Nuestro vuelo salía a las nueve y
media de la mañana, así que tras poco más de cinco horas de sueño bajamos a las
seis y media a desayunar, a la vez que reservábamos el traslado al aeropuerto.
El sitio del desayuno estaba hasta arriba de gente, todos vestidos igual.
Parecía una romería. Y el desayuno era de comida indonesia. A mí a estas horas
no me apetece meterme bolas de arroz blanco en el estómago, así que tras tomar
un poco de fruta y unos cereales nos toca salir corriendo porque nos avisan que
nuestro transporte se va, diez minutos antes de lo previsto. El transporte no
es una furgoneta ni un coche, sino un autocar de 50 plazas, donde dejamos las
maletas como podemos. Una vez en facturación nos pesan las maletas, también la
de mano, y como solamente dejan 7 kg y me paso, la chica dice que a facturar.
De eso nada, empiezo a llenar los bolsillos del forro con las baterías,
cargadores… Finalmente la consigo dejar en 7,9 kg. Y la chica que me sigo
pasando y que tengo que facturar. Abro la maleta y le enseño: pero mira, si
está prácticamente vacía, que solo llevo la cámara de fotos… Pregunta al jefe y
me dejan pasar… Una vez hecha la facturación y con el billete llega la
operación contraria, vaciar los bolsillos del forro de los cargadores,
baterías… y volverlo a meter en la maleta.
El vuelo se realiza sin
contratiempos y en poco más de una hora llegamos a Borneo. Nuestras maletas
tardan un rato en salir. Afuera ya nos está esperando nuestra guía para los
orangutanes, Ita, una chica bastante despierta. Nos mete en un taxi mientras
ella se queda esperando a más gente. Una vez llegamos a los barcos nos pasan a
uno que tiene dos personas a bordo. Como sabíamos que nuestro barco era
compartido les saludo todo simpático. Me miran con cara rara, como diciendo, y
este quien es… Pues resulta que los barcos se ponen como en el Nilo, se
abarloan unos a otros, y este primero no era el nuestro, era el de esta pareja
que viajaban solos. Claro, por eso me miraban raro. Al final eran unos
italianos bastante simpáticos, que nos fuimos encontrando en todos los sitios
del viaje.
Una vez en nuestro barco
esperamos una media hora a que llegue la pareja con la que vamos a compartir viaje,
unos chicos de Madrid bastante simpáticos. Y ya zarpamos. Todavía nos queda
recoger a un australiano que viaja solo, y está en un resort en medio de la
jungla. El trayecto es super relajante, viendo el paisaje, y a pesar de que el
ruido del motor pudiera parecer pesado, al final el cerebro lo filtra y casi ni
lo oyes.
Y en estas se nos hacen las dos y
media de la tarde, y como a las tres alimentan a los orangutanes del primer
campamento, atracamos y tras un breve paseo de unos diez minutos llegamos a la
plataforma de observación. Aquí nos llevamos una de las grandes decepciones del
viaje. No voy a decir que no me gustara, porque sí, me gustó. Pero por un lado,
no me esperaba tantísima gente (si hubiera sido en el Bromo, que sabía que
estaba petado, o en Borobudur, que hay multitudes, no me hubiera extrañado).
Por otro lado, el comportamiento de algunos españoles me ataca los nervios. No
es la primera vez que pasa y hace que estén, por detrás de los chinos, en el
segundo lugar de países con los que no quiero compartir sitios de viaje. Voces,
carreras, colocarse delante cuando estás haciendo la foto. En definitiva,
ausencia de respeto. También hay que decir que es un determinado tipo de
españoles, más bien tirando a jóvenes. Las personas de cierta edad no tienen
estos comportamientos. Pero son los que nos encontramos. Nos dijeron los guías
que lo de los orangutanes es una actividad que típicamente hacen los españoles,
no siendo tan popular entre otras nacionalidades. De manera que seríamos un
70-80%.
También he de decir que tuvimos suerte, puesto que vimos orangutanes. Yo lo daba por hecho, pero no debe ser tan así. De hecho la guía nos comentó que el año pasado, durante dos meses, en una de las estaciones no vieron ninguno. Nos dijo que debía ser época del fruto del durian, esa fruta apestosa, y que a los orangutanes encanta, y que estaban en medio de la selva disfrutando el manjar.
Tras una hora y media nos pusimos en marcha. Nos esperaba un rico plátano frito para merendar. Como bastante gente ha comentado anteriormente, la comida del barco fue la mejor del viaje. La navegación seguía tranquilamente, sin más que hacer que observar las orillas en busca de algún mono narigudo. Tras la cena nos acostamos pronto, que teníamos todavía bastante paliza encima. Al contrario que otros barcos, no hicimos la excursión nocturna en busca de tarántulas y otros bichejos, no nos la ofrecieron y como estábamos cansado, tampoco dijimos nada. Nos dormimos con la mollera llena de ruidos selváticos.
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