04 julio 2013

29-03-13. Honmonji y onsen de nuevo

Este día teníamos una misión: rescatar las camisetas de Adela del onsen. Para ello le contamos la historia al chico de recepción del hotel. Llamó por teléfono al onsen y ¡albricias! Las camisetas estaban allí. Tuvimos que dar mil detalles de cómo era, colores, tallas, diseño, bolsa donde iban… Vamos, que se aseguraron bien que eran nuestras.
Para no desperdiciar el trayecto nos acercamos primero al templo de Honmonji (gracias, Ikusuki) y nos encantó. Es un templo muy poco conocido, un templo de barrio podríamos decir, casi desierto, pero que conserva la calma y tranquilidad que se le supone a los templos grandes. Y no es que sea éste de pequeño tamaño… Estábamos casi solos, y lo disfrutamos verdaderamente. Además, la señora de la tienda era una mujeruca mayor, un encanto.



Desde allí a tomar un tren para llegar a Shinbashi, coger la línea Yurikamome para Odaiba y llegar hasta el onsen. En el onsen nos trataron realmente bien. Fueron muy amables con nosotros. Volvieron a cerciorarse de que las camisetas eran realmente nuestras en base a un montón de preguntas. Luego le pedimos que dejaran entrar dos minutos a Adela, a ver si podía comprar la mochila de la otra vez, y no pusieron ningún problema. Así que después de diez minutos, tan contentos de vuelta, que hoy teníamos sesión doble de entrenamiento.



Adela esta tarde se animó a venir conmigo a ver los entrenamientos. Para el primero de ellos, a las tres de la tarde (al que por supuesto llegué un poco pillado) había quedado con Kaskos, pero el marica no se presentó. Bueno, le perdonaremos… El entrenamiento, genial, para variar.


Entre uno y otro teníamos un par de horas, y estuvimos dando una vueltecita por el pueblo, comiendo en el Saizeriya, matando el rato. Luego el segundo, con el abuelo, ya estaba petadísimo de gente. Aquí ya estaba Kaskos esperando, y la verdad es que me lo pasé pipa. Y Adela también, ahí en primera fila sin perder detalle.
De vuelta para cenar en Ueno yo tenía el antojo de ir a un izakaya, que no había estado nunca en ninguno, y gracias al par de frases de japonés que habla Kaskos encontramos uno, regateó con el de la puerta, consiguió un 10% de descuento, nos explicaba lo que había que pedir… Estuvo fenomenal, y las camareras, supermajas. Luego estuvimos acompañando a Kaskos a encontrar el hotel cápsula donde se iba a alojar la noche siguiente.
Y nada, esta era la última noche el Tokyo, que nos acostamos tarde, para variar…




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