12 marzo 2016

12-03-16 Una nueva aventura japonesa.




Un viaje largo como pocos. Salgo el jueves 10 de casa, después de celebrar el cumpleaños de Silvia, tres añitos ya. Tras el tren, metro hasta Barajas, y en cinco minutos llego al hotel a pasar una corta noche ya que a las cinco he quedado con el taxista para que me acerque al aeropuerto. Comparto taxi con una señora americana que vive en Qatar y va a visitar a su hija a París.
A esas horas el aeropuerto está vacío y sin esperar ninguna cola facturo sin ningún problema. Como es pronto y no hay nadie, antes de pasar el control de acceso procedo a desayunar unos bollos de Cundo, cortesía del hermanín. En ese periodo se empieza a llenar de gente, pero bueno, como siempre me hacen deshacer el equipaje de mano, diciendo que los cargadores y baterías no les dejan ver el resto… El vuelo sale puntual, y tras algo más de dos horas, en las que por supuesto no te dan nada de comer, me planto en Londres. Había yo oído hablar pestes de lo bordes que eran en este aeropuerto, y la cantidad de problemas que ponían. A mí no me tocó nada parecido, todo se hizo tranquilamente. De nuevo este vuelo salió puntual, un cuarto de hora de retraso que casi ni se cuenta, y que se recuperó en el camino. Este vuelo de larga distancia es de los peores que he hecho, en el sentido del entretenimiento a bordo, únicamente películas en inglés, en una pantalla chiquituja y de mala calidad. La comida no pasó de aceptable, pasando dos veces, cena (o comida) y desayuno. Casi doce horas de vuelo las que apenas duermo un par de horas. Menos mal que la nueva tablet me sirve de entretenimiento.



Los trámites aduaneros de entrada en Japón también se realizan muy rápido, la vez que más de todas las que llevo, que está será la séptima. Paso control de pasaporte, recojo el equipaje, paso control de aduanas y ya en el hall de llegadas cambio dinero. A partir de aquí me sobran más de dos horas para coger el vuelo interno, así que aprovecho para recargar la suica, para no tener que hacerlo a la vuelta, me acerco en bus a la terminal de vuelos domésticos y a esperar. Menos mal que hay wifi… Este tercer avión también sale con un cuarto de hora de retraso, pero las tres horas y media de vuelo aquí ya sí que caigo y entre cabezada y cabezada no me entero. En este vuelo tampoco dan nada. El equipaje en Ishigaki también sale sin problemas. El cansancio hace mella y me cuesta mantenerme despierto. Cojo un bus que en tres cuartos de hora me deja en Ishigaki. El hotel está relativamente cerca. Es un backpackers más que un hotel, bastante cutre, pero por los 115€ que me cuesta la semana no se le puede pedir más. Está limpio y tiene Internet. Tengo que esperar media hora a que llegue el hijo de la dueña, ya que esta no habla inglés. Aun así me ubica en la habitación, muy pequeña incluso para el estandar japonés. En este rato parece que me despejo, y me anima el correo de instrucciones de dónde y cómo quedar al día siguiente con la gente del club de buceo. Cuando llega el chico, que habla un inglés excelente, me da una serie de recomendaciones y en seguida me bajo al combini a comprar algo de comer, que desde el desayuno del avión a las seis de la mañana no he comido nada, y son las cinco de la tarde… Cuando vuelvo al salón común hay dos chicas, yo creo que cenando a las seis, mientras yo meriendo. 
 

Una es de Japón y la otra es inglesa. También aparece una pareja alemana, todos hablan perfecto japonés. Se nota un poco del ambiente mochilero. Tras la merienda una ducha para descansar el cuerpo, que ya está uno deseando quitarse la ropa después de tantas horas.
Paso como puedo el rato antes de ir a cenar, no me quiero acostar para irme acostumbrando, aunque el cansancio aparece de nuevo.


Ceno al lado del hotel, soba, y luego me doy un paseo para bajar la cena y para hacer todavía un poquito de tiempo, a ver qué tal se da la noche… porque mañana ya toca el lío…

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