07 septiembre 2011

10-08-11 La joya del viaje: El Machu Picchu


Este día en teoría era el cuarto día del camino inca, pero bueno, se dedica todo a ver el santuario de Machu Picchu. Pero como ya estábamos en la civilización no nos levantamos a la misma hora que en el camino, no, no, no… Se acabó eso de levantarse a las 5 de la mañana. En esta ocasión nos dimos el lujo de levantarnos a las 4 de la mañana…
En fin, que para subir al Machu Picchu se puede hacer de dos maneras: o en bus o a pata. Nosotros teníamos el bus pagado, así que era tontería subir hora y media andando. De todas formas nos hubiéramos tenido que levantar a la misma hora. Así que a las cuatro y media ya estábamos en la cola. Adela se quedó tomando el café en el hotel, y cuando me dio el relevo me acerqué yo a desayunar un poco de fruta, porque el hotel estaba a un minuto andando.
Los autobuses comenzaban a salir a las cinco y media, así que una hora de espera viendo cómo la cola se hacía cada vez más y más larga. Finalmente a las cinco y media la cosa se puso en marcha y a nosotros nos tocó ir en el segundo autobús. La gente que fue en el primero no quiero ni pensar a qué hora se levantó para ponerse en la cola.
En veinte minutos llegamos, tras un camino de curva aquí curva allá, a la entrada del yacimiento. Como hasta las 6 no abren estuvimos un rato parados, juntándonos con nuestro guía y con el resto del grupo. Aunque parecía que había bastante gente en la entrada, una vez que se abrió la puerta la gente se fue desperdigando por todo el recinto y donde nosotros acabamos estuvimos prácticamente solos. El guía nos dio una explicación sobre la historia de los incas y del yacimiento mientras esperábamos la salida del sol, que fue espectacular.



Fuimos caminando viendo el templo del sol y otras construcciones hasta que se nos hizo la hora de subir al Wayna Picchu, la montaña de detrás que sale en todas las fotos. Realmente Machu Picchu significa montaña vieja, y es la montaña que está detrás, la que no sale en las fotos. La que está delante, la que todo el mundo fotografía, es el Wayna Picchu, la montaña joven. El verdadero nombre del yacimiento no se conoce.
Así que nosotros, a las ocho menos cuarto, comenzamos a subir. Tras algo más de una hora y alguna que otra parada, llegamos a la parte superior. Las vistas son alucinantes. Desde allí se ve perfectamente el sendero por el que se llega si se hace el camino inca tradicional, y tiene que ser una pasada llegar desde la puerta del sol y ver todo el yacimiento a tus pies. 


Después de disfrutar un rato en la cima, lo peor, como siempre, la bajada, por peldaños estrechos de piedra, y que nos llevó casi más que la subida. Llegamos abajo sobre las diez y media, cuando el siguiente turno ya estaba subiendo. Hicimos bien en subir a primera hora ya que luego empezó a calentar en condiciones.
Después de un rato de descanso seguimos la visita por las ruinas, ya a nuestro aire. Las recorrimos en varios sentidos intentando localizar en el terreno las cosas que veíamos en el plano. De lo que más me impresionó fue el Intihuatana, la piedra donde se atan los rayos solares. Y no sé si sería sugestión mía o qué, pero parecía que realmente la piedra desprendía energía. Luego fuimos a la casa del vigilante, o del guarda, a sacar la típica foto, la que todo el mundo tiene en la cabeza cuando se habla de aquí.




En total estuvimos siete horas en el yacimiento, y no estuvimos más tiempo porque queríamos bajar a ver el museo de sitio que cerraba a las cuatro de la tarde.
Como el autobús solamente te llevaba al pueblo y el museo estaba a mitad de camino tuvimos que bajar andando, de nuevo por escaleras de piedras irregulares… Tres cuartos de hora bajando escaleras… Cuando llegamos abajo, sobre las tres de la tarde, descansamos un rato mientras comíamos algo, un par de barritas energéticas, ya que desde el desayuno hacía casi doce horas, no habíamos probado bocado.
El museo no estaba mal, con fotos antiguas, y hacía sobre todo hincapié en el expolio de las piezas. El problema es que era bastante caro. El hombre de la puerta nos vio llegar desmadejaditos y se portó haciéndonos precio de estudiante. Sobre todo queríamos ir al museo para ver el jardín de orquídeas, pero tuvimos mala suerte ya que no era temporada. No obstante algunas sí que había, pero casi todas las habíamos visto por el camino.
Al terminar el museo nos fuimos al pueblo, veinte minutos andando, y tuvimos la suerte de que fue entrar en el pueblo, llegar a los sotechados, y comenzar a llover. Nos quedamos en una terraza tomando algo, yo una pizza (casi no había comido) y Adela un matecito de coca. 


Mientras yo descansaba Adela se fue a mirar tiendas (debe ser otra forma de descanso para ella), hasta que se nos hizo la hora de coger el tren para Ollantaytambo. Recogimos las mochilas del hotel y para la estación. Por el camino pasamos por un mercado de artesanía bastante grande y que no habíamos visto antes, pero ya no nos quedaba tiempo para mirar nada.
El tren fue un show, pero un show literalmente hablando. El trayecto no era muy largo, casi hora y media, pero nos dieron de comer y de beber, salió uno de los revisores disfrazado de demonio y empezó a bailar al ritmo de la música que salía por los altavoces y sacó a una pasajera para que bailara con él. 


Todo el tren acompañaba a los danzarines dando palmas, y luego una azafata imponente y un azafato nos hicieron un pase de modelos para intentar vender ropa de alpaca. Se nos pasó el viaje en nada…
Y nada más, al llegar a Ollantaytambo cogimos un mototaxi (otra experiencia) para llegar al hotel y a descansar, que estábamos muertecitos de la paliza y las emociones del día.

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