunta hasta qué punto lo que se ve es lo que se hizo, o solo reconstrucción.
Bueno, la cosa es que se hiciera cómo o cuando se hiciera, maravilla igual.
Luego llegó el plato fuerte, la plaza del Reghistan, con sus tres madrazas: a la derecha la de Ulugbeg, famoso astrónomo y nieto de Tamerlan. A la izquierda, la de Sher Dor, y al frente la de Tillya Kari.



No me voy a explayar mucho porque ya no me acuerdo de las explicaciones, que si el número de habitaciones o los metros de altura... De lo que sí que me acuerdo es de lo alucinantes que son.
Y también, como anécdota, que uno de los guardias que hay en la madraza de Ulugbeg me ofreció subir al minarete bajo una pequeña propina de 2,5 € (bajo cuerda, claro está). El acceso está bastante complicado, luego sacas casi medio cuerpo al vacío, pero las vistas merecen la pena.



Después de este empacho nos acercamos a la mezquita de Bibi Hanyum, la primera mujer de Tamerlán, pero que no le dio ningún hijo. Esta está bastante peor conservada, pero también es bonita.
Luego fuimos a un mercado cercano. Es curioso ver cómo se organizan por tipos de alimentos: los dulces por un lado, las verduras por otro, los arroces por otro... Este mercado debe ser enorme, pero solamente nos dio tiempo a ver una pequeña parte.
Como ya se nos había hecho la hora fuimos a comer el plov, el plato nacional. Nos llevaron lejos del centro a un sitio que como para encontrarlo... Debía ser de unos conocidos del guía porque estaba allí su cuñado, y nos llevaba hablando del sitio este cuatro días...
El plov es (más o menos, perdonen la ignorancia) un guiso de arroz con zanahoria amarilla, carne de ternera, de caballo, unas codornices y un poco de guindilla. Por lo menos el que comimos nosotros. A mi me gustó, estaba muy sabroso. Y de postre otro plato típico, el sumalak, hecho a base de brotes de trigo, según creí entender...



Una vez recuperadas las fuerzas, a continuar: el observatorio de Ulugbeg, con un museo asociado bastante interesante y expuesto de manera muy didáctica, el museo en la colina de Aphrosiab (que no merece mucho la pena), y el plato fuerte de por la tarde fueron los mausoleos en la colina de Shahi Zinda, como dijo uno que pasaba por allí: preciosísimos...



Para terminar, otro mausoleo (que me salen ya por las orejas, las madrazas, mausoleos y mezquitas, las tres M de todo viaje a Uzbekistán...)
Y luego de vuelta al hotel, a descansar del calor del día, que tuvimos 33º, a escribir las postales y a rehacer la maleta, que al día siguiente tocaba ya el último trayecto en coche.

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