Después de un sueño reparador en
nuestro estupendo alojamiento, y un desayuno frugal en la habitación, nos
acercamos a hacer la ruta de los puentes colgantes. Estaba lloviendo, pero no
se hizo incómodo porque la temperatura era muy agradable. Le daba un aire
misterioso al recorrido, que disfrutamos mucho, a pesar de todas las escaleras
y de que yo seguía un poco renqueante de la rodilla. Nos pareció chulísimo.
A la vuelta compramos algún
detalle en la tienda del parque, y ya, sin detenernos, emprendimos camino al
parque Addo, a 236km. Aquí sí que las pasé canutas (otra vez, no aprendo) con
la gasolina del coche. Durante un montón de km, ni una gasolinera a pie de
carretera. Había que meterse en los pueblos y yo no tenía ganas. Hasta que no
me quedó más remedio. Llevaba unos 40 km con la reserva. Llegamos al pueblo y
el surtidor está estropeado. La gasolinera más cercana está a 25 km., me dice.
Imposible, he entendido mal. No puede ser que hasta 25 km. no haya otra. Pues
efectivamente, 25, dos cinco. Llegamos de milagro, a velocidad reducida, yendo
por el arcén para no entorpecer el tráfico, como los carromatos viejos que se
ven por allí. Después de la tensión en la gasolinera descansamos un buen rato y
ya enfilamos hasta Addo sin parar. No sé por dónde nos metería el gps. En una
de estas atravesamos unas verja con un cartel que ponía: solamente vehículos de
la mina, prohibido para el resto… Para allá que fuimos. Volver atrás hubiera
supuesto una vuelta enorme. No nos cruzamos con nadie, nadie nos dijo nada, y
acabamos llegando a la carretera que conduce hasta Addo.
Tras tomar posesión del
alojamiento nos dedicamos a recorrer el parque lo que nos dio tiempo. Que el
parque se llame Addo “Elephant” no es ninguna casualidad. Llega un momento en el
que casi no te llama la atención. Además se nota que están acostumbrados a la
gente y dejan que te acerques un poco más que en otros parques. Nos sorprendió
no ver ningún impala, pero sí que se vieron cosas interesantes.
A la hora de cierre no nos quedó
más remedio que volver a la cabaña. Nos esperaba nuestro último día de viaje.
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