22 septiembre 2019

06-08-19. Nos despedimos de Borneo y llegamos a Jogyakarta.


A primera hora, mientras la gente se despereza, aprovecho a estrenar el dron, cuando la selva todavía está amaneciendo.




El trayecto que nos queda hasta Kumai, el puerto de destino, nos lleva poco más de una hora. Nos despedimos de Borneo contentos con la experiencia. El vuelo hasta Java tampoco dura demasiado, y transcurre sin incidentes. Me sorprendió el aeropuerto de Semarang, amplio y nuevo, nada que ver con el de Kalimantan. En lo que recogimos las maletas y nos refrescamos un poco se nos había hecho la hora de comer. Y antes de ponernos en carretera y comer a mitad de camino, preferimos comer una hamburguesa en el propio aeropuerto. Ahora llegaba la única parte del viaje que no tenía preparada de antemano, el traslado a Jogyakarta (o Yoya, como dicen allí). Por el camino quería para a ver los arrozales de Candi Selogriyo, que lo había visto en un par de páginas y tenía bastante buena pinta. Primero lo intenté con los taxistas, que cobraban un precio fijo y cerrado de 650.000 rupias por el traslado a Yoya, pero me dijeron que no lo podían hacer. Entonces las dos opciones eran, o buscar un amigo de esos que hay en todos los sitios, o resignarme y no ver los arrozales. Decidimos intentar buscar un amigo. El primero que nos apareció (que fue quien finalmente cogimos) nos decía a todo que sí, todo sí, sí, sí. Hablas inglés? Sí. Nos puedes llevar? Sí. Cuánto nos va a costar? Sí, sí… Algo me decía que no se estaba enterando de nada. Así que buscamos a otro, que básicamente se quitó el marrón de encima y lo que hizo fue traducir a su colega lo que queríamos. Tras ponernos de acuerdo y decirnos el precio, 1 millón de rupias, intentamos regatear, pero nos tenían cogidos, era o eso, o irnos en taxi. Así que aceptamos, aun sabiendo que nos estaban engañando un poco. Y como el colega no tenía ni papa de inglés, allí acabó nuestra conversación en las cuatro horas que estuvimos con él. Tardamos en llegar a Candi Selogriyo unas tres horas, de milagro cuando ya empezaba a anochecer, y gracias a mi gps, que el tío no ponía el suyo por no gastar batería. Nos gustó el entorno, pero todavía me pregunto si mereció la pena, y no encuentro respuesta fácil. Posiblemente sí, porque lo vimos. De otra manera no hubiera podido opinar, pero esperaba más. No estaban especialmente verdes, y posteriormente en el viaje, encontramos otros más espectaculares. No obstante, nos gustó, y volví a sacar el dron.






Nos llevó una hora aproximadamente el recorrido desde y hasta el coche, que había quedado aparcado en el pueblo. Y gracias de nuevo al gps acabamos llegando a nuestro hotel en Yoya, el Aloha, sin duda un acierto. Estábamos cansados de tanto coche, así que cenamos en los alrededores, en la famosa calle Prawirotaman, y tras concretar con la recepción del hotel los detalles de la excursión del día siguiente a Borobudur y Prambanan, nos fuimos a descansar, que seguíamos con nuestra ronda de madrugones.

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