En un viaje a Uganda no es
normal pasar dos días en Kampala. Por lo que pude leer bastante gente pasa de
largo. Pero desde que un año perdimos el enlace y tuve que cuadrar sobre la
marcha el resto del viaje, por lo que pueda pasar me gusta dejar el primer día
“perdido”. Y el otro día era por aprovechar a hacer las compras y visitas que
se pudieran, y ya que teníamos días, hacerlo más tranquilo. Así que el segundo
día nos lanzamos a recorrer la ciudad.
Para ello, después de otro rico
desayuno, hablamos con la chica de recepción, por si podía avisar a alguien que
durante cinco o seis horas nos llevara en boda boda a los principales puntos.
Prefería hacer esto, con un precio más o menos cerrado, que andar buscando al
primero que pasara por la calle, sin ninguna garantía, y ponerme a regatear con
él. Así que por 160.000 chelines ugandeses, menos de 40 € con el cambio que
tuvimos, nos cogimos dos motos para todo el día.
Nuestro primer intento fue en el
templo Bahai, pero cuando llegamos nos lo encontramos cerrado por el covid.
Luego nos llevaron a ver el antiguo aeropuerto, donde Idi Amin organizaba
desfiles militares. Después fuimos, fuera de programa, a ver la estación de
autobuses. Alucinante el caos, de verdad que indescriptible cómo se pueden
organizar entre tanto minibús. También visitamos la mezquita nacional de
Uganda, desde cuyo minarete se veían las siete colinas, que según la tradición,
dieron origen a la ciudad.
Desde aquí marchamos a ver el palacio del Kabaka, el antiguo rey que aun hoy todavía guarda valor ceremonial. Como se encargaron de repetirnos varias veces, es el único que puede atravesar en línea recta la avenida que comunica su palacio con el parlamento. Le abren una puerta que hay en medio de una rotonda y ya está. Al resto les toca hacer la rotonda. Dentro de este palacio hay un antiguo bunker que se usó en tiempos de la dictadura como cárcel, y la verdad es que da un poco de cosica. En este palacio nos tocó como guía un chaval que nos la coló un poco con pinturas hechas sobre corteza de árbol, pero la verdad es que luego no las volvimos a ver en ningún otro sitio.
Como ya se había hecho la hora
de comer los motoristas, de los que solamente tenemos buenas palabras, nos
acercan a un sitio donde debíamos estar todos los turistas de Kampala. Cuatro o
cinco. Aquí descubrimos el african tea, un té infusionado en leche, al que
añaden varias especias, y que se convertiría en un clásico a partir de este
día. Después del primer contacto con la gastronomía local nos dirigimos a la
única visita que nos quedaba para por la tarde, la catedral católica de Rubaga.
Esta catedral tiene unas cristaleras bastante chulas dedicadas a los Mártires
de Uganda. Lo que me tuvo que aguantar Adela con la canción de Siniestro Total.
Nos quedaron algunas cosas en el
tintero, como la Basílica de los Mártires de Uganda, o la catedral de San
Pablo, de la Iglesia de Uganda, pero en general nos hicimos una buena idea de
lo que es Kampala, y más recorriéndola a pie de calle en boda boda. De aquí ya
nos fuimos al hostal a recoger maletas con todos los regalos, que al día
siguiente comenzábamos ruta. Como no era muy tarde, nos tomamos una cerveza en
la terraza, momento en el que cayó un chaparrón que si nos hubiera pillado un
poco antes nos hubiera dejado hechos una sopa.
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