26 septiembre 2019

10-08-19. Excursión por el Bromo.



Como nos pasaban a recoger a las tres de la mañana nos tuvimos que levantar a las tres menos cuarto. Habíamos dormido unas cinco horas, suficiente, dadas las circunstancias. Yo pensaba que nos llevaría nuestro chófer, pero no, la agencia nos ponía un land rover para esto. Son todos iguales, así que hay que fijarse en alguna característica. El nuestro tenía una pegatina de Red Bull enorme. Entre que los indonesios se parecen entre sí, que de noche todos los gatos son pardos y que con el frio van tapados hasta las orejas, es difícil luego reconocer al conductor. Bajamos a la caldera, recorrimos el mar de arena, y volvimos a subir la caldera hasta la zona de los miradores. Toda la cuneta estaba llena de Land Rover. Donde le pareció bien a nuestro conductor, un chaval bien majete, aparcó, diciéndonos que a las seis y cuarto teníamos que estar de vuelta en el coche. Nuestro mirador fue King Kong Hill. En el sitio han montado varios chiringuitos con todos para que la gente se pueda guarecer un poco del frío, y donde sirven distintas bebidas calientes. Como llegamos súper pronto Adela se quedó en uno de estos sitios a tomar algo para entrar en calor. Mientras yo bajé al mirador para coger sitio. No había prácticamente nadie, tres personas, así que tras esperar unos tres cuartos de hora con bastante frío a pesar el abrigo (el viento soplaba con fuerza y era lo más desagradable), decidí subir a avisar a Adela que me encontraba en el segundo mirador, por si ella me buscaba en el primero. Fue el momento en el que todo el mundo decidió bajar, así que me quedé sin un sitio estupendo, que luego comprobé que hubiera sido el mejor. A la vuelta estaba todo lleno, pero tenía la ventaja de que entre todos te tapaban el aire un poco, así que por lo menos no se pasaba tanto frío. Y luego están los que se te cuelan delante, a los que les da lo mismo que lleves allí hora y media, que llega un tío a última hora, se salta la valla, se pone en el medio y todos tan contentos. Otra cosa en la que hice el parguela fue en no saber cuál era el Bromo. Yo pensaba que era el que tenía vegetación verde, que es más fotogénico, pero no, es el de al lado, por el que salía humo de manera intermitente.




Había leído en el foro que por movimientos sísmicos habían cerrado el acceso al volcán como un mes antes de nuestro viaje, que solamente te podrías acercar a un kilómetro. Cuando el día anterior nos cogió el conductor en la estación de Surabaya nos confirmó que seguía cerrado, pero al llegar al hotel por la tarde, el chico del hotel nos dijo que esa misma mañana lo acababan de abrir, así que después de ver amanecer deshicimos el camino en el jeep hasta la caldera para hacer la subida a pie hasta el cráter. Menos mal que fuimos puntuales y salimos pronto, porque luego se forman unos atascos en las escaleras que no veas. Al bajar del jeep en el mar de arena te están esperando para ofrecerte caballos hasta la ladera, cosa que desechamos. Aquí abajo soplaba un poquito de aire, no tanto como arriba, pero lo suficiente para levantar una nube continua de arena negra, que se te metía por todos los sitios. Ya digo que tuvimos suerte, y para cuando quisimos llegar a las escaleras apenas había gente. Tras subir los 235 escalones que dicen que hay (yo no los conté) te asomas al cráter. Impresiona pensar que eso se puede poner en marcha en cualquier momento, pero quizás solo sea sugestión. Cuando quise bajar ya había bastante cola para subir. Una vez en la ladera aproveché para sacar el dron una vez más. Todavía no le tengo muy pillado el punto, necesito más práctica. De aquí nos volvimos al jeep. Para llegar a él conviene coger referencias una vez que te bajas, alguna sombrilla o algo, porque una vez que se llena el “parking”, no hay manera de saber dónde está.





Y ya estaba terminada la excursión al Bromo, unas vistas muy chulas, y el subir al volcán impresiona, pero creo que no la volveré a hacer. Así como no me importaría volver a Borobudur o Prambanan, esto, una vez visto, pues ya está. El chófer nos llevó de vuelta al hotel, sobre las ocho, a preparar maletas otra vez, y tras desayunar de nuevo en el hotel de al lado (el nuestro no tenía restaurante) emprendemos camino rumbo al Ijen.
El viaje nos llevó unas siete horas para hacer algo más de 200 km. Atraviesas unas montañas bastante chulas, llenas de vegetación. La parada para comer también la hicimos en un sitio para turistas, a pesar de que nosotros insistíamos a todos los conductores que nos daba igual un sitio que otro. También paramos a comprar alguna bolsa de patatas para cenar, porque nuestro hotel estaba en medio de ningún sitio, y además, por la hora a la que nos teníamos que levantar no merecía la pena salir a cenar fuera. El alojamiento era básico pero suficiente, con un dueño encantador, el Hadi Homestay. Adela cayó rendida, y a las 7 ya estaba sobando. Yo aguanté un poco más en lo que me comí las patatas fritas (que me sentaron fatal) y unas chocolatinas, pero a las ocho ya estaba igualmente frito.

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