06 septiembre 2011

7, 8 y 9 de agosto de 2011: El Camino Inca.

Para comenzar solamente decir que si hubiera sabido lo duro que iba a ser, me lo hubiera pensado dos veces. Había leído en foros que era duro, pero imaginaba que la gente no iba preparada, o no estaban acostumbrados a andar, y que no sería para tanto…
Corroboro que es duro. Ahora bien, después de haberlo hecho solamente quedan los buenos recuerdos y la satisfacción por haber conseguido superarlo con esfuerzo.
Empezamos bien, preparando lo que se avecinaba: nos pasaron a buscar a las 4:15. Eso quiere decir que nos tuvimos que levantar a las 3:45 de la mañana… Después de pasar a buscar al resto de integrantes nos dirigimos en furgoneta a Mollepata, el lugar de inicio. El grupo estaba compuesto por tres franceses (dos amigos más otro que viajaba solo), dos brasileños, cuatro alemanes, dos israelíes, un chico americano judío, una chica americana china que lo más bonito que tenía era el nombre (Linda) y una simpática pareja de españoles: nosotros!!
Después de desayunar en el pueblo, donde pudimos comprobar que los precios se habían duplicado, y de escuchar las explicaciones de Nico y Manuel, nuestros guías, nos pusimos en marcha sobre las ocho de la mañana. Esta primera etapa partía de 2900 m. y nos iba a llevar a dormir hasta los 3900 m., así que “to p’arriba”…

Mollepata, nuestro lugar de partida

El grueso del equipaje iba en una mochila grande a lomos de mulas y caballos, junto con las tiendas, la comida y toda la logística. Nosotros solamente llevábamos una mochila pequeña con lo básico: el agua, ropa de abrigo, un poco de comida y ya, que todo pesa.
Del camino poco que decir. Hay que andar y poco más… De vez en cuando parábamos a hacer descansos. Hasta la hora de comer el camino se hizo relativamente cómodo, con el grupo agrupado, valga la rebuznancia, quitando algunos “atajos” que aunque nos ahorraban varias curvas de la carretera, como bien dice el refrán,  “no hay atajo sin trabajo“. Esta primera comida fue la más floja de todas, pero hay que decir que estaba todo riquísimo y abundante.


Y después de comer, más de lo mismo. A partir de aquí la gente ya empezó a ir a su ritmo y el camino puso a la gente en su sitio: yo el último… Bueno, el penúltimo… Y Adelita, no sé si por las hojas de coca, como ella asegura, o la fuerza de voluntad y amor propio que tiene, despacito despacito, para adelante, se paraba a esperarme de vez en cuando. Dice que iba así para no darme preocupaciones… Bastante tenía yo con lo mío!!


Finalmente a eso de las cinco de la tarde llegamos al campamento. Hacía frío y corría el aire, pero el sitio, a los pies de las montañas (como nuestro amigo Marco) era bien chulo. Seguimos con el trastorno de horarios: a cenar a las seis de la tarde, ya noche cerrada, y a las siete a dormir. Repito que hacía FRIO. Ni con los sacos de North Face de -25º conseguimos entrar en calor en toda la noche. Se colaba el aire por todas las rendijas, y eso que la tienda (una de cuatro para nosotros dos) estaba dentro de una carpa… Además, supongo que por el tema de la altitud, el corazón no paraba de bombear como un loco, y casi no se descansaba…
A la mañana siguiente, a las cinco arriba. Nos despertamos con un matecito de coca caliente, y tras un buen desayuno, en marcha otra vez. Este día era el más duro. Si yo ya estaba muerto del día anterior, no quería ni pensarlo. Anduvieron ofreciendo caballos para la subida, y la americana china y uno de los brasileños aceptaron (los dos habían llegado más tarde que yo el día anterior. Bueno, la china llegó antes, pero no sé por donde fue porque no fue andando) pero yo ná de ná, a puro huevo.
Primero nos tocaba subir de 3900 m. a 4650 m. Mal de altura? Pues como que no. Pero claro, andar a esas altitudes es bastante fatigoso. Arriba, a los pies del Salkantay, el guía nos estuvo dando una charla sobre que hay que cuidar la naturaleza, que si el cambio climático y que si el retroceso de los glaciares… La verdad es que era el sitio idóneo para hacerlo, ya que allí, bajo esas montañas imponentes de más de 6000 m., te sentías una mierda, y yo pensaba que algún día la naturaleza se cobrará su venganza…


Ahora todavía quedaba lo peor: la bajada. Desde 4650 m. hasta 2900 m. Más de 1700 m. de bajada continua, por senderos llenos de piedras, matador para las rodillas. Todo el rato igual, todo el rato lo mismo. Porque cuando vas subiendo y no puedes con el cansancio, te paras, respiras, descansas y a seguir. Pero bajando no hay descanso que valga. Las rodillas sufren y por mucho que pares no descansan y siguen sufriendo… Yo llegué tan cansado a la comida que apenas probé nada. Me eché a dormir en un tablón ante el asombro generalizado de la concurrencia… Un sueñecito reparador para coger con un poco (solo un poco) más de fuerza la bajada.
Tras la comida, más de lo mismo: camino estrecho lleno de piedras por el que te adelantaban los arrieros con los transistores al hombro, triscando por las piedras como las cabras… Hasta que finalmente llegamos a nuestro destino tras una última subida a traición. Cuando llego al campamento, muerto-difunto por la paliza del día, observo con estupefacción como 4 de nuestros compañeros de camino están jugando un partido de fútbol!!! Pero si yo no podía dar un paso y ellos ahí, corriendo como locos detrás del balón… Ains, juventud, divino tesoro…
Este día no hacía tanto frío. Me anduve medio duchando en un caño de agua a la intemperie que me sirvió para quitarme toda la suciedad del camino. Y después de cenar, al sobre. He de decir que fue el día que mejor dormí de todos los que estuve en el Perú.



A la mañana siguiente, como el día era corto, nos dejaron dormir más tiempo: Hasta las cinco y media… De nuevo nos despertaron con el mate de coca, y a desayunar.
La verdad es que después de la paliza de los dos días anteriores, este tercer día de camino fue totalmente light. La primera parte se andaba por una pista para coches, ancha y con buen firme. 


La segunda parte, más chula, fuimos andando por un sendero, paralelos a un río, con continuas subidas y bajadas muy suaves. Aquí vimos un montón de orquídeas y otras flores, café, calabazas de árbol y se pasaba por más pueblitos. 


Ya digo que fue suave que terminamos a las 12:00. En un punto del camino nos esperaba una “fregoneta“ que nos llevó al sitio de la comida, y ya se acabó el caminar. A las 12:30 estábamos comiendo. De nuevo nos llevaron en furgoneta al siguiente punto del camino, Santa Teresa, y de allí a coger el tren para Aguas Calientes, ahora llamado Machu Picchu Pueblo. Tuvimos la suerte de que nos dejaron subir al tren justo cuando se puso a llover. Desde allí llegamos en una hora al pueblo, por un camino superchulo, entre vegetación, flores y montañas.




Nuestro hotel no estaba mal. Lo primero, una buena ducha de agua caliente para quitarnos la porquería de tres días de camino, y luego a cenar, que de nuevo al día siguiente tocaba supermadrugada para llegar al punto culmen del viaje: el Machu Picchu.

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