Tal
como nos dijeron ayer, a las ocho de la mañana estaba puntual nuestro taxista.
No se trató del mismo de ayer, pero era igualmente agradable. Llegamos super
pronto, a las ocho y veinte. El hombre que se encargaba de los billetes, con
los dientes rojos del betel, muy ufano de hablar muy bien inglés, iba
preguntando a todos la misma cantinela: pasaporte, nacionalidad, nombre del
hotel… Viendo cómo se iba apuntando la gente se nos hizo la hora de zarpar.
Para llegar al barco hay que pasar unas pasarelas estrechas de tablones un
tanto arriesgadas, pero montan unos palos de bambú que hacen las veces de
barandillas, con lo cual si te caes al agua no solo te caes tú sino que
arrastras a los que sujetan los bambús…
El
trayecto en barco se hace cómodo, unos cuarenta minutos. Podemos contemplar
cómo está de crecido el nivel de las aguas, con campos inundados y árboles
sobresaliendo.
A la
llegada a Mingun han montado un tenderete para que todo el mundo se retrate
según sale del barco. No hay escapatoria posible. Y justo al dejar el tenderete
comienzan los vendedores de abanicos, collares y demás, siguiéndote un rato,
justo hasta que llegas a la primera esquina, donde ya se ve la pagoda de
Mingun, y su característica grieta del terremoto de 1838. Se puede subir a la
cima, si bien, como en todos estos sitios, hay que hacerlo descalzo, y aunque
la primera parte son escaleras normales, la última parte no es apta para todos
los públicos. No obstante las vistas desde arriba merecen la pena. Además en la
última parte hay un montón de chavales dispuestos a ayudarte por una pequeña
propina para la escuela.
Aunque
no figura en muchas guías nos pasamos por el edificio de al lado, dedicado a la
memoria de la memoria de… ya no me acuerdo, espera que lo miro, que yo no tengo
la memoria del señor en cuestión, que recitó 16.000 páginas de escrituras
budistas de carrerilla…
Justo
al lado está la campana de Mingun, dicen que la más grande del mundo. Bueno,
pues una campana sin más. Preferí quedarme haciendo fotos a los niños de fuera…
Y ya
como colofón nos queda la pagoda Mya Thein Tan (eso dice san google, mi guía la
llama Hsinbyume…) Es el edificio que a mí más de ha gustado de todo Mingun,
merece la pena venir aquí por verlo. En este edificio coincidimos con un grupo
de españoles con los que no hemos venido en el barco. Como también hemos
coincidido con algún grupo de italianos, esto me hace pensar que los grupos
grandes tienen otras maneras de llegar aquí distintas a las de la plebe…
En
el camino de vuelta, y dado que sobraba tiempo, paré a tomar un fanta, y a
reponer fuerzas, que el calor y la humedad me estaban deshidratando. Mientras,
Adela se fue a hociquear a ver si mercaba algo, pero no hubo suerte (o quizás
sí, depende cómo se mire). Así que a las doce y cuarto nos encaminábamos hacia
la hora estricta de salida, recalcada una y otra vez (luego no fue para tanto,
salimos cinco minutos tarde) cuando cruzándonos con una chavala que vendía
abalorios, no pudimos por menos que pecar.
El
viaje de vuelta se hizo igual de cómodo que el de la ida pero al revés.
Quitando ese instante breve e intenso cuando yo, en un raro momento en mí, me
había conseguido quedar ligeramente transpuesto, y fui bruscamente despertado
por unas salpicaduras de oleaje bravío que me empaparon la camiseta…
A la
llegada al puerto nos estaba esperando el taxista de por la mañana, con quien habíamos
quedado en que nos pasara a buscar. Esto resultó bastante útil de cara a
ahuyentar al resto de amigos que te ofrecen diversos medios de transporte. El
siguiente destino fue el monasterio de Shwe In Bin. Se trata de un bonito
monasterio de madera tallada, pero habiendo visto el día anterior el de
Shwenandaw no nos llamó tanto la atención.
Así
en unos veinte minutos salimos a buscar a nuestro taxista, que estaba de nuevo
esperando dispuesto a llevarnos a la pagoda Mahamuni. Dentro del recinto hay un
montón de puestos vendiendo budas dorados de todos los tamaños, coronas
radiantes, juguetes y artesanías varias. Por supuesto estas tiendas también hay
que visitarlas descalzo. Me gustó el ambiente de esta pagoda, llena de fieles
aplicando pan de oro en la estatua de buda (solo los hombres, que decimos de
los musulmanes, pero estos también tienen lo suyo), ofreciendo incienso y
rezando en general.
Después
de perdernos un par de veces buscando nuestra salida, finalmente encontramos a
nuestro taxista, quien por última vez nos estaba esperando para llevarnos al
mercado Zegyo. Al llegar buscamos un sitio en los alrededores para comer, que
ya eran más de las tres, y acabamos parando en uno llamado Min Min, que
aparecía en nuestra guía. No estuvo mal, a pesar de que no tenían cerveza.
Así
en lo que quisimos llegar al mercado eran casi las cuatro y media. Estaban
recogiendo todos los puestos, la mitad de ellos cerrados ya, pero tuvimos la
suerte de encontrar uno de telas, que era lo que andábamos buscando, a medio
recoger, que nos atendieron divinamente, aunque no quisieron regatear nada de
nada…
Al
terminar nos acercamos andando al hotel, unos veinte minutos, y cuando llegamos
nos dieron la buena noticia de que nuestras maletas ya estaban… en Yangon…
Bueno, poquito a poco, no vaya a ser que con las prisas les entre algo… El
resto de la tarde lo pasamos descansando en el hotel, de donde no salimos ni
para cenar, agotados del calor. La cena fue un poquito cara (como era de
esperar) comparada con lo que habíamos gastado hasta ahora, pero tampoco
excesivamente, así que sin duda nos mereció la pena.
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