06 febrero 2013

14 de diciembre de 12. Se fue torciendo pero al final se arregló



Teníamos que aprovechar la mañana un poco más que el día anterior, ya que a las 15:30 habíamos quedado en el hotel para el Safari por el desierto, una de las turistadas más nombradas en Dubai. Como era viernes, el aparcacoches el hotel, un indio curioso con unos bigotones impresionantes, nos paró un taxi, ya que los viernes no circula el metro hasta la una del mediodía, más o menos (la hora depende de la época del año). Por lo que había leído en los foros y blogs, la mañana del viernes es mejor pasarla en un mall, donde la mayor parte de las tiendas están abiertas. Por lo que es el resto, totalmente cerrado. Como el día anterior habíamos ido al Dubai Mall, nos decidimos por acercarnos al otro famoso, el Mall of the Emirates. Llegamos allí como a las 10:30 de la mañana, tras unos 20 km en taxi. 

Craso error. Este día teníamos que habernos quedado un rato más en el hotel, porque las dos horas y media allí metidos se nos hicieron ETERNAS… Y es que en este mall, aparte de los restaurantes o cafeterías, no hay un triste sitio donde sentarse (al contrario que en el Dubai Mall, que tienes bastantes sofás por todo el lugar). Se notaba que era el día festivo, y estaba aquello más muerto que muerto. Lo único que me llamó la atención fue la pista de esquí, la más grande del mundo es un sitio cerrado, pero que como solo la ves desde unas cristaleras, pues ves a los niños bajar y ya está… Más tarde pudimos comprobar que en todos los centros comerciales hay exactamente las mismas tiendas, con poca variedad de artículos de unas a otras. Vamos, que quitando las particularidades externas, o la temática de cada centro comercial, las tiendas da igual donde vayas.



Quizá en lugar de estar esperando tanto tiempo a que abriera el metro, aburridos como monos, nos teníamos que haber cogido un taxi, igual que hicimos para venir, pero bueno, no se nos ocurrió, así que una vez en el metro, nos dirigimos a nuestro siguiente destino: el Monorrail de Palm Jumeirah. La parada de metro está bastante lejos de la del monorraíl, así que finalmente tuvimos que coger un taxi (pa sabido). Llegamos al invento, compramos los billetes, y tras eso, el tren que tenía que haber salido a las 13:40 se nos adelantó, salió antes de tiempo. Lo perdimos por dos minutos. El siguiente tardaba media hora en llegar, así que como íbamos a llegar bastante pillados al hotel para hacer el safari por el desierto, decidimos volvernos por donde habíamos llegado. El tío de la taquilla no nos quiso devolver el dinero, a pesar de que el tren había salido antes de tiempo, pero bueno, tampoco era una fortuna. Así que el camino de vuelta nos lo hicimos entero en taxi, casi 30 km. Menos mal que allí son superbaratos…




Una vez en el hotel, donde llegamos con bastante poco tiempo, me acerqué al supermercado que había en la esquina para comprar algo de comer, unas galletas, unos perritos y un agua. Rápidamente dimos cuenta de ello en la habitación y a las 15:30, hora prevista, estábamos abajo. Pasa un rato, pasa otro rato, otro rato más… y que no vienen a por nosotros. Preguntamos al conserje y amablemente llama a la agencia con la que lo habíamos contratado, y le dicen que habían venido a por nosotros y que no estábamos. Él les contesta que por allí no había pasado nadie, y que volvieran. Los de la agencia dicen que sí, que en un rato pasaban otra vez. Y pasa un rato, y otro rato más, y ya nos resignamos a quedarnos sin excursión. El conserje nos intentó colocar la del hotel, pero era más del doble de cara y estábamos un poco desilusionados.
Sobre la marcha improvisamos un plan alternativo, y lo primero que hicimos fue acercarnos en metro al barrio de Al Karama para comprar unos bolsos. No voy a decir de imitación, pero que cada uno entienda lo que quiera. Al salir de la estación del metro, ya en la primera esquina, nos abordó un “amigo”. Tras caminar un rato a nuestro lado, saca un folleto de relojes y en un inglés chapucero nos dice que lo que queramos: bolsos, gafas, ropa, relojes… Como nos daba lo mismo uno que otro, le decimos (bueno, ya sabéis quien dice) que estamos interesados en bolsos (yo no, eh) y le seguimos por las calles del barrio, que entre que era de noche, que ya no estábamos en la zona de lujo y que no había más que mierda por la calles oscuras, daba cosica. Nos lleva a una tienda de bolsos, aparentemente normal, y mientras unos colegas se quedan vigilando la calle, retiran un módulo de la estantería y aparece un cuarto secreto detrás, donde hay que encogerse para entrar. Como en las películas. Sólo por este momento ya mereció la pena la excursión. Allí nos empiezan con todo el muestrario de bolsos, relojes, gafas de sol… Y a mi madre que no le convence nada… Y el amigo intentando colocarme a mí algo… No sabía que pinchaba en hueso.
Pero inasequibles al desaliento, el amigo nos lleva a un piso que había justo enfrente de la tienda, al que se entraba por un portal de miedo, con una escalera prácticamente a oscuras, iluminado por una bombilla llena de mierda… En este segundo sitio tampoco nos (le) convence nada. Lejos de rendirse, nos lleva por unas callejuelas más adelante a otra tienda, donde pide una llave, y subimos a otro piso, mejor y más limpio que el anterior. Aquí ya hubo más suerte, y conseguimos algo que nos (le) gustó. Tenía un ligero parecido con un bolso que después mirando por internet valía 5000€ (sí, un bolso de cinco mil euros, no he metido un cero de más. Madre mía!!). Vamos era tan clavado que hasta tenía la tarjeta de garantía de la marca, y el amigo pretendía que era original… Pero no acaba aquí la cosa. Falta el reloj. Así que a otra tienda-local, en esta ocasión con el zulo camuflado en una falsa pared que pivotaba sobre unas bisagras, que se podía cerrar desde dentro con una puerta de seguridad… Vamos, unos profesionales. Aquí el truco para intentar que compráramos algo es que se acaba de establecer por su cuenta, y para empezar el negocio y que le diéramos publicidad, nos dejaba los mejores precios. Bueno, tampoco fue demasiado dinero el que nos gastamos en el reloj.
Después de despedirnos de nuestro amigo (por fin) nos dirigimos a nuestro siguiente destino: como no podía ser de otra manera, otro centro comercial. Tocaba el Ibn Mattuta Mall. Yo estaba ya un poco harto de centros comerciales, sobre todo tras el de por la mañana, pero he de decir que este me gustó muchísimo. Merece más la pena, bajo mi punto de vista, que el Mall of the Emirates. Su temática es sobre el recorrido de un viajero (Ibn Mattuta) del siglo XV o así. Nació en Marruecos, y recorrió desde Al Andalus hasta la China, pasando por Egipto, Persia o India. Y esta es la decoración de cada una de las zonas. Está muy bien puesto y como era viernes por la noche había mucha vida.





Aquí me compré unas playeras Nike chulísimas (como todo lo que me compro yo) y también cenamos una pizza en un restaurante donde la mayor atracción de mi madre fue intentar ver cómo podía comer una señora de las que van con el velo negro. Luego, sin más que hacer, nos volvimos al hotel, tras más de media hora de trayecto en metro. Al día siguiente nos tocaba viaje. De esta manera supimos sacar provecho a un día que se nos había puesto cuesta arriba pero que al final disfrutamos mucho.

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