Como
digo era nuestro último día en Birmania, pero todavía nos quedaban bastantes
cosas por hacer. Teníamos el vuelo a la 1:50 de la noche, nuestra intención era
estar en el aeropuerto sobre las 22:00, así que nos sobraba tiempo. No habíamos
reservado habitación para esa noche ya que estaríamos volando, pero como Adela
andaba delicada del estómago no era plan de estar por la calle todo el día, así
que hablé con recepción y alargamos la estancia una noche más, para poder
echarnos una siesta tranquilamente. Así no hacía falta dejar la habitación a
las doce. Curiosamente me cobraron más por esta noche reservada con ellos in
situ que por las reservadas a través de internet. Una vez resuelto este tema
nos volvimos a acercar de nuevo al mercado de Bogyoke, ahora sí que para hacer
las últimas compras. El mercado está bastante bien y es bastante completo.
Vimos cosas que hasta ese momento no habíamos visto en el resto del país, pero
igualmente no tienen de todo. Los famosos cuadros de arena no los vimos, y así
más cosas.
Este
rato Adela estuvo bastante decente, pero tras las compras nos acercamos al
hotel para que descansara y no forzara la máquina, de cara al vuelo nocturno.
Una vez allí yo salí otra vez a callejear por algunos lugares que faltaban .Me
acerqué andando a la pagoda de Botataung, que quedaba donde Cristo dio las tres
voces y bajo un sol de justicia. Por el camino fui pasando por distintas
dependencias gubernamentales, con su encanto agradablemente decadente, como el
departamento de aduanas o el ministerio de agricultura. También pasé junto al
famoso hotel Strand, pero se encontraba en pleno proceso de renovación. Una vez
en la pagoda me intentaron cobrar de entrada 6000 kyats, así que desistí de la
visita. Desde fuera se veía prácticamente todo.
En todo este recorrido de unos tres kilómetros que me llevó tres cuartos de hora no me encontré con ningún otro occidental. Continué callejeando hasta llegar de nuevo a la pagoda Sule, junto a la cual comí en un restaurante de comida rápida de tipo japonés. Ya desde aquí me fui al hotel, a echar una pequeña siesta, hacer las maletas y prepararme para el plato fuerte del día. Efectivamente, como me gusta hacer, habíamos dejado lo mejor para el final. Todavía nos faltaba la visita a la gran pagoda de Shwedagon, la cual quería hacer con la puesta de sol. El hotel nos pidió un taxi, y a pesar de que salimos con tiempo, de nuevo el caos circulatorio de Yangon hizo que llegásemos bastante justos. Mientras estábamos de camino en el taxi me llega un mensaje de Emirates al móvil diciendo que nuestro vuelo se retrasa desde la 1:50… hasta las 14:30. Más de doce horas de retraso. Qué hace uno en estos casos? Pues aguantarse y dar las gracias por haber reservado habitación para la noche, ya que íbamos a aprovecharla entera. Una vez en la pagoda nos hicieron entrar por la puerta de turistas, donde hay que dejar el calzado, pagar 8.000 kyats cada uno, y por primera vez en todo el viaje, reconvenirme por llevar pantalones cortos. Me dijeron que me los bajara un poco, para que me taparan las rodillas, así que me aflojé un poco el cinto y ya. Cuando estuve dentro ya me los volví a subir, que no me gusta ir con los gayumbos al aire como hacen los modernos, y nadie me volvió a decir nada.
En todo este recorrido de unos tres kilómetros que me llevó tres cuartos de hora no me encontré con ningún otro occidental. Continué callejeando hasta llegar de nuevo a la pagoda Sule, junto a la cual comí en un restaurante de comida rápida de tipo japonés. Ya desde aquí me fui al hotel, a echar una pequeña siesta, hacer las maletas y prepararme para el plato fuerte del día. Efectivamente, como me gusta hacer, habíamos dejado lo mejor para el final. Todavía nos faltaba la visita a la gran pagoda de Shwedagon, la cual quería hacer con la puesta de sol. El hotel nos pidió un taxi, y a pesar de que salimos con tiempo, de nuevo el caos circulatorio de Yangon hizo que llegásemos bastante justos. Mientras estábamos de camino en el taxi me llega un mensaje de Emirates al móvil diciendo que nuestro vuelo se retrasa desde la 1:50… hasta las 14:30. Más de doce horas de retraso. Qué hace uno en estos casos? Pues aguantarse y dar las gracias por haber reservado habitación para la noche, ya que íbamos a aprovecharla entera. Una vez en la pagoda nos hicieron entrar por la puerta de turistas, donde hay que dejar el calzado, pagar 8.000 kyats cada uno, y por primera vez en todo el viaje, reconvenirme por llevar pantalones cortos. Me dijeron que me los bajara un poco, para que me taparan las rodillas, así que me aflojé un poco el cinto y ya. Cuando estuve dentro ya me los volví a subir, que no me gusta ir con los gayumbos al aire como hacen los modernos, y nadie me volvió a decir nada.
Quizás
exagere un poco si digo que la visita a la pagoda de Shwedagon, por si sola, ya
justifica la visita a Myanmar. Pero solo exagero un poco. Y mucho mejor si la
visita se hace de noche. Ya digo que pillamos la puesta de sol por los pelos,
por lo que no nos pudimos hacer una idea completa de cómo tiene que ser de día,
y que a estas alturas del viaje teníamos que estar hasta el moño de tanta
pagoda. Pues aún así, para mí, junto con Kakku y Bagan, lo mejor del viaje.
Disfrutamos
a placer, tanto que Adela se emocionó. Como no teníamos ninguna prisa estuvimos
lo que quisimos.
Allí
mismo, tras regatear un poco, cogimos un taxi de vuelta al hotel, con quien
quedamos para que al día siguiente nos acercara al aeropuerto, con tiempo
suficiente.
El
sábado nos levantamos pronto y nos acercamos a un mercado que había cerca del
hotel para gastar las últimas perras. A las diez salíamos del hotel camino al
aeropuerto, donde llegamos tras la tradicional hora de rigor. El aeropuerto es
nuevo nuevo, con bastantes zonas en obras y sin abrir, sin tiendas de souvenirs
donde gastar el dinero. En facturación nos dieron los billetes para Dubai, y
luego para Madrid, pero el vuelo para Madrid nos lo dieron en el segundo del
día. Intenté cambiarlo sin éxito al primero, ya que con ese segundo vuelo no
tenía manera de llegar a casa para trabajar al día siguiente. Me dijo el
supervisor que ellos no lo podían cambiar, pero que lo intentara en Dubai,
donde nos tocaba hacer otra noche no prevista. También nos dieron un vale para
una comida en el aeropuerto de Dubai. Les pregunté por el hotel y me dijeron
que también en Dubai lo tendrían preparado.
Al
final gastamos el dinero en un restaurante de comida japonesa, pidiendo dos
ramen que nos supieron a gloria. Porque además nuestro vuelo llevaba una nueva
hora de retraso. Mientras estábamos esperando el embarque nos llamaron por los
altavoces, y nos dieron la agradable sorpresa de que nos cambiaban a business.
No nos pudo pillar en mejor momento, ya que Adela seguía bastante fastidiada y
de esta manera pudo viajar totalmente tumbada en este vuelo. Lo malo es que no
nos dieron prácticamente nada de comer, ya que como era un vuelo que debería
haber salido a la 1:50, de cattering solamente tenía previsto un desayuno
ligero.
A la
llegada a Dubai, en conexiones tenían ya preparado el bono de nuestro hotel. La
chica que nos tocó fue muy amable y también consiguió cambiarnos al primer
vuelo de la mañana, a las 7:30. Una vez conocida la hora de llegada y gracias a
la aplicación de Renfe pude reservar tren para volver a casa. El personal del
hotel no pudo ser más desagradable. Como si yo estuviera allí por mi voluntad.
A la fuerza me tenían que poner el despertador a la hora que ellos dijeran. Era
como hablar con una pared. Al final le dije, vale, tú haz lo que quieras que ya
haré yo lo que me dé la gana. En cuanto llegué a la habitación desenchufé el
teléfono y se acabó despertador.
Aproveché
para tomar una cerveza con Alfonso, mientras Adela descansaba en la habitación.
A la mañana siguiente, con tiempo más que de sobra gastamos en el aeropuerto el
bono de comidas que nos habían dado en Yangon, ya que el restaurante del hotel
no abría tan pronto. Y sin más llegamos a casa, 24 horas más tarde de lo
previsto, en un caos de desorganización aérea que espero no se repita, pero que
no consiguió estropearnos el viaje.