El
último día, al no poder bucear, fue un día de trámite. Finalmente opté
por ir al hotel. Óscar se marchó en el vuelo de las 8:40, así que no
tuvo que estar todo el día en Male sin hacer nada… Yo me hubiera
cambiado gustoso con él, haber llegado a España el sábado y tener el
domingo para descansar, pero…
Así
que nada, a las 9:30 decíamos adiós al Southern Cross, que había sido
nuestra casa por una semana. Nos llevaron al aeropuerto, donde la gente
que no iba a ir al hotel (todos menos Mariano y yo) podía dejar los
bultos y maletas en consigna. Desde allí nos despedimos hasta las ocho
de la tarde, y cada uno por su cuenta. Al hotel nos trasladó un
microbús, con maletas y todo, y en cinco minutos habíamos llegado. En la
isla donde está el aeropuerto no hay más que éste y el hotel. De no
haber tenido que cargar con las maletas, casi hubiéramos podido ir
andando. Ya en el hotel teníamos distintos “menús”, según lo que
quisieras coger: guardar las maletas y ducha, o además piscina, o
también comida, con los traslados… Al final cogimos el más completo, ya
de perdidos…
La
tarifa también incluía internet, así que allí estuve cerca de tres
horas, en el hall, que hacía fresquito. Luego antes de comer, un
chapuzón en la piscina. La comida no estuvo mal, por 8 $ que pagamos por
ella. Después de comer me eché un ratito en una tumbona junto a la
piscina, para leer mientras hacía la digestión. Inevitablemente me quedé
dormido.
A las 16:15 nos acercamos a Male, para matar otro rato. Allí cumplimos con lo que no habíamos visto el día anterior: el mercado de verduras y sobre todo, el del pescado. Increíble cómo despiezaban los pescados más grandes, la rapidez y la habilidad… Allí me di cuenta que no hacía, ni de lejos, el bochorno del día anterior. También dimos una vuelta por las tiendas de souvenirs, pero sin nada que rascar.
A eso de las 17:30, cogíamos el transporte de vuelta al hotel (menos de una hora en Male), y allí, tirado en la tumbona, leyendo las aventuras de Gerald de Rivia, hasta que se me hizo la hora de marchar al aeropuerto. Intenté llegar un poquito tarde, por eso de si había overbooking que me pusieran en primera, pero no hubo suerte.
A las 16:15 nos acercamos a Male, para matar otro rato. Allí cumplimos con lo que no habíamos visto el día anterior: el mercado de verduras y sobre todo, el del pescado. Increíble cómo despiezaban los pescados más grandes, la rapidez y la habilidad… Allí me di cuenta que no hacía, ni de lejos, el bochorno del día anterior. También dimos una vuelta por las tiendas de souvenirs, pero sin nada que rascar.
A eso de las 17:30, cogíamos el transporte de vuelta al hotel (menos de una hora en Male), y allí, tirado en la tumbona, leyendo las aventuras de Gerald de Rivia, hasta que se me hizo la hora de marchar al aeropuerto. Intenté llegar un poquito tarde, por eso de si había overbooking que me pusieran en primera, pero no hubo suerte.
Allí
nos juntamos en el resto de la tropa, los que habían estado pasando el
día en Male, que según contaron les fue bastante bien. Un lugareño les
hizo de guía a cambio de que luego se pasaran por su tienda a comprar
algo, y les enseñó la isla.
El
primer vuelo de vuelta lo hice prácticamente dormido entero, cuatro
horas hasta Dubai, quitando el rato de la cena. Me desperté cuando el
avión tocó tierra. En Dubai, cinco horas de escala. Así que a pillar
buenos asientos para seguir sobando otro rato… En estas estamos cuando
me sorprende una aparición: pero si aquello que viene por allí es Óscar,
que se supone que tenía que estar en España!!!
Resulta
que su avión salió con retraso, y aunque él tuvo tiempo de hacer el
transbordo, su maleta no, con lo que se quedó tirado toda la tarde-noche
en Dubai, en un hotel que le pagó la compañía.
Y poco más, vuelo a Madrid de ocho horas, en el que algún sueño también eché, y tren de vuelta a casa.
Y como suelo decir, a preparar el siguiente viaje, que en esta ocasión no me sobra nada de tiempo… Uff, qué agobio!!!
Una pregunta. Tú a este viaje, ¿fuíste a bucear, o a dormir? ja, ja, ja.
ResponderEliminarComo dices, el último día no hizo el calor normal (nos lo dijo hasta el guía improvisado). Callejeando, recorrimos todo Malé, algunas calles daban respeto (por decirlo así) pasar por ellas. Pero me gustó ver la vida, la gente sentada junto al puerto, la zona de campos deportivos, la juventud, los coches tuneados y los móviles última generación que tenía hasta los más jóvenes -suponiendo que su nivel de vida no es de aquí, y sí sus precios-, la gente que vestía según es más estricto sentido islámico o no. El parque-zoo infantil pegado a la central eléctrica. Y la montaña más alta -y maloliente- de toda Maldivas, era la del vertedero.