Como el primer día no habíamos comprado ningún
recuerdo, nos acercamos al Green Market, que era donde más habíamos visto y más
nos habían gustado. Para ello atravesamos los jardines de la Compañía, que en
su época estaban plantados de verduras que se vendían a los barcos que
atracaban en Ciudad del Cabo.
No nos entretuvimos mucho en los obligados regateos
porque nos esperaban un montón de actividades. El día a primera hora estaba
cubierto, pero de repente despejó, sin que en apariencia se volviera a cubrir,
así que decidimos intentar quitarnos la espinita de Table Mountain, y para allá
que fuimos a toda prisa, no fuera a ser que empeorase el tiempo. Lo que se nos
ocurrió a nosotros también se les debió ocurrir a los otros 500.000 turistas de
la ciudad, y en lo que quisimos llegar arriba había una cola del demonio,
calculamos que un par de horas (a pesar de que preguntamos a tres trabajadores
y nos dijeron que una hora, no nos lo creímos, el primer día habíamos tardado
20 minutos y había cuatro delante). Entre eso, que la entrada valía una pasta,
y que aprovechando que había wifi pregunté a mi madre (que acababa de estar la
semana antes) por whatsapp si realmente valía la pena y me dijo que iba a ver
más o menos lo que se ve desde donde se coge el funicular, desistimos, y nos
dirigimos al Victoria and Albert Waterfront, a verle de día.
Nos lo pasamos pipa, había un montón de ambiente.
Cómo se notaba que hacía bueno. Estaban las terrazas llenas.
No nos pudimos entretener mucho tiempo. Nos
marchamos rumbo a los jardines de Kirstenbosch. Lo tienen fenomenal montado.
Nos pusimos en marcha para hacer una breve parada en
Stony Point Nature Reserve. La puerta estaba cerrada, pero abierta, es decir,
ya se había pasado la hora de cierre pero entornando el picaporte pudimos
entrar. Estuvimos poco tiempo viendo los pingüinos, nos gustaron más los del
día anterior.
Desde aquí ya enfilamos a nuestro destino, Hermanus,
donde llegamos cuando casi era de noche. Tras dejar las cosas en nuestro
albergue, el Hermanus Backpackers, fuimos rápidamente a ver si veíamos alguna
ballena. La verdad es que no tenía muchas esperanzas, pero había que
intentarlo. Hacía bastante aire, y nos empezamos a quedar helados. Creímos que
en algún momento pudiera ser que llegáramos a ver algo que quizás se pareciera
a alguna ballena. Pero decidimos seguir por la ruta escénica, para por lo menos
movernos.
Como ya se había hecho de noche buscamos un lugar
para cenar. Misión imposible. Hermanus, ciudad fantasma. No había nada de nada
abierto. Es como esos pueblos de veraneo que cuando acaba la temporada quedan
desiertos. La cuestión es que había un montón de sitios, pero todos cerrados.
Acabamos llegando de milagro al Pick n Pay antes de que cerraran, para comprar algo para cenar en el
albergue.
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