Me
desperté sobresaltado y miré el despertador todavía con los ojos medio
cerrados. Mierda! Nos hemos quedado dormidos! Era lo menos que nos podía pasar
después de tanto cansancio acumulado. Habíamos quedado con el barquero a las
ocho y eran las nueve y cuarto. Salí rápidamente por si el hombre seguía
esperando, pero qué va, lógicamente se había marchado. La chica de recepción no
sabía si iba a volver, pero me cuenta que le ha dejado la tarjeta, por si
acaso. Así que le llaman por teléfono y el hombre se presenta en cinco minutos.
Nos damos una ducha rápida como podemos y sin desayunar nos vamos con el
hombre. Nos lleva al embarcadero y allí comienza nuestra andadura por el lago
Inle. Bueno, realmente comienza nuestra andadura por el canal que conecta
Nyaung Shwe con el lago Inle. Recuerdo un sentimiento de felicidad, de por fin
estar en el lugar deseado pese a todas las vicisitudes, y poder disfrutar de un
poco de tranquilidad.
Con
nuestro barquero pudimos comprobar una de las características de los birmanos:
su afición al betel.
Tal
y como había leído en el foro, justo donde el canal desemboca en el lago, había
un par de barcas con dos individuos tirados sin pegar palo, que en el momento
que nos vieron llegar se pusieron a hacer el paripé con el remo y las redes. Ni
me molesté en sacar la cámara. Más adelante tuvimos la oportunidad de ver a
verdaderos pescadores con las redes o recogiendo algas.
Pese
a que en el correo habíamos pedido a la agencia que no queríamos visitar
tiendas, nuestra primera parada fue en una fábrica de seda, extraída no del
capullo del gusano de seda, sino del loto. Estuvimos un rato por la tienda y a
la salida le dije al guía que no queríamos visitar más tiendas.
-
Entonces no quiere ir a la fábrica de cigarros?
-
No.
- Y
tampoco quiere ir a la fábrica de canoas?
-
No, tampoco.
- Y
a ver a las mujeres de cuello largo?
-
No, ahí tampoco quiero ir. (más que nada porque no me gusta que se les trate
como atracciones de feria).
-
Pues entonces, dónde quieres ir?
-
Ah, pues tú sabrás, que eres el guía…
Como
se quedaba sin hacer nada le dije que si al mercado, y me dijo que ya no era
posible, demasiado tarde, que el mercado era de 7 a 10 y que como nos habíamos
quedado dormidos pues que ya nada. Tampoco es que nos importara demasiado, pero
bueno, no hubiera estado mal. Yo le insistía que a Inthein, pero él me decía
que más tarde. Así que sin muchas más alternativas nos dirigimos a la pagoda Phaung
Daw Oo, donde se conservan cinco figuras de buda que han dejado de ser
reconocibles como tales por estar totalmente cubiertas de pan de oro. Por
primera vez tuvimos que hacer el gesto que tantas veces repetiríamos a lo largo
del viaje, descalzarnos para entrar en la pagoda. La gente estaba allí a lo
suyo, rezando, sin preocuparse de las dos parejas de extranjeros (nosotros y un
matrimonio alemán mayor) que deambulaban por el recinto. En los bajos de la
pagoda hay un mercado, casi todo de longis, el vestido típico de Birmania, en
el que los vendedores apenas te insisten.
Así
a lo tonto se nos había hecho la hora de comer. El barquero nos llevó por una
red de canales hasta el restaurante que le pareció, que nos gustó bastante.
Eran una serie de cabañitas construidas sobre el agua y conectadas entre sí por
pasarelas, desde donde se veía a la gente pasar en sus barquitas. Ahí estuvimos
contemplando un poco la vida del lugar.
Ahora
ya sí que pusimos rumbo a Inthein, a donde se llega a través de un canal con
varias represillas. Solo hay un sitio para pasar, de manera que si venía
alguien de frente, como nosotros íbamos contra corriente no teníamos
preferencia, le dejábamos pasar.
Hasta
llegar a la pagoda de Inthein hay que recorrer un largo camino con una
pendiente suave, sotechado, lleno de vendedores, que parece que no vas a llegar
nunca. Pero llegas, y las vistas merecen la pena. A estas horas del día las
baldosas ya quemaban, así que con el cansancio acumulado tampoco nos
entretuvimos demasiado tiempo. Lo justo para disfrutarlo. Como anécdota, dentro
del edificio principal, al lado de uno de los budas, tenían una televisión
puesta con un combate de boxeo tailandés. Y los monjes viendo el combate. Me
resultó curioso.
El camino de vuelta se hizo más rápido que el de ida debido a la corriente favorable, y nos dirigimos a la última parada del tour, el monasterio del gato saltarín, Nga Phe Kyaung. En el monasterio había bastantes gatos, pero ni saltaban ni nada. También había varias estatuas de madera de buda, de las más antiguas que veríamos en el viaje. Y por supuesto, las correspondientes tiendas, donde ya, después de tantas ocasiones perdidas, algo tuvimos que comprar.
Desde aquí ya pusimos rumbo a Nyaung Shwe, donde llegaríamos a las cinco de la tarde. No quiero imaginar qué habría pasado si hubiéramos hecho todas las visitas a las fábricas y tiendas.
Tras
pagar al barquero y seguir sus indicaciones, nos acercamos a la agencia de
viajes, para saludar y presentarnos. Nuestro barquero llegó antes que nosotros,
y resultó ser el 7º hermano de la familia (no sé si sería el séptimo hijo de un
séptimo hijo), mientras que el dueño era el sexto.
Antes
de marchar al hotel pasamos a reservar un masaje en la casa de la familia Win.
La señora andaba ocupada en ese momento y nos dio hora para las ocho. Ya en el
hotel descubrimos que de las maletas no había noticias así que estuvimos
descansando un rato hasta que se hizo la hora del masaje. Cuando llegamos
estaba todo cerrado. Apareció un hijo de la familia y nos dijo que a las ocho
se cierra, y que para el día siguiente. Le dijimos que nos habían dicho que a
las ocho pero no hubo manera. Así que nada, a cenar al Live Dim Sum House, que
nos pillaba justo al lado del hotel. La cena estuvo bastante bien, en un sitio
tranquilo y agradable. No nos entretuvimos mucho, nos esperaba nuestra primera
noche completa en cama desde había bastante.
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