Nuestro plan del día era intenso,
y eso, unido a que había leído que era más que conveniente estar a primera hora
en el Palacio Real, hizo que nos levantáramos a las seis y media. Una hora más
tarde salíamos del hotel en dirección al BTS, el tren elevado, que vimos que
funciona genial. Si unos días más atrás decía que no volveré a quejarme de que
en Japón se pasa calor en verano ahora puedo afirmar que no volveré a quejarme
de que en Japón ponen el aire acondicionado fuerte… Qué frío se pasaba en el
BTS, que llegas con toda la sudada y te quedas pajarito. Tras un par de paradas
llegamos al embarcadero de Saphan Taksin, desde donde salen los botes que
recorren el río. Cogimos el de bandera naranja, que iba abarrotado, pero en un
rato encontramos asiento. Finalmente acabamos llegando al Palacio a las nueve
menos cuarto, y abren a las ocho y media.
En cuanto llegas a la manzana del
Palacio empieza a haber controles por todos los lados. Pasas por un arco
detector de metales donde te miran todas las mochilas. Pero sigues en la calle,
un poco perdido, sin indicaciones de por donde se entra. Es una zona de calles
enormes. Así que seguimos el perímetro del Palacio hasta que vimos una puerta,
entramos por ahí y volvimos a pasar otro control. Aquí me dijeron que los
pantalones que yo llevaba no eran adecuados. Eran uno piratas que llegaban a
mitad de gemelo, nada de pantalones cortos. Aun así no valían, y me hicieron
comprar unos en la tienda (que luego me vinieron genial). La parte exterior
estaba llena de tailandeses de luto riguroso, suponemos que irían a prestar sus
respetos al rey difunto. Creíamos que ya estábamos dentro pero no, quedaba la
parte más importante: comprar las entradas, que comparadas con el resto de los
sitios, te crujen: 26€ los dos. Y vuelta a pasar otros controles de seguridad
cuando te validan la entrada y ya por fin entras al recinto. Con el madrugón yo
pensaba que estaríamos prácticamente solos, pero qué va, había más gente que en
la guerra. Aun así, todo es espectacular. Recorrimos muy tranquilamente todos
los rincones, incluido el famoso buda esmeralda (donde no dejan hacer fotos).
Tras un par de horas pasamos a la
parte nueva del recinto, donde entramos a una exposición sobre las obras del
difunto rey (más que nada porque tenía aire acondicionado y ya hacía un calor
tremendo). Ahí fue donde nos dimos cuenta que no era una persona normal y
corriente, sino un ser semi divino, con (lo pongo de memoria pero casi literal)
una formación tan completa que le hacía anticiparse a los problemas para de esa
manera tomar las decisiones correctas para el mejor bienestar del pueblo
tailandés. Trabajador incansable, persona sensible y culta, élite mundial.
Vamos, un aparato de propaganda en toda regla. También estaba prohibido sacar
fotos. Cuando salimos de la exposición nos meten prisa para que terminemos el
recorrido, ya que lo tienen que cerrar porque hay una visita oficial de un
mandatario extranjero que viene a firmar no sé qué. No nos quedaba nada, así
que no importó mucho.
A la salida nos dimos cuenta que
si antes pensábamos que había gente, las colas que había ahora para comprar las
entradas eran horrorosas, estaba todo muchísimo más lleno.
Entonces nos dirigimos al Wat
Pho, el buda reclinado, en el edificio de al lado, pero que se tarda un buen
rato en llegar. Aquí nos encontramos con un montón de hordas bárbaras. Y no, no
eran chinos. Eran españoles (sobre todo españolas) en viaje organizado que no
paraban de colarse para hacer la foto y dar voces, sin ningún respeto por nada.
Hay veces que me avergüenzo.
El recinto del Wat Pho tiene
varios patios muy bonitos, con unas estupas enormes que se llaman chadis.
También hay una escuela de masajes en la que no entramos por falta de tiempo y
también por falta de dinero, porque con el palo que nos habían dado en el
Palacio tenía necesidad urgente de cambiar.
A la salida fue lo primero que
hice, acercarme a un banco y cambiar algo, mientras Adela miraba alguna tienda.
Y aunque habíamos leído que era una paliza ver también el Wat Arun, el templo
del amanecer, situado en la otra orilla del río, tenemos claro que hemos venido
a sufrir, así que para allá que tiramos. Es otro templo espectacular, recién
restaurado, pero que quizá no le dimos el valor que se merece al verle seguido
de los otros. Por el módico precio de dos euros te dejan el vestido tradicional
que para que hagas fotos posando con él.
Luego volvimos a cruzar el río
para comer, ya que de pasada habíamos visto algún sitio que no estaba mal. De aquí
marchamos andando hasta el Wat Sukhat. Yo pensaba que simplemente era el
columpio ese que se ve, y pensé, vaya decepción, venir hasta aquí para esto.
Pero luego vimos un templo justo al lado que se nos había pasado, entramos y
aunque la fachada se encuentra con andamios el interior merece la pena.
Estábamos prácticamente solos, quitando media docena de locales.
Desde aquí seguimos andando hasta
el Golden Mount, pasando primero por la calle donde venden las figuras de buda
para los templos, y casi al llegar estaba el gremio de los carpinteros. De
camino nos quisieron liar para coger un tuk tuk, que ya hasta regateaban por
nosotros, pero tranquilamente les dijimos que no.
En el Golden Mount (que nos gustó
bastante) ya vimos que el día se estaba poniendo negro. Venían unos nubarrones
que daban miedo. Y a lo lejos estaba descargando la tormenta. Bajamos casi
corriendo con las primeras gotas de lluvia y al llegar abajo empezó a caer con
todas las ganas. Estuvimos un cuarto de hora hasta que pudimos parar un taxi que
nos llevara al hotel, a descansar de toda la paliza que llevábamos.
Por la tarde en el hotel
aproveché a estrenar la sauna, pero estaba apagada y tuve que esperar a que
cogiera temperatura. Y luego también estrené la piscina del piso 20, que como
había habido tormenta se estaba fresquito que daba gusto. Para cenar teníamos
evento especial, íbamos al Above Eleven, uno de los famosos sky bar que hay en
Bangkok, así que nos pusimos todo guapos ya que en teoría no se puede ir
vestido de cualquier manera. Tras enlazar las dos líneas de BTS y caminar unos
20 minutos por un barrio lleno de restaurantes y vida nocturna, llegamos. Era
la hora de subir al piso 32 y disfrutar de las vistas.
La cena no es nada del otro
mundo. A ver, es rica, pero es casi degustación, con lo que si vas a cenar, o
te dejas una pasta (porque es cara) o saldrás con hambre. Pero bueno, el
entorno y el paisaje merecen la pena. Era un miércoles, día de salsa, todo
canciones en castellano, pero no nos pudimos quedar a bailar porque al día
siguiente tocaba madrugón de nuevo ;-)
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