Tenía claro que la primera visita que había que
intentar hacer era subir a Table Mountain, por las condiciones cambiantes del
tiempo. Desde la ventana de nuestra habitación teníamos una perfecta vista de
la montaña, la cual amaneció toda cubierta. Ante la imposibilidad de subir nos
decidimos por recorrer el centro. Paseamos por Long Street, que se encontraba a
cinco minutos andando del hostal, y luego callejeamos hasta encontrar el
ayuntamiento. De ahí al fuerte (o castillo) había un paso.
No estaba mal. No entendí muy bien por qué no iban a
hacer no sé qué de un cañón, pero iban a hacer una representación de otra cosa
de unas llaves… Bueno, la cosa es que salió gente disfrazada de época colonial,
pidieron las llaves al jefe para cerrar la puerta, comprobaron que no había
moros en la costa (no sé si el políticamente correcto decir esto) y acabado el
paripé abrieron la puerta otra vez.
Desde aquí nos acercamos al Trafalgar Flower Market,
un mercado de flores que yo me esperaba un poco más grande. Yo andaba busca que
te busca, a ver si encontraba el Saint George Mall, pensando que sería un
centro comercial, ya que había leído que era un buen sitio para comprar
recuerdos. Después de dar vuelta a tres o cuatro manzanas siguiendo el gps sin
encontrar el dichoso mall me di cuenta que realmente Saint George Mall no es un
sitio, sino la calle, que se llama así y que está llena de puestos ambulantes.
Acabamos en el Green Market, verdadero mercadillo
donde los vendedores no dan la paliza demasiado y allí hicimos nuestras
primeras compras.
Desde aquí nos acercamos al barrio musulmán de
Bo-Kaap, a ver sus coloridas casas y sus simpáticas cuestas.
El día estaba cambiando rápidamente, así que tras
una breve siesta después de comer, decidimos que era nuestro momento de subir a
la Table Mountain. Estaba prácticamente despejado. Dejamos el coche en un
aparcamiento en la zona inferior, justo donde se coge un bus gratuito que te
lleva a las taquillas. Como llevaba la entrada comprada desde aquí no tuvimos
que hacer cola. Además no había prácticamente nadie. Fue entrar en la zona de
espera y comprobar la velocidad del tiempo cambiante de Ciudad del Cabo, del
que tanto me habían prevenido. Se empezó a meter una nube de manera que al
montar en el teleférico todavía se veía algo la cabina superior, pero al llegar
arriba no se veía un clavel. Corre que te corre nos metimos en una
cafetería-restaurante, pedimos un chocolate caliente para entrar en calor, y
estuvimos esperando a ver si amainaba, porque había un vendaval del demonio,
cayendo agua a todo meter. Esperamos como hora y media, hasta que empezó a
sonar por megafonía que lo iban a cerrar, y que todo el mundo abajo. No pudimos
hacer ni una foto. Paramos un poquito en la tienda de regalos, pero también nos
avisaron que cerraban ya.
Un poco desilusionado por no haber visto nada,
salimos con el coche. Abajo estaba totalmente despejado. Al mirar atrás vimos
que se estaba poniendo el sol, así que en lugar de enfilar para Ciudad del Cabo
cogimos la otra dirección, para llegar a la playa de Camps Bay, donde pudimos
disfrutar de un bonito atardecer.
Para cenar me apetecía ir al Mamá África, que nos
pillaba a diez minutos andando del hotel, así que fuimos para allá. No habíamos
reservado y nos tocó esperar casi tres cuartos de hora. Al final compartimos
mesa con otras dos señoras con las que no intercambiamos una palabra en toda la
cena. Había un grupo de música tocando en directo, que sonaban fenomenal. En
general fue una muy buena experiencia, totalmente recomendable. Es verdad que
es un poco turistada, pero nos encantó.
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