Esto
de despertarte en un sitio y por medio de un avión dormir en otro es algo que
descoloca, ya no sabes en qué día estás, cuándo has visto una cosa u otra…
Puntual
a las ocho nos esperaba nuestro chofer, el mismo chaval del día anterior, para
llevarnos al aeropuerto de Heho, donde llegamos en unos cincuenta minutos.
Gracias a que de equipaje de mano para el viaje llevábamos mochilas dentro de
maletas pequeñas, pudimos facturar estas maletas y llevar de mano las mochilas.
Y también facturar el paraguas, que como nos explicó muy amablemente el chico
de facturación, es un arma peligrosa. No me imagino yo secuestrando un avión a
paraguazos, pero bueno, la verdad es que dentro del avión tampoco nos iba a
hacer falta…
El
caso es que nos ponen la pegatina de la compañía con el destino, y para la sala
de espera. En un ratito embarcamos en el avión de línea, que es como un
autobús, que va haciendo paradas donde se monta y se baja gente, pero en
formato avión. La primera parada la hicimos en Bagan, y la segunda ya fue la
nuestra, en Mandalay (pronúnciese Mandaley).
Cuando
llegamos, mientras esperamos nuestras maletas (las que hemos facturado en Heho,
de lo otro todavía ni hablar) y nuestro arma de destrucción masiva particular
en forma de paraguas, me dedico a contar mi historia del extravío al encargado
de equipajes perdidos. Muy amable nos indica que tienen una oficina en el
centro de la ciudad, donde llevan todas las maletas que llegan, para no tener
que subir de nuevo al aeropuerto, que como vamos a tener ocasión de comprobar
en breve, hay una buena tirada.
A la
salida el gremio de los taxistas lo tienen todo perfectamente estructurado.
Taxi privado, 12000. Taxi compartido, 4000 cada uno. Optamos por el taxi
compartido, que ya está lleno a falta de dos personas que resultamos ser
nosotros dos. El trayecto nos lleva casi una hora, por lo que llegamos al hotel
sobre la una de la tarde. Repito mi historia de las maletas una vez más al
manager del hotel, quien me asegura que va a hacer todo lo que esté en su mano
para resolver mi problema. A las dos salimos a comer a un restaurante justo al
lado del hotel, y cuando volvemos para preguntar si hay alguna novedad, el
hombre tiene el detallazo de regalarnos dos polos del hotel para aliviar
nuestro sufrimiento y que tengamos camisetas limpias para un día más. Ole ahí…
Así
que sobre las tres y media, y mediante un taxista avisado por el hotel,
emprendemos la marcha camino a las construcciones que hay a pie de la colina de
Mandalay. El taxista intenta que le contratemos para el resto de actividades en
la ciudad, pero ya lo teníamos todo reservado. No obstante nos da el consejo de
que no empecemos a subir a la colina (andando, como queremos subir) más tarde
de las cinco y media, pues nos perderíamos la puesta de sol. Y con esta
información nos deja en el primero de los cinco edificios: el monasterio
Shwenandaw. Aquí, a la entrada, hay que retratarse y comprar los billetes para
los monumentos de Mandalay y Sagaing. Es un edificio de madera, precioso, con
un montón de tallas en las puertas, en los tejados, en los pilares. Para mi
gusto, lo más bonito de la tarde.
Justo
al lado se encuentra el monasterio Atumashi, que estéticamente no ofrece
demasiado, se trata de un edificio prácticamente vació, pero que mientras le
estamos visitando empieza a jarrear con ganas, así que aprovechamos a
resguardarnos dentro, lo que le da bastante encanto. A los diez minutos deja de
llover y podemos seguir nuestra excursión.
Nos
dirigimos entonces a la pagoda Kuthodaw, bastante bonita, con una cúpula dorada
como se estila por aquí. Las vendedoras fueron más insistentes de lo necesario,
así que se quedaron sin clientes.
Muy cerca también está la pagoda Sandamuni, con un montón de pagoditas blancas, que también nos gustó bastante.
Y
por último, la pagoda Kyauk Taw Gyi, fue lo que menos nos gustó de los cinco
edificios, que están realmente cerca unos de otros, y que pudimos visitar en
unas dos horas. Este edificio recién pintado tenía un montón de luces verdes
rodeando las columnas, lo que le daba un cierto toque kitsch.
Finalmente,
a las seis menos veinte de la tarde, emprendimos la subida a la colina por unas
escaleras que junto a la entrada a esta última pagoda. Como previsión habíamos
traído unas bolsas de plástico para poder meter las sandalias, de ser
necesario, ya que todos los edificios se ven descalzos. Pronto descubrimos que
las chanclas es el calzado oficial de Myanmar. Así que aquí hicimos uso de las
bolsas y con las sandalias en la mochila comenzamos a subir. Esta subida es
todo lo agradable que puede ser subir por unas escaleras con un calor del
demonio, una mochila a cuestas y descalzos. De vez en cuando, a lo largo del
recorrido, hay un pequeño templito que sirve para coger aire, resguardarse a la
sombra, y observar cómo la gente los parece usar como casa, con camas, barreños
y demás. La última parte del camino, cuando la escalera se junta con la
carretera, ya la hicimos calzados, después de una breve parada para coger
fuerzas. Así que después de mucha fatiga llegamos a ver la puesta de sol por
dos minutos. Fue suficiente y mereció la pena el esfuerzo.
A
pesar de los ofrecimientos para coger un taxi decidimos bajar andando, esta vez
por la carretera, por ver otro paisaje distinto al de subida, sin darnos cuenta
que tras la puesta de sol se suele hacer de noche, y a mitad de camino no
veíamos un clavel. Así que una vez abajo intentamos coger dos motos para que
nos acercaran al hotel, pero nos pedían 6000, lo mismo que nos había costado el
taxi, y les dijimos que ni hablar. Nos lo bajaron a 5000, y les dijimos que
tampoco, y nos fuimos de allí para que engañaran a otro, pero no a nosotros.
Así que justo abajo, a la salida, pillamos un taxi de verdad, que sentaditos
cómodamente y con aire acondicionado, nos llevó al hotel por 5000.
Yo
había leído que en Mandalay era relativamente difícil conseguir un taxi, pero
mi experiencia no es así. Es relativamente difícil conseguir un taxi si lo
quieres en mitad de cualquier calle, pero a la entrada (o salida) de los
principales monumentos hay bastantes ofreciendo sus servicios. Eso sí, una vez
que te alejas, o vuelves a por él o no hay manera.
Ya
de vuelta en el hotel no teníamos noticias de nuestras maletas, así que no nos
quedó más remedio que salir a comprar algo de ropa. Fuimos al Diamond Plaza y
llegamos justo cuando estaban cerrando, a las ocho y media. Aun así fue
suficiente.
Para
cenar, de camino habíamos visto un sitio que tenía buena pinta, llamado BBQ, y
para allá que fuimos. La verdad es que fue bastante decepcionante. El local
estaba hasta arriba, la mayor parte eran extranjeros y los camareros estaban
saturados. Les pedí expresamente algo que no picara y cuando me lo traen y
empiezo a comer, se me queda dormido el paladar. Se lo digo al camarero y me
dice que no pica, y yo abrasado (creo que en parte también por el desengaño de
la maleta), así sin terminar nos fuimos de allí a descansar, que habíamos
tenido buena paliza.
Qué bonito todo !!! Tengo que ir a verlo, tengo que ir a verlo, tengo que ir a verlo
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