Para este día realmente no tenía ningún plan, ya que como tenía el vuelo a las tres de la tarde, quería salir hacia el aeropuerto sobre las once y media, para no andar justo en los controles. Pensaba que con el jet lag iba a estar apalizado y no iba a tener ni tiempo ni ganas para hacer nada. Pero entre que me había quedado con la copla de los jardines el día anterior, y que pensé que no sabía si iba a volver alguna otra vez a Shanghai, hice un esfuerzo y volví para los jardines. Como ya sabía dónde estaban no estuve perdiendo tiempo buscando. Es una visita que me gustó, pero a pesar de ir cuando acababan de abrir, ya había bastante gente.
No me quise entretener mucho, así que después de algo más de una hora me volví al hotel para recoger las maletas y marchar al aeropuerto. Iba tan bien de tiempo que a la vuelta no quise coger el tren magnético, que sí, que es muy rápido, pero el billete cuesta 50 yenes frente a los 6 yenes del billete normal, y no sabía si más adelante me iba a hacer falta ese dinero. Y además, cogiendo el metro normal en las primeras paradas, me aseguraba un sitio sentado, y no tener que andar haciendo el trasbordo eterno en la estación de Longyang Road.
Sin más incidencias que reseñar, y después de dos horas y media de vuelo, llegué a mi querido Japón, donde mi primera comida fue la misma que la primera en China, unos onigiris en el Seven Eleven.
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