26 octubre 2016

09-08-16. Run to the Hill (of Mandalay).



Esto de despertarte en un sitio y por medio de un avión dormir en otro es algo que descoloca, ya no sabes en qué día estás, cuándo has visto una cosa u otra…
Puntual a las ocho nos esperaba nuestro chofer, el mismo chaval del día anterior, para llevarnos al aeropuerto de Heho, donde llegamos en unos cincuenta minutos. Gracias a que de equipaje de mano para el viaje llevábamos mochilas dentro de maletas pequeñas, pudimos facturar estas maletas y llevar de mano las mochilas. Y también facturar el paraguas, que como nos explicó muy amablemente el chico de facturación, es un arma peligrosa. No me imagino yo secuestrando un avión a paraguazos, pero bueno, la verdad es que dentro del avión tampoco nos iba a hacer falta…
El caso es que nos ponen la pegatina de la compañía con el destino, y para la sala de espera. En un ratito embarcamos en el avión de línea, que es como un autobús, que va haciendo paradas donde se monta y se baja gente, pero en formato avión. La primera parada la hicimos en Bagan, y la segunda ya fue la nuestra, en Mandalay (pronúnciese Mandaley).
Cuando llegamos, mientras esperamos nuestras maletas (las que hemos facturado en Heho, de lo otro todavía ni hablar) y nuestro arma de destrucción masiva particular en forma de paraguas, me dedico a contar mi historia del extravío al encargado de equipajes perdidos. Muy amable nos indica que tienen una oficina en el centro de la ciudad, donde llevan todas las maletas que llegan, para no tener que subir de nuevo al aeropuerto, que como vamos a tener ocasión de comprobar en breve, hay una buena tirada.
A la salida el gremio de los taxistas lo tienen todo perfectamente estructurado. Taxi privado, 12000. Taxi compartido, 4000 cada uno. Optamos por el taxi compartido, que ya está lleno a falta de dos personas que resultamos ser nosotros dos. El trayecto nos lleva casi una hora, por lo que llegamos al hotel sobre la una de la tarde. Repito mi historia de las maletas una vez más al manager del hotel, quien me asegura que va a hacer todo lo que esté en su mano para resolver mi problema. A las dos salimos a comer a un restaurante justo al lado del hotel, y cuando volvemos para preguntar si hay alguna novedad, el hombre tiene el detallazo de regalarnos dos polos del hotel para aliviar nuestro sufrimiento y que tengamos camisetas limpias para un día más. Ole ahí…
Así que sobre las tres y media, y mediante un taxista avisado por el hotel, emprendemos la marcha camino a las construcciones que hay a pie de la colina de Mandalay. El taxista intenta que le contratemos para el resto de actividades en la ciudad, pero ya lo teníamos todo reservado. No obstante nos da el consejo de que no empecemos a subir a la colina (andando, como queremos subir) más tarde de las cinco y media, pues nos perderíamos la puesta de sol. Y con esta información nos deja en el primero de los cinco edificios: el monasterio Shwenandaw. Aquí, a la entrada, hay que retratarse y comprar los billetes para los monumentos de Mandalay y Sagaing. Es un edificio de madera, precioso, con un montón de tallas en las puertas, en los tejados, en los pilares. Para mi gusto, lo más bonito de la tarde.








Justo al lado se encuentra el monasterio Atumashi, que estéticamente no ofrece demasiado, se trata de un edificio prácticamente vació, pero que mientras le estamos visitando empieza a jarrear con ganas, así que aprovechamos a resguardarnos dentro, lo que le da bastante encanto. A los diez minutos deja de llover y podemos seguir nuestra excursión.



Nos dirigimos entonces a la pagoda Kuthodaw, bastante bonita, con una cúpula dorada como se estila por aquí. Las vendedoras fueron más insistentes de lo necesario, así que se quedaron sin clientes.





Muy cerca también está la pagoda Sandamuni, con un montón de pagoditas blancas, que también nos gustó bastante.





Y por último, la pagoda Kyauk Taw Gyi, fue lo que menos nos gustó de los cinco edificios, que están realmente cerca unos de otros, y que pudimos visitar en unas dos horas. Este edificio recién pintado tenía un montón de luces verdes rodeando las columnas, lo que le daba un cierto toque kitsch.



Finalmente, a las seis menos veinte de la tarde, emprendimos la subida a la colina por unas escaleras que junto a la entrada a esta última pagoda. Como previsión habíamos traído unas bolsas de plástico para poder meter las sandalias, de ser necesario, ya que todos los edificios se ven descalzos. Pronto descubrimos que las chanclas es el calzado oficial de Myanmar. Así que aquí hicimos uso de las bolsas y con las sandalias en la mochila comenzamos a subir. Esta subida es todo lo agradable que puede ser subir por unas escaleras con un calor del demonio, una mochila a cuestas y descalzos. De vez en cuando, a lo largo del recorrido, hay un pequeño templito que sirve para coger aire, resguardarse a la sombra, y observar cómo la gente los parece usar como casa, con camas, barreños y demás. La última parte del camino, cuando la escalera se junta con la carretera, ya la hicimos calzados, después de una breve parada para coger fuerzas. Así que después de mucha fatiga llegamos a ver la puesta de sol por dos minutos. Fue suficiente y mereció la pena el esfuerzo.






A pesar de los ofrecimientos para coger un taxi decidimos bajar andando, esta vez por la carretera, por ver otro paisaje distinto al de subida, sin darnos cuenta que tras la puesta de sol se suele hacer de noche, y a mitad de camino no veíamos un clavel. Así que una vez abajo intentamos coger dos motos para que nos acercaran al hotel, pero nos pedían 6000, lo mismo que nos había costado el taxi, y les dijimos que ni hablar. Nos lo bajaron a 5000, y les dijimos que tampoco, y nos fuimos de allí para que engañaran a otro, pero no a nosotros. Así que justo abajo, a la salida, pillamos un taxi de verdad, que sentaditos cómodamente y con aire acondicionado, nos llevó al hotel por 5000.
Yo había leído que en Mandalay era relativamente difícil conseguir un taxi, pero mi experiencia no es así. Es relativamente difícil conseguir un taxi si lo quieres en mitad de cualquier calle, pero a la entrada (o salida) de los principales monumentos hay bastantes ofreciendo sus servicios. Eso sí, una vez que te alejas, o vuelves a por él o no hay manera.
Ya de vuelta en el hotel no teníamos noticias de nuestras maletas, así que no nos quedó más remedio que salir a comprar algo de ropa. Fuimos al Diamond Plaza y llegamos justo cuando estaban cerrando, a las ocho y media. Aun así fue suficiente.
Para cenar, de camino habíamos visto un sitio que tenía buena pinta, llamado BBQ, y para allá que fuimos. La verdad es que fue bastante decepcionante. El local estaba hasta arriba, la mayor parte eran extranjeros y los camareros estaban saturados. Les pedí expresamente algo que no picara y cuando me lo traen y empiezo a comer, se me queda dormido el paladar. Se lo digo al camarero y me dice que no pica, y yo abrasado (creo que en parte también por el desengaño de la maleta), así sin terminar nos fuimos de allí a descansar, que habíamos tenido buena paliza.

1 comentario:

  1. Qué bonito todo !!! Tengo que ir a verlo, tengo que ir a verlo, tengo que ir a verlo

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