No sé si llamar madrugar a esto
que hicimos este día, o quizá trasnochar. La cosa es que nos levantamos a las
doce de la noche, y a las doce y cuarto ya estábamos en marcha en el coche con
nuestro nuevo guía, que nos acompañaría en la excursión. Tardamos unos cuarenta
minutos en llegar al sitio desde donde se sale, Paltuding. Yo pensaba que el
levantarse tan pronto es porque si no no te da tiempo a hacer la actividad.
Pronto me di cuenta que no, que no había excesiva prisa. Lo primero es tomarse
un café. Aquí posiblemente haga más frío en el que Bromo, pero no corría tanto
aire, y además, en cuanto empiezas a subir, entras en calor rápido. Adela
aprovechó para comprar un par de bragas para el cuello en este café. Tras algo
más de media hora, que yo pensaba que me hubiera sabido a teta quedarme en la
cama, emprendimos la marcha. La excursión son 3 km. de subida, bastante
empinada pero por un camino de tierra apelmazada sin mayor problema. Bueno, a
mí me pareció que sin problema, pero vimos un par de muchachas que les había
dado un jamacuco y se habían medio desmayado del esfuerzo. Cuando nos quedaba
un km. para la cima, la parte más sencilla donde ya llanea, nueva parada a
descansar, o a mí me daba la impresión de que parábamos simplemente a hacer
tiempo. Nosotros llevábamos un par de buenos frontales, que nos vinieron
fenomenal, porque el pobre guía nos tenía preparadas una linterna de mano que
alumbraba menos que un dedo… Eso sí, las máscaras que nos llevó era de lujo, de
esas con filtros circulares, que menos mal. Yo pensaba que unas mascarillas de
esas blancas hubieran valido y, qué va…
Pues después de los 3km de subida
viene uno de bajada, este ya un poco chungo, según te metes en el cráter, entre
rocas sueltas, y un poco expuesto. Bajas viendo los frontales de la gente, pero
sin ninguna referencia más. Es de noche cerrada. Aquí volvimos a estar parados
un buen rato. Nuestro guía se reía de la gente que había bajado tan pronto,
diciendo, se les va a comer la nube de azufre. Y efectivamente, esa nube
irregular, que tan pronto iba para un lado como se nos metía encima, no hacía
más que tapar a la gente de debajo. Cuando te tapaba, a pesar de la máscara, no
podías casi ni respirar, y mucho menos tener los ojos abiertos. Lo único que
podías hacer era quedarte quietecito hasta que soplara para otro lado y dejara
de molestar. Finalmente acabamos bajando donde se ve el fuego azul. Al
principio me pareció un ful, porque estaba la nube medio encima y no se veía
casi nada. Pero a ratos la nube desaparecía, y era bastante chulo. Aquí, como
en todos los sitios, nos tocó el típico listo que se cuela en primera fila, con
el frontal encendido enfocando, sin dejar ver nada a nadie, a pesar de las
voces de todo el mundo. Cuando parecía que se nos venía la nube otra vez, el
guía nos metió en un cobertizo que usan los mineros para descansar, justo al
lado, que había uno dormido allí tranquilamente. No sé cómo podía aguantar ese
hombre, si yo con la mascarilla no podía casi ni respirar. Cuando se levantó la
nube nos acercamos de nuevo. Yo me hice el valiente y quise sacar una foto bien
de cerca. En ese momento volvió a cambiar el aire, me cubrió la nube enterito,
y estuve con la garganta irritada de la bocanada que me pegué unas cuantas
horas.
Finalmente sobre las diez de la mañana nos pusimos
rumbo al puerto de Ketapang para coger el ferry a Bali. Tardamos unos tres
cuartos de hora en llegar. Aquí, tras despedirnos del chofer que habíamos
tenido estos tres últimos días fuimos a comprar los billetes. Y bueno, en la
taquilla nos dicen que para comprar los billetes tenemos que comprar unas
tarjetas prepago que venden en una mesa a la entrada, donde unas chicas al
vernos pasar se echaron a reír y no fueron capaces de decirnos nada…
En resumen: empezamos a subir desde el parking a la 1:17. La subida nos llevó una hora, más los descansos. Y emprendimos la vuelta a las 3:58. Bueno, básicamente lo que hicimos fue quitarnos del medio de la nube, ascender a mitad de camino, y allí esperar a todo el mundo que iba bajando. Como el camino es estrecho y mucha gente había terminado, se apelotonaban los que subían y los que bajaban. Aquí tiene preferencia el que baja, ya que si se le hace tarde se queda sin ver el fuego azul. Los que subimos, en cambio, ya lo hemos visto, y nos da igual esperar un poco más. Estuvimos como media hora de pie en el mismo sitio hasta que vimos un hueco para ir subiendo. Los guías lo hacen bien y organizan los pasos de la mejor manera posible, pero siempre, como en todos los sitios, los que hacen lo que les da la gana y son los que organizan el barullo. Finalmente aquí es cuando entendí el por qué del madrugón. O llegas pronto o te comes una cola y una cantidad de gente abajo que dificultan el poder ver algo. A algo más de medio camino hasta llegar arriba nos sentamos en unas rocas otra hora sin hacer nada, simplemente esperando que se hiciera la luz y poder ver el lago que hay en el interior del cráter. Mucha gente pasó de esperar y se iba directamente, pero a mí fue lo que más me gustó, no el amanecer en sí, sino las vistas del interior.
Después del descenso, que nos llevó unos tres cuartos de hora, llegamos de nuevo al café a las seis y media de la mañana. Llegamos al hotel sobre las siete y media, y nos metimos a dormir una hora en la cama que nos supo a gloria. El dueño del hotel se portó con un desayuno estupendo, mientras nos contaba cosas sobre su jardín, totalmente plantado por él, y que estaba genial. También nos estuvo diciendo los distintos tipos de proyectos que tenía para el futuro para dinamizar la zona, enfoncarse en el turismo activo con distintas alternativas.
El ferry zarpó en seguida, y en
tres cuartos de hora llegábamos a nuestro último destino, Bali. Allí nos
esperaba el conductor del hotel donde nos íbamos a alojar los cuatro últimos
días, el Matahari Resort Dive & Spa, en la zona de Tulamben, ya que sobre
todo el objetivo era que yo buceara.
Este conductor no tenía prisa por
llegar, y continuamente nos preguntaba si no queríamos parar… Y nosotros que
no, que tirase… El tío tenía unas ganas de fumar que no veas… Eran unas cuatro
horas de camino, nos preguntó que cuándo queríamos comer, y le dijimos que a
mitad de ruta. A la hora ya nos había parado. Comimos rápido, le invitamos, no
nos dio ni las gracias, y seguimos. A la media hora nos para en un pueblo para
ver el mar… Pero vamos a ver, no te hemos dicho que no queremos parar? Tira,
anda, tira… Y tras preguntarnos unas cuantas veces más y nosotros solamente
querer llegar, finalmente, tras conducir a paso burra, ya casi de noche,
llegamos al hotel.
El resort está únicamente
orientado al buceo, así que estos primeros momentos les dedicamos a conocer las
instalaciones y el funcionamiento del sitio. También preguntamos por una
modista, para que Adela se pudiera hacer un traje con las telas que había
comprado. Nos dijeron que siguiendo la carretera, a medio kilómetro teníamos
una… Pero no la encontramos, así que como estábamos muertos del madrugón, de
los ocho kilómetros por el volcán y de la pesadez del coche cenamos muy bien en
el propio resort (descubrí el excelente batido de vainilla) y nos fuimos pronto
a descansar.
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