Dos
días antes nos habían avisado de que nos cambiaban la hora del vuelo, nos lo
habían adelantado veinte minutos, a las 10:05, así que a las ocho salíamos, en
un taxi proporcionado por el hotel, hacia el aeropuerto. Allí las cosas están
muy bien organizadas. Incluso tenemos la sorpresa de que nos devuelven 2.000
kyats a cada uno, no entiendo muy bien por qué. El vuelo se desarrolla sin
incidentes y a la llegada a Yangon se produce el consiguiente jaleo a la hora
de recoger las maletas, ya que las dejan simplemente en la puerta de la
terminal y se agolpa todo el mundo como posesos. Además, si coincide la llegada
de varios vuelos, se monta una buena. Nosotros tuvimos que quedarnos hasta el
final del todo, ya que nos volvieron a obligar a facturar el paraguas.
A la
salida de la terminal ya nos esperaban los taxis perfectamente organizados. Nos
cobraron la tarifa estándar de 10.000. Según nos acercábamos al centro pudimos
comprobar el caos circulatorio que reina en Yangon. Una hora tardamos en llegar
al hotel, el Grand United Chinatown, situado, como su propio nombre indica, en
pleno barrio chino. Tras tomar posesión de la habitación y preguntar en
recepción a qué hora cerraban el mercado nos lanzamos a las calles.
Yangon
es una saturación constante para los sentidos. Habíamos estado tan tranquilos
en Bagan, en el lago Inle, incluso en Mandalay. Pero al llegar a Yangon es como
si te dieran una bofetada. Por un lado el calor y la humedad, mayor que en
otros sitios, por otro lado el tráfico intenso que te hacía estar constantemente
en alerta. También la aglomeración de gente, las aceras llenas, sin apenas
sitio para pasear, que nos hacía salir a la calzada la mayor parte del tiempo.
Y por último, los olores, no desagradables (la mayor parte de las veces), pero
sí muy intensos. Las calles son un gran mercadillo, en la zona donde estábamos
nosotros sobre todo de fruta. Me llamó la atención el gran número de puestos de
durián, esa fruta que está prohibida llevar en el metro en Singapur por su
fuerte olor (a mí me huele a mierda, pero Adela, tan sensible a los olores, no
lo encontró especialmente desagradable).
En
primer lugar, tras observar desde el exterior la pagoda Sule, a diez minutos
andando del hotel, nos acercamos a comer al Gekko, un restaurante de comida
japonesa que tenía buenas críticas en TripAdvisor. Nos resultó bastante caro
para lo que es el país, pero la cerveza, bien fría, nos supo a gloria con el
bochorno que estaba cayendo.
Desde
aquí nos acercamos andando a la estación de trenes, a preparar la excursión del
día siguiente a Bago. Nos tocó dar toda la vuelta a la manzana porque no
encontrábamos la entrada. Después de pasarnos de ventanilla en ventanilla tres
veces, nos dijeron que no hacía falta comprar los billetes con antelación, que
el mismo día valía. Había horarios a las seis, a las siete y a las ocho de la
mañana. Para el de las ocho, con estar a las siete y media a comprar las
entradas, nos dijo que valía. Con este trámite hecho y con tiempo suficiente ya
fuimos a la visita grande de la tarde: el mercado de Bogyoke, relativamente
cerca de la estación. Bueno, lo de con tiempo suficiente fue lo que nos
imaginábamos nosotros. La chica de la recepción nos había dicho mal los
horarios y a las cuatro y media muchas tiendas ya estaban cerrando, así que
dimos una vuelta rápida para hacernos una idea de las cosas que había, con la
intención de volver otro día con más calma. A las cinco estaba todo cerrado.
Casi lo único que pudimos comprar fueron unos imanes.
Ahora
ya sí que pasamos por la pagoda Sule, donde nos cobraron entrada. Nos gustó
bastante a pesar del barullo que había por el tráfico.
Desde
aquí nos retiramos a nuestros aposentos. El calor y el bochorno nos habían
dejado bastante cansados y necesitábamos recuperar fuerzas. Además ya era casi
de noche. Tras un rato de reposo en el hotel solo nos quedaba cenar, lo que
hicimos en un restaurante cercano el B2O Café, pegado al templo chino. Bastante
bien. Y lo que más nos llamó la atención: todo el caos del día, tanto de
tráfico como de personas y puestos en la calle se había transformado en una
ciudad casi desierta. Nos recogimos pronto que al día siguiente tocaba
madrugar.
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