Después de una mala experiencia con Ethiopian
Airlines y otra normal, nos decidimos, sobre todo por el precio de 470€ que
costaba el vuelo, a darles un voto de confianza, y sin casi retraso sobre el
horario previsto aterrizábamos en la ciudad madre, Ciudad del Cabo, embarcados
en una nueva aventura africana. Los trámites de rigor se solventaron en poco
tiempo y sin problemas: control de pasaportes, recuperación de equipaje y
recogida del coche de alquiler. En esta ocasión nos habíamos decidido por un
coche un poquito más grande, un sedán, por eso de que al hacer tantos kilómetros
y parar en tantos sitios prefería que tuviera el maletero suficientemente
espacioso para no tener maletas a la vista dentro del coche, por lo que pudiera
pasar. Igual no hubiera hecho falta, pero tampoco era tanta la diferencia de
precio, y así estuvimos más cómodos.
Es curioso lo rápido que se adapta el cerebro a
recordar el conducir por la izquierda, y que el coche fuera automático también
ayudaba. La elección del coche automático, no obstante, no era debida a esta
comodidad, sino al canguelo que me entra de pensar que se me cala el coche en
un parque natural según viene el elefante de turno hacia ti.
Siguiendo el gps del móvil, con la aplicación
maps.me, llegamos sin problema a nuestro alojamiento en las tres noches
siguientes: Once in Cape Town, un albergue de gente joven con bastante
ambiente. Además de las críticas positivas, resultó clave en la elección el
disponer de plaza de aparcamiento para dejar el coche. Como estábamos bastante
cansados del vuelo nocturno nos echamos una siestecita de un par de horas, para
recuperar energías. En lo que nos quisimos dar cuenta se había hecho de noche,
y eso que era casi el verano austral. Casi lo único que podíamos visitar a esas
horas era el Victoria and Albert Waterfront, así que nos dirigimos con el coche
hacia allí. Estaba un poco desangelado. Hacía desapacible, y al salir al
exterior vimos que una niebla densa empezaba a cubrir el puerto, así que
volvimos adentro a hacer una primera compra en un Pick n Pay enorme que hay en
el sótano. Con la compra nos salió gratis el aparcamiento, así que nos volvimos
tan contestos al hostal, a cenar en su propia cafetería una pizza regada, como
es tradicional en los viajes, por una rica sidra.
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