Teníamos que estar a las 7:45 en el punto de reunión para los chimpancés, que estaba a unos 5 km. de nuestro alojamiento, así que no nos tocaba madrugar demasiado, comparado con los otros días. Cuando llegamos no había demasiada gente, casi todos eran parejas o grupos pequeños, que se estaban preparando para la caminata. Como habíamos llegado pronto, vimos cómo se iba llenando de gente, y ya sí, algunos camiones de agencias grandes, pero tampoco con demasiada gente. Al poco nos metieron a todos en una sala. Nos pusieron un video de unos diez minutos, en perfecto inglés ugandés que no se entendía nada, sobre las medidas de seguridad a respetar, y luego repitieron en una charla las mismas medidas, para que la gente tuviera claro lo que se puede y no se puede hacer. No me extraña que tengan que repetirlo, porque luego se ve cada cosa…
Seguimos la ruta hasta encontrar un grupo más tarde, que va subiendo y bajando por los árboles. Cada poco entran en frenesí, y es una locura. A Adela le pasó uno bien cerquita, y sí que da un poco de cague. Les vamos siguiendo hasta que nuestra guía nos dice que mejor nos damos la vuelta, que piensa que podemos encontrar algo interesante. Y así es, al poco encontramos a uno, que ella le llama el vicepresidente, tranquilamente sentado en el suelo. Le hacemos fotos a placer, y al rato, cuando empieza a moverse, saca de no sabemos dónde, un trozo de mono muerto que tenía escondido para no compartir.
Es un buen colofón para una buena mañana. La hemos disfrutado bastante. Ya de vuelta en las oficinas nos dan el diploma de haber hecho la actividad. Aprovechamos a comprar un par de cosas en una tienda de recuerdos que hay allí mismo. Ahora nos tocaba ponernos en marcha hacia el QENP, que estaba a unas tres horas de camino. Pero primero pasamos otra vez por el pueblo para rematar un par de regalos.
Ya en ruta, esta vez el gps no nos preparó ninguna pirula. Claro, que tampoco había mucha pérdida. La carretera iba paralela a las montañas Rwenzori, que se veían nevadas a lo lejos. Un poco antes de llegar paramos a cambiar dinero en Kasese, una población bastante grande. En el banco no me dejaron, al no tener dni de Uganda, y me mandaron a una oficina de cambio. Me equivoqué y me metí en otro sitio, donde tres chicas pendientes del móvil tardaron en atenderme de mala gana, para decirme al cuarto de hora que era en el local de al lado. Finalmente conseguí cambiar, cada vez peor tasa según iba avanzando el viaje. Ya que estábamos, también echamos gasolina, y en la misma gasolinera compramos botellas de agua.
Cuando llegamos al cruce del río
vemos que, efectivamente, el puente está derrumbado, y hay bastante cola para
pasar. Se nos acercan dos “amigos” y nos dicen que dejemos el coche en esta
orilla, la orilla del parque, que ellos nos cruzan en su canoa por un módico
precio. Que para qué vamos a cruzar el coche al campamento para al día
siguiente tenerlo que volver a cruzar para ver el parque. Hombre, el
razonamiento es correcto, pero un poco de inseguridad sí que nos da dejarlo
allí. No obstante, como es la alternativa más lógica, cogemos todos los
bártulos, que no son pocos, y bien cargados nos cruzan al hotel, el Bush Lodge.
Una vez allí nos dan la última cabaña, y nos dicen que tengamos cuidado con los
hipopótamos, que salen por la noche del río para alimentarse y atraviesan el
campamento, que hay que avisar al guarda nocturno.
Qué exagerados, pensamos. Pero
no, efectivamente, mientras cenamos, nos viene el guarda nocturno, y nos enseña
con la linterna cómo un hipo cruza el campamento, a unos veinte metros de
nosotros. Ahora sí que nos lo tomamos en serio, y cada vez que tenemos que ir
al baño, bien pendientes no vaya a ser que estuviera otra vez por allí.
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