19 septiembre 2011

11-08-11 El Valle Sagrado



Como el día anterior nos habíamos acostado pronto porque estábamos muy cansados del madrugón nos pudimos levantar prontito para aprovechar bien el día. Después de desayunar al lado del hotel, en un restaurante llevado por unas chicas jóvenes y espabiladas, nos acercamos andando a las ruinas de Ollantaytambo, que estaban a cinco minutos. Estas ruinas en su mayor parte están muy bien conservadas. No cogimos guía porque ya estábamos cansados de la cantinela. Las recorrimos por nuestra cuenta, parándonos donde queríamos y pegando el oído a un grupo de franceses, para quedarnos con alguna cosilla. Estuvimos allí como hora y media. Era pronto, hacía fresquito y se estaba muy a gusto. Nos gustó especialmente la parte de las conducciones de agua.



Cuando terminamos pasamos a recoger las mochilas del hotel y fuimos a la plaza del pueblo para alquilar un taxi. Nos habíamos informado de las distintas opciones (taxi o colectivos) y el taxi, aunque más caro, nos permitía ir más deprisa para todo lo que queríamos ver.
En la plaza de pueblo preguntamos a un policía que dónde estaba la parada de taxis. El policía pegó un chiflido y se acercó un coche. El taxista de entrada pidió 150 soles. Nosotros ofrecimos 100. El taxista bajó a 120 soles. Después de mucho negociar nos lo acabó dejando por 120 soles.
El taxista resultó ser guía también, así que nos iba contando cosas interesantes. Además trabajaba en los trenes de Ollantaytambo. Lo del taxi era solo un complemento para los descansos.
La primera parada la hicimos en la iglesia de Maras. No teníamos pensado ir allí, pero como el taxista nos llevó, pues bueno… La iglesia resultó interesante. Había una persona del pueblo que nos iba enseñando cosas. Algunas esculturas de santos daban cosica, pero en general fue una buena visita.


De aquí nos fuimos a ver las salineras de Maras. Aunque había oído hablar de ellas pensaba que no merecían la pena, así que tampoco tenía tanto interés en ir. Menos mal que el taxista se empeñó en llevarnos. Fue la visita del día, y una de las del viaje, y creo sobre todo, que por inesperado.
Las salineras, como su propio nombre indica son unas “piscinas” para la extracción de la sal. Es un proceso artesanal y familiar. Cada familia tiene su piscina, y hay una barbaridad. La anécdota del día fue que nos entrevistaron una televisión japonesa, que cómo habíamos llegado allí, que cómo nos habíamos enterado, que si nos estaba gustando el Valle Sagrado… Además dio la casualidad que Adela llevaba una camiseta con unas cosas escritas en japonés y a la vuelta, ya fuera de cámara, nos preguntaron que cómo era eso, y estuvimos diciendo que nos gusta mucho Japón, que hemos estado dos veces, que queremos volver… Y nada, muy simpáticos. 



Allí compramos unos maíces recién tostados, de un montón de variedades distintas y que estaban espectaculares.
De allí nos fuimos a Moray, a ver las famosas terrazas. Estas tienen unas formas circulares concéntricas, bastante curiosas. Dicen que era una especie de laboratorio de cultivos, que simulaba las condiciones de la costa, de la sierra y de la selva, y experimentaban qué cultivos se deban mejor según las regiones. Pero al final no dejaban de ser más terrazas, de esas que ya empezábamos a estar un poco cansados de ver…


Finalmente nos dirigimos a la última parada del recorrido: Písac. Son unas ruinas bastante grandes a las que llaman el pequeño Machu Picchu. Quizá ese nombre sea un poco pretencioso, pero las ruinas no están mal del todo… La pena es que llegamos bastante tarde, estaba casi anocheciendo y empezó a hacer frío, y creo que nos vino de golpe toda la paliza de los días de atrás. Mientras Adela se quedó acurrucada en una esquinilla, yo me fui a dar una pequeña vuelta. El paseo era por una senda que daba al valle, chula pero algo peligrosa. Los escalones en algunos tramos no estaban para nada bien cuidados, y si te resbalabas te podías ir abajo. 


Por otro lado nuestro taxista se había marchado, así que entre que Adela estaba esperando, que no se veía el final del camino y que ya se había hecho tarde, me di media vuelta, esperando encontrar algún taxi que nos bajara al pueblo, ya que las ruinas están bastante distantes (una media hora por carretera, aunque se puede bajar andando a través de las ruinas, un camino chulo que de haber tenido tiempo me hubiera gustado hacer).
Afortunadamente en la puerta había un taxista esperando. Como era el último que quedaba no nos quedó más remedio que cogerle, a pesar del precio desorbitado que nos cobró. Nos llevó directamente al centro, donde cogimos un colectivo hacia el Cuzco, a unos 50 km.
Y fue así como, después de cinco días y un montón de kilómetros a cuestas, volvimos a pisar el ombligo del mundo.
Nos acercamos andando al hotel, aunque de camino paramos a comprar unas empanadillas en una pastelería. Eran las 6 de la tarde y no habíamos comido más que los maíces tostados. Después de un mini descanso cruzamos a recoger las chompas encargadas, ya que nos dijeron que las tendrían. Pero como les habíamos comentado que hasta el día siguiente no volvíamos no las tenían preparadas. Así que tras quedar con ellos a las 14:00, nos fuimos a dar una vuelta de nuevo por la plaza de armas, para cenar y acabamos cenando al lado del hotel donde nos tomamos unos Piscos sour.

1 comentario:

  1. por dios, nunca termina este viaje???

    por cierto, aprende poner comentarios...

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