12 diciembre 2012

12 de diciembre de 2012: Viva el lujo!


Tras dormir escasamente seis horas no nos quedó más remedio que levantarnos a desayunar, ya que cerraban el restaurante. Así que una vez desayunados no nos quedó más remedio que volvernos a meter a dormir a ver si nos hacíamos personas para poder afrontar el día.
Después de media horita de sueño reparador nos pusimos en marcha. El conserje del hotel nos facilitó el último trámite que nos quedaba: reservar el Desert Safari.
La ubicación de nuestro hotel era bastante buena (de momento). Justo enfrente está el museo de Dubai, así que esa fue nuestra primera parada. Qué decir del museo de Dubai que no se haya dicho ya… en fin… No es excesivamente caro (unos 70 céntimos la entrada), no lleva mucho tiempo verlo… Lo que más me llamó la atención fue el cariño que muestran los dubaitís por la taxidermia… Oye, todo lleno de animales disecados… Nada más entrar, tres gaviotas colgando de un sedal que uno piensa: qué pintan aquí estos bichos… Luego un flamenco a juego… Pero es que dentro hay muchos más: disecan de todo, camellos, murciélagos, coyotes, cabras… Eso sí, para dar realismo a unos dioramas que no hay por donde agarrarlos… Pipa me lo pasé haciendo fotos a los dioramas… Claro, es que hasta hace 60 años la historia de Dubai es, no voy a decir inexistente, pero casi desconocida.


Un arco tribalero




Después de este goce para los sentidos nos encaminamos al zoco textil. Había de todo, cosas cutres y cosas más cutres… Son las telas con las que se hacen ellos y sobre todo ellas los vestidos, pero hay algunas telas que supongo que serán para pijamas, porque hay que tener valor para salir con esos estampados por la calle (y lo digo yo…). Tras apartar a la gente que intentaba vender passsshhhhminas (parecían Rajoy) nos dirigimos al muelle del creek, la ría, vamos. 


Yo había leído algo sobre el Heritage Museum y para allá que nos fuimos. Al final no resultó eso, sino otro interesantísimo museo: la casa de Sheikh Shayed al Maktoum, el padre del invento. Tampoco valía para mucho, pero bueno, el paseo fue agradable. 


A la vuelta, aunque habíamos desayunado tarde, ya se nos había hecho la hora de comer. En un sitio que habíamos visto paramos, una terracita junto al agua, para poder disfrutar de la vista de los barcos y las gaviotas. La comida estuvo bastante rica. Yo pedí un kebab con yogur, y era carne de cordero tierna con especias. Me gustó. Y queso frito y humus.


Tras esto fuimos a coger un abra, una embarcación tradicional que por un dírham te lleva de un lado al otro de la ría en un par de minutos. Y es que amigos, al lado norte de la ría se encuentra el zoco del oro. Momento temido del viaje dada la afición de mi madre a comprar… He de anticipar que no llegó a mercar nada, pero bueno, disfrutó bastante viendo las impresionantes obras de arte en oro, con un gusto exquisito, para nada recargadas (ejem). Y recordándome cuando era menester que por qué no le había traído un anillo de tanzanita… (fallo imperdonable).



La famosa tanzanita

Aprovechamos para cambiar un poco de dinero aquí, a una tasa bastante mejor que en el aeropuerto (a 4,7), y luego callejeamos un rato por el zoco de las especias, donde compramos alumbre.



Una vez anochecido regresamos al hotel igualmente usando una abra. Teníamos que ponernos de bonito para ir al lujo! Cuando nos duchamos, afeitamos (mi madre no) y nos vestimos con nuestras mejores galas, cogimos un taxi para encaminarnos al Burj al Arab, el famoso hotel con forma de vela, el único hotel de 7 estrellas del mundo. Este hotel que se encontraba a 23 km del nuestro, según marcaba el taxímetro. Tras superar sin problemas el control de entrada (es necesario reserva previa), el taxi nos dejó al otro lado del puente, en la puerta principal. Lo primero que vimos fueron dos Rolls Royce que eran los taxis para los clientes del hotel. Dentro el hall era impresionante, con una fuente con juegos de luces y chorricos de agua bien chula. Y había dos acuarios enormes en las paredes. Pero grandes grandes. Estuvimos pajareando un rato hasta que se nos hizo la hora de subir al sky bar, en el piso 27 del hotel.
Estaba muy bien decorado, con un grupo tocando música ligera en directo que sonaba muy bien, pero la mesa que nos tocó no tenía muy buenas vistas. Yo me pedí un pisco sour, para rememorar buenos tiempos pasados, y mi madre un piña colada. Iba con el antojo y aunque no venía en la carta se lo prepararon. Y nos pusieron para picar unos maíces, que esto fue un poco cutre para lo que estábamos pagando (más de 50€ cada uno) pero bueno… También nos pedimos un surtido de postres. Teníamos que hacer un gasto mínimo de esos 50€, y no nos apetecía gastarlo todo en cocktailes, así que el surtido de postres. 5 postres. Más de 25 €. 5 postres minúsculos, que pasamos apuros para partirlos por la mitad para repartirlos… En fin…


En esto, cuando terminamos el plato, que se nos acerca el camarero y nos dice que una de las mesas buenonas se había quedado libre, y que si queríamos nos trasladaba allí. Así que rápidamente antes de que la ocuparan otros. Esto ya era otra cosa. Vistas alucinantes, y fotos también. Esto sí que merecía la pena. Así que nos pedimos otra piña colada. Tras dar buena cuenta de ella le pedimos la cuenta al camarero y nos dice que no habíamos llegado al mínimo y que si queríamos nos entraba otra piña colada… Así que adelante, a por la tercera…. Después de esto ya sí que nos fuimos, haciendo todas las fotos que no había hecho al entrar.






El hotel este está bastante cerca de una zona que había leído que estaba bien, el Souk Medinat Jumeirah. Realmente está a cinco minutos andando. Llegamos enseguida y nos pusimos a zascandilear por las galerías y los restaurantes, pero ya era bastante tarde y la mayor parte de las tiendas estaban cerradas. Pero en esto que vemos un puesto tenderete de frascos de arena con dibujos. Y mi madre que llevaba detrás de frascos de esos (vacíos) que ni sé. Así que allí hicimos la casi única compra del día, y nos fuimos al hotel más contentos que unas castañuelas. 



Nos tocó hacer una cola de unos diez minutos para el taxi. Eran más de las once de la noche y la gente salía de cenar. Pero tras recorrer los 23 km de nuevo en 16 minutos (los taxímetros de aquí te marcan todo esto, además del importe de la carrera), llegamos al hotel a descansar, que nos lo habíamos ganado.

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