Después de la paliza del día
anterior, decidimos bajar un poco el ritmo, y en vez de salir a las 8 del
hotel, salimos a las 8 y media. Como aún no lo he comentado aprovecho para
decir que nuestro alojamiento era el Kenzo & Kiara Guest House, muy bien
ubicado, a cinco minutos andando de la Fontana, al lado de la plaza Barberini,
donde está la fuente del Tritón.
Este día habíamos decidido
dedicarlo a visitar iglesias, ya que al ser festivo, el resto de monumentos
estarían cerrados. Nuestro primer destino fue la Iglesia de Santa María de la
Victoria, donde se encuentra "El Éxtasis de Santa Teresa", en
proceso de restauración, dato que conocíamos y que poco disminuyó lo mucho que
nos gustó esta escultura de Bernini. Se podía ver bastante bien pese a los
andamios. Además este segundo día yo ya llevaba grabado en el móvil la
audioguía de Roma (que el primer día se me había olvidado meter) y gracias a
ella fuimos siguiendo todas las explicaciones y disfrutando más las visitas.
Porque así, por lo menos, sabes lo que estás viendo y lo contextualizas en un
momento concreto.
Desde aquí nos dirigimos,
siguiendo la calle, hasta la Basílica de Santa María de los Ángeles y los
Mártires, ubicada en el caldarium de las antiguas termas de Diocleciano. De
esta Basílica nos llamó la atención la organización del espacio y la altura de
la nave. También nos sirvió para darnos cuenta de la monstruosidad de
construcción que debieron ser en su época las termas.
Luego la idea era visitar la
Basílica de Santa María Maggiore, pero como Santa Prassede está justo al lado y
cierra al mediodía, pasamos primero por ella, no fuera a ser que a la salida de
Santa María Maggiore estuviera cerrada. De Santa Prassede destaca una capillita
lateral (en la que hay que echar duros para la iluminación, como en muchos
sitios de Roma) decorada con mosaico bizantino.
Y de aquí ya sí que pasamos
por Santa María Maggiore. Solamente vimos el interior de la basílica. Se pueden
visitar, pagando, otras zonas, pero no lo hicimos por falta de tiempo.
Continuando calle adelante nos
acercamos a San Juan de Letrán. Antes paramos a medio camino a tomar el
tentempié de media mañana. Fue nuestro primer gelatto y capuccino,
respectivamente. Personalmente, San Juan de Letrán fue de las iglesias que más
me gustó, por las esculturas con las que está decorada, el pequeño cimborrio y
el mosaico del ábside de la cabecera. Aprovechamos y también entramos a ver el
claustro (entrada 5€) que sí nos gustó, sobre todo por el ambiente de
tranquilidad que se respiraba.
A la salida observamos que la
calle estaba cortada y que había bastantes coches de policía... Y es que como
era el 1º de mayo, en la parte de delante de la basílica habían montado un
escenario para actuaciones, para celebrar la fiesta, y estaba lleno de gente
con banderas revolucinario-sindicalistas. Había mucho ambiente, la verdad.
Así que nos dirigimos al
siguiente punto, que era la Basílica de San Clemente. Esta iglesia en sí no es
demasiado llamativa, y además no dejan hacer fotos (bueno, por lo menos hay
carteles, que la gente se pasa por el forro). Se salva el bonito mosaico que
hay en el ábside. Pero por lo que merece la pena es porque se pueden visitar
tres estratos históricos distintos (previo pago de 10€): la iglesia actual,
otra inferior paleocristiana, y un tercer nivel con un santuario dedicado a
Mitra. Una visita realmente interesante.
A la salida de la basílica comí
en un pizza-kebab justo en la puerta. Bueno, ahí lo compré, y lo comimos en el
parque que hay justo al lado, junto al Coliseo.
Tras un breve descanso,
seguimos la ruta hacia la Basílica de San Pietro in Vincoli, donde se encuentra
el famoso Moisés de Miguel Ángel. Cuando llegamos, aunque la iglesia estaba
medio vacía, al lado del Moisés había varios grupos con guía. Parecía que había
mucha gente, pero como estos grupos aparecen y desaparecen con gran rapidez (al
igual que en el Vaticano), en no mucho tiempo despejaron las vistas y pudimos
apreciar esta obra maestra en todo su esplendor.
En general, la dinámica de las
visitas a las iglesias era: llegamos, nos sentamos, ponemos los cascos con la
audioguía, escuchamos la explicación, y luego ya vemos lo que haya que ver en
cada sitio. De esta manera también aprovechábamos para descansar.
Desde aquí, y siguiendo la Vía
de los Foros Imperiales, continuamos hasta la plaza de Venezia, para acabar,
casi al lado, en la Iglesia del Gesú, la primera iglesia jesuita del mundo.
A
estas alturas yo ya empezaba a estar un poco saturado de ver iglesias, y
todavía nos quedaban varias. Además ya se empezaban a mezclar… ¿dónde habíamos
visto este mosaico? ¿y la que tenía las estatuas así y asao cuál era?
Pero inasequibles al
desaliento, seguimos hacia la Basílica de Santa María sopra Minerva, la única
iglesia gótica de Roma. Justo en su plaza está la famosa estatua de “El
elefantino”. La iglesia en sí, aun gustándome, me decepcionó un poco, ya que
una compañera de trabajo me había hablado poco menos que maravillas, y es lo
que pasa cuando esperas algo excepcional y te encuentras con algo muy bueno,
que esperabas más. Lo que menos me gustó, el techo pintado de azul con
estrellitas.
Nuestra siguiente parada fue
la Iglesia de San Luís de los Franceses. Está justo al lado de la plaza
Navonna. Cuando fuimos, estaba llena de franceses. De esta iglesia hay que
destacar que alberga tres cuadros de Caravaggio que hay en la última capilla a
mano izquierda. El resto está bien, pero como digo, a estas alturas ya
estábamos un poco saturados.
Desde aquí nos acercamos a la
plaza Navonna, a disfrutar de su ambiente, y por supuesto, a entrar en la
iglesia de Santa Agnes, la que está frente a la fuente de Bernini. Entramos más
por costumbre que porque sea reseñable por algún motivo concreto.
A estas horas, las siete de la
tarde, bastante cansados, enfilamos hacia el hotel a descansar un ratillo antes
de ir a cenar. No obstante, como nos pillaba de camino, pasamos por la plaza
del Panteón, donde había, si cabe, más ambiente que en la plaza Navonna. O
quizá, al ser más pequeña, el ambiente que había, se notaba más. Y luego,
nuestra última (por fin!!) iglesia del día: la de San Ignacio de Loyola, donde
casi ni entramos, porque eran las siete y diez y cerraban a las siete… estaban
echando a la gente y fue lo justo para hacernos una idea de la iglesia.
Ya solo nos quedaba pasar por
la Fontana de Trevi, en restauración, antes de llegar al hotel. Menos horas
fuera del hotel que el día anterior, menos horas de pie, pero el cansancio se
va acumulando. Tras una hora para una ducha y reposar el día, salimos a cenar a
uno de los muchos restaurantes que hay cercanos a la Fontana.
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