Luang Prabang es una ciudad que
me ha ido ganando poco a poco. Los primeros días me decepcionó, de tanta fama
que tiene yo pensaba, pues bueno, no está nada mal, pero tampoco es para tanto.
Pero al final sí que es una ciudad que transmite tranquilidad y tiene un
encanto escondido.
El desayuno en el hotel era
fabuloso, como se suele decir, en un marco incomparable, un estanque lleno de
lotos en flor.
Ya desde la habitación oíamos un
jaleo fuera de lo normal, y en cuanto salimos a la calle vimos que habían montado
un enorme mercadillo y estaba toda la calle cortada. Era similar al mercado
nocturno, pero también distinto, porque no se limitaba solo a las artesanías
que se venden por la noche. Era como un mercadillo de aquí, con un montón de
productos locales. Me llamó mucho la atención los puestos repolludos para
hacerse las fotos de familia. Y era mucho, mucho más grande que el nocturno.
Primero pensamos que era por ser domingo, pero luego nos enteramos que fue por
la carrera de botes del día siguiente (https://www.luangprabang-laos.com/The-boat-racing-festival-199)
Cuando conseguimos llegar,
empezamos a entrar en las pagodas, primero en la Wat Mai, para luego pasar al
Palacio. Aquí no dejan hacer fotos dentro, sí por los exteriores. Hay unas
taquillas en las que dejamos todo y nos pudimos recorrer tranquilamente las
estancias. Tan tranquilamente que cuando terminamos habían cerrado el recinto y
nos tocó salir por la trasera.
Tras cambiar dinero nos acercamos
al río, que estaba justo al lado, ya que se oían voces, y es que los
participantes en la carrera del día siguiente estaban entrenando. Fue curioso,
y estuvimos un rato entretenidos.
Desde aquí, que es el extremo de
la península “retrocedimos” por la calle principal viendo los templos que
faltaban, Wat Xiengthong y Wat Sensoukaram.
Aquí no nos quedó más remedio que
hacer un alto para comer. El calor y la humedad apretaban una barbaridad y
llevábamos bastante tute (aparte que eran las tres de la tarde). Tras un buen
reposo en un lugar que adoptamos para los siguientes días nos acercamos al Wat Xieng
Muan, al que se llega a través de un callejón que como no estés atento te lo
pasas.
Ahora tocaba la parte dura: subir
al monte Phousi. Nos lo tomamos con toda la calma, pero entre el calor y que
acabábamos de comer se hizo durillo (quizá sea un poco exagerado, pero es que a
dos pasos que dabas ya estabas sudando). No obstante las vistas desde arriba
merecen la pena.
Al bajar pensaba visitar el Wat
Pa Huak, que había leído que tenía buenas pinturas murales en el interior, pero
ya estaba cerrado. Así que nos acercamos al hotel con la intención de preguntar
a darnos un masaje. En general el personal del hotel era muy amable, pero había
una chica francesa que era un poco lista, y era la que llevaba las reservas de
los masajes. Nos contestó de una manera un poco soberbia, tanto que nos dieron
ganas de mandar el masaje a paseo, pero al final yo cogí uno típico laosiano y
Adela uno de cara, de una hora de duración. Sin ser malos, tampoco nos
entusiasmaron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario