A las seis de la mañana ya
estaban los lugareños dando voces… Había una especie de celebración y no
paraban de reir y de hablar en voz alta, así que aunque no teníamos que madrugar,
nos vimos obligados. Me acerqué a una pequeña tienda a comprar algo de leche
para el desayuno (por cierto, muy buena, con buen sabor a leche), compré los
billetes de vuelta a Nong Khiaw (el primero que lo hice) y a desayunar. Los
locales seguían de alboroto, y Adela les preguntó qué celebraban. Nos contaron
que el día antes habían terminado de colocar el tejado del templo, entre varias
aldeas, y que era como la fiesta de inauguración. Nos invitaron a comer y a
estar con ellos, pero nos teníamos que ir en el barco. Que a pesar de haber
comprado primero los billetes me despisté haciendo fotos y cuando me quise dar
cuenta los asientos buenos ya estaban cogidos. Entre eso y lo que tardé en
bajar las cuatro maletas al muelle, se había llenado el barco. A ver cómo nos
colocan ahora… Pues nada, el primer barco se fue, y a los cinco que nos
habíamos quedado en tierra nos metieron en otro barco, donde fuimos con
asientos estupendos nosotros solos, más a gusto que ni sé. Incluso adelantamos
a los que habían salido primero.
El trayecto de vuelta, al ser a
favor de corriente, nos llevó alrededor de cuarenta minutos, el río bajaba bien
crecido.
Pero a pesar de llegar los
primeros, por el jaleo de la descarga de las cuatro maletas, en lo que quisimos
llegar al tuk tuk que nos llevaba a la estación de buses, el primero ya había
salido, por lo que tuvimos que esperar a que se llenara el segundo, que aunque
no fue mucho tiempo, cuando llegamos a la estación la furgoneta que iba a Luang
Prabang estaba completa, por lo que nos tocó esperar de nuevo. Alrededor de
hora y media estuvimos allí. Adela se ponía cada vez más nerviosa, pensando que
no íbamos a llegar a tiempo para recoger sus trajes. Para colmo de males de los
arreones que metía el conductor, cuando quedaba menos de una hora para el
destino (de las cuatro que se tardan), la furgoneta se recalentó, y tuvimos que
parar a echar agua y esperar a que se enfriara.
Finalmente llegamos a la
estación norte de buses de Luang Prabang, donde, tal y como habíamos leído,
estás vendido, a seis kilómetros de la ciudad, y a merced de lo que los
tuktukeros quieran cobrarte. A pesar de que no queríamos nos vimos obligados a
compartir transporte con más gente, que nos retrasó la llegada al hotel ya que
nos iba dejando según le viniera.
Fue llegar al hotel, sin casi
hacer caso del zumo de bienvenida, dejar las maletas, y salir escapados,
primero a comer (que eran las cuatro y media de la tarde) y luego a recoger los
vestidos. Pero antes nos pasamos por una tienda de telas que habíamos visto la
otra vez, hacía tres días, y compramos buen material y a buen precio. Así que
de paso que recogimos los trajes, encargamos un par de ellos más.
Una vez que nos quitamos del
medio todo el estrés nos acercamos al hotel a descansar un rato y darnos una buena
ducha. Luego ya con toda la calma del mundo, nos acercamos por la calle
principal a echar un primer tiento al famoso mercado nocturno de Luang Prabang
y ver los templos iluminados por la noche. Íbamos a estar casi tres días y no
teníamos ninguna prisa. También nos acercamos a cambiar dinero al Banque
Franco-Lao, donde mejor cambio dan, según hemos podido ver. Estaba cerrado,
pero en la puerta vimos un cartel que ponía que el día 21 lunes, también iba a
estar cerrado por la carrera de botes en el río. Vaya, esto tiene buena pinta,
habrá que investigar.
Ya solo nos quedaba cenar y
regresar al hotel, Maison Dalabua, con bastante buena pinta pero más alejado
del centro que el otro en el que nos habíamos quedado.
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