Como decía, otra vez tocaba
madrugón. Yo quería ir en tren, y éste salía a las ocho y media de la mañana,
con lo que para evitar agobios me propuse estar en la estación a las ocho. Nos
levantamos a las seis y media, ya que había unos veinte minutos andando hasta
la boca de metro. Llegamos a la estación un par de minutos antes de las ocho, y
fue impresionante porque mientras caminábamos hacia la entrada, a las ocho en
punto empezó a sonar música por los altavoces y se quedó todo el mundo parado,
como en una película. Supusimos que se trataba del himno nacional, y nos
quedamos nosotros también parados, por si acaso. Al acabar hicieron una
reverencia y siguieron su camino como si nada.
Al entrar a la estación nos
atendió una persona que nos indicó los horarios y precios. Había leído en
internet que el billete en primera costaba costaba 65 bath, pero esta mujer nos
informó que eran como 250, así que opté por ir en tercera por 20 bath. El tren
era algo mejor que el de Myanmar pero a Adela se le hizo bastante pesado. Los
asientos no eran de madera, sino de plástico duro que al final te da igual, el
culo plano. Los paisajes, el motivo principal de querer hacer el viaje en tren,
no fueron nada espectaculares, nada que ver que el año anterior. De la hora y
media que se tarda en llegar, casi la mitad la pasamos dentro de Bangkok, que
al ser una ciudad enorme se tarda mucho en salir. Eso sí, el tren fue puntual,
exacto. Al minuto.
Éramos varios turistas en el
tren, y cuando se acercaba la parada el revisor nos avisó, que era la próxima,
porque claro, ni megafonía ni nada.
Cuando salimos de la estación nos
“asaltaron” varios conductores de tuk tuk para ofrecernos excursiones para todo
el día, pero yo quería alquilar una moto para ver las cosas a mi ritmo,
deteniéndome el tiempo que me diera la gana en cada sitio. Lo hicimos en la
calle que sale justo frente a la estación, que ya se veían directamente los
carteles. El primer recinto que visitamos, donde compramos una entrada conjunta
para seis que merece la pena el precio, fue el Wat Maha That. Allí se encuentra
la famosa cabeza de buda encerrada entre las raíces de un árbol. Allí coincidimos
con varios grupos de españoles, algunos de ellos empeñados en hacerse la típica
foto de todos saltando, cosa que por un lado me parece una horterada, y por
otro lado, en según qué sitios, una falta de respeto. Pero bueno, ellos son
felices.
Luego cogimos la moto para
acercarnos al Wat Ratcha Burana, que estaba justo al lado, pero bueno, para
algo teníamos la moto. La torre principal está bien, pero no tiene mucho más.
Desde aquí fuimos al Wat Phra Si
Sanphet, que ya está un poquito más lejos. Aquí había un despliegue policial
enorme. Había visita de alguien importante (extranjero, porque era alto,
rubicundo, más rojo que un cangrejo) con toda la familia, les estaban haciendo
un show con los elefantes y todo, poniéndoles guirnaldas de flores, y algo
pillamos.
En este momento ya llevábamos algo
más de dos horas trasteando por los templos, y hacía un calor horroroso,
acompañado de un sol de justicia (cosas que muchas veces no van unidas),
nosotros llevábamos ya dos semanas de viaje y el calor agota. En los templos
prácticamente no hay una sombra donde meterse. Dicho todo esto Adela me dijo
que ya no quería seguir viendo más templos, que siguiera yo si quería, que con
dejarla en un sitio con agua y sombra tenía bastante. Y eso hicimos. Volvimos
al primer templo, donde había una buena zona con árboles y tiendas con refresco
y souvenirs, y yo me acerqué a ver el Wat Chaiwatthanaram, que está bastante
alejado, al otro lado del río. A pesar de que me di toda la prisa posible me
llevó casi una hora ir y volver. Y menos mal que fui, porque fue el que más me
gustó de todos, a pesar de verle solo y a toda prisa.
Aunque tenía un par de templos
más con la entrada pagada y marcados para visitar decidimos que ya estaba bien
y decidimos volver a Bangkok. Para ello dejé a Adela en la parada de las vans y
yo me acerqué a devolver la moto a la estación. Había que dejar el depósito
lleno, ya que lleno lo había recibido, y cuando fui a echar gasolina y le dije
que llenara el depósito el chico se me quedó mirando como diciendo, te estás
quedando conmigo, porque se veía la gasolina. Eché 15 baths, el equivalente a
40 céntimos. Imagina tú en España uno que va a la gasolinera y dice que le eche
40 céntimos…
Desde el sitio del alquiler al de
las vans el gps me daba tres kilómetros, así que pregunté al chico de las motos
que cuánto me costaría un taxi. Me dijo que para mí solo no merecía la pena,
que cogiera un barco que me cruzara el río y desde allí un mototaxi. Esa opción
no me la daba el gps, de esa manera solo había un kilómetro, que como cuando
llegué a la otra orilla no había mototaxi, lo hice andando. Compramos algo en
el 7 eleven para comer sobre la marcha en el rato que tuvimos que esperar a que
se llenara la van, que fue una media hora. La van, con un perfecto aire
acondicionado que nos dio la vida, nos dejó en la estación BTS de Mo Chit tras
algo más de una hora de trayecto. Desde aquí cogimos el BTS hasta la estación
de Siam, donde se encuentran varios centros comerciales. Tras dar una vuelta
por el de las marcas de lujo nos acercamos a nuestro verdadero destino, el MBK,
justo cuando empezaba a llover con todas las ganas.
Al principio, cuando entras, no te
enteras ni en qué planta estás. No costó bastante orientarnos, y tras pasar una
hora dando vueltas por allí pensábamos que vaya ful. Pero tras “callejear” un
poco más por los puestos acertamos a llegar (dio la casualidad más bien) a lo
que realmente nos interesaba: las tiendas de ropa de recuerdos, camisetas a
tres euros, souvenirs baratos y demás morralla que llevar a casa a contentar a
la familia. Tras gastar cantidades ingentes de dinero no nos quedó más remedio
que pasarnos por el hotel para dejar todas las bolsas con las compras.
Se nos había hecho la hora de
cenar, lo que hicimos en un japonés que ni fu ni fa, y que nos pillaba camino
al mercado nocturno de Pat Pong, donde rematamos el día comprando alguna que
otra cosilla.
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