03 noviembre 2016

17-08-16. Y volvemos a Yangon.



Dos días antes nos habían avisado de que nos cambiaban la hora del vuelo, nos lo habían adelantado veinte minutos, a las 10:05, así que a las ocho salíamos, en un taxi proporcionado por el hotel, hacia el aeropuerto. Allí las cosas están muy bien organizadas. Incluso tenemos la sorpresa de que nos devuelven 2.000 kyats a cada uno, no entiendo muy bien por qué. El vuelo se desarrolla sin incidentes y a la llegada a Yangon se produce el consiguiente jaleo a la hora de recoger las maletas, ya que las dejan simplemente en la puerta de la terminal y se agolpa todo el mundo como posesos. Además, si coincide la llegada de varios vuelos, se monta una buena. Nosotros tuvimos que quedarnos hasta el final del todo, ya que nos volvieron a obligar a facturar el paraguas.
A la salida de la terminal ya nos esperaban los taxis perfectamente organizados. Nos cobraron la tarifa estándar de 10.000. Según nos acercábamos al centro pudimos comprobar el caos circulatorio que reina en Yangon. Una hora tardamos en llegar al hotel, el Grand United Chinatown, situado, como su propio nombre indica, en pleno barrio chino. Tras tomar posesión de la habitación y preguntar en recepción a qué hora cerraban el mercado nos lanzamos a las calles.



Yangon es una saturación constante para los sentidos. Habíamos estado tan tranquilos en Bagan, en el lago Inle, incluso en Mandalay. Pero al llegar a Yangon es como si te dieran una bofetada. Por un lado el calor y la humedad, mayor que en otros sitios, por otro lado el tráfico intenso que te hacía estar constantemente en alerta. También la aglomeración de gente, las aceras llenas, sin apenas sitio para pasear, que nos hacía salir a la calzada la mayor parte del tiempo. Y por último, los olores, no desagradables (la mayor parte de las veces), pero sí muy intensos. Las calles son un gran mercadillo, en la zona donde estábamos nosotros sobre todo de fruta. Me llamó la atención el gran número de puestos de durián, esa fruta que está prohibida llevar en el metro en Singapur por su fuerte olor (a mí me huele a mierda, pero Adela, tan sensible a los olores, no lo encontró especialmente desagradable).
En primer lugar, tras observar desde el exterior la pagoda Sule, a diez minutos andando del hotel, nos acercamos a comer al Gekko, un restaurante de comida japonesa que tenía buenas críticas en TripAdvisor. Nos resultó bastante caro para lo que es el país, pero la cerveza, bien fría, nos supo a gloria con el bochorno que estaba cayendo.
Desde aquí nos acercamos andando a la estación de trenes, a preparar la excursión del día siguiente a Bago. Nos tocó dar toda la vuelta a la manzana porque no encontrábamos la entrada. Después de pasarnos de ventanilla en ventanilla tres veces, nos dijeron que no hacía falta comprar los billetes con antelación, que el mismo día valía. Había horarios a las seis, a las siete y a las ocho de la mañana. Para el de las ocho, con estar a las siete y media a comprar las entradas, nos dijo que valía. Con este trámite hecho y con tiempo suficiente ya fuimos a la visita grande de la tarde: el mercado de Bogyoke, relativamente cerca de la estación. Bueno, lo de con tiempo suficiente fue lo que nos imaginábamos nosotros. La chica de la recepción nos había dicho mal los horarios y a las cuatro y media muchas tiendas ya estaban cerrando, así que dimos una vuelta rápida para hacernos una idea de las cosas que había, con la intención de volver otro día con más calma. A las cinco estaba todo cerrado. Casi lo único que pudimos comprar fueron unos imanes.
Ahora ya sí que pasamos por la pagoda Sule, donde nos cobraron entrada. Nos gustó bastante a pesar del barullo que había por el tráfico.




Desde aquí nos retiramos a nuestros aposentos. El calor y el bochorno nos habían dejado bastante cansados y necesitábamos recuperar fuerzas. Además ya era casi de noche. Tras un rato de reposo en el hotel solo nos quedaba cenar, lo que hicimos en un restaurante cercano el B2O Café, pegado al templo chino. Bastante bien. Y lo que más nos llamó la atención: todo el caos del día, tanto de tráfico como de personas y puestos en la calle se había transformado en una ciudad casi desierta. Nos recogimos pronto que al día siguiente tocaba madrugar.

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