Fieles a nuestra hora, un día más, a las nueve
estamos en marcha. Hemos pesado las maletas en una báscula que tiene el hotel y
nos hemos quedado más tranquilos. Todavía no llegamos al peso máximo y podemos
comprar muchas cosas más.
Como a las dos horas de camino hemos llegado al
pueblo de Abyanet, un pueblo de casas rojas, por el color de la tierra, que
aunque no está mal, no tiene nada reseñable. Las mujeres tienen vistosos
pañuelos de colores y los hombres pantalones anchos. Hablamos con la gente,
simpática como siempre, incluso un chico me quiere invitar a su casa a tomar el
té, pero tengo que declinar la invitación. Como detalle gracioso, al salir de
pueblo, hago una foto al conductor y al coche, que nos está esperando. La
señora que está al lado, pensando que le hago la foto a ella, empieza a decir
de todo. Luego Azi nos traduce que para qué le hago la foto, para enseñársela a
los hombres, y que luego la van a venir y van a querer casarse con ella… Bueno,
la señora esta, los setenta ya no los cumplía…
Luego seguimos hasta nuestro destino, Kashan. En las afueras de la ciudad paramos a ver un jardín, el jardín Fin (entrada 150.000). Es uno de los nueve jardines persas declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Se está muy agradable, y está muy bien adornado con flores. Fue edificado por los safávidas, en una zona montañosa por un lado, pero desértica por otro. Hay cipreses de más de quinientos años. Volvemos a entablar conversación con los lugareños. Esta vez una niña, que no era de las más listas. Le pregunta a mi madre que si es una turista… (¿?) Luego le pregunta que si ha llegado en avión… y para rematar le pregunta que si soy su marido… En fin.
Salimos del jardín a la una y media, y ya se nos ha hecho la hora de comer. Azi nos lleva a un sitio del que no sabemos nombre ni dirección, con una pinta un poco cutre (ya nos había avisado) pero donde comemos la que posiblemente haya sido la comida más rica y completa de todo el viaje, y nada cara.
Luego seguimos hasta nuestro destino, Kashan. En las afueras de la ciudad paramos a ver un jardín, el jardín Fin (entrada 150.000). Es uno de los nueve jardines persas declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Se está muy agradable, y está muy bien adornado con flores. Fue edificado por los safávidas, en una zona montañosa por un lado, pero desértica por otro. Hay cipreses de más de quinientos años. Volvemos a entablar conversación con los lugareños. Esta vez una niña, que no era de las más listas. Le pregunta a mi madre que si es una turista… (¿?) Luego le pregunta que si ha llegado en avión… y para rematar le pregunta que si soy su marido… En fin.
Salimos del jardín a la una y media, y ya se nos ha hecho la hora de comer. Azi nos lleva a un sitio del que no sabemos nombre ni dirección, con una pinta un poco cutre (ya nos había avisado) pero donde comemos la que posiblemente haya sido la comida más rica y completa de todo el viaje, y nada cara.
Luego ya enfilamos hacia el hotel, a tomar posesión
y dejar las maletas. Una vez hecho este trámite nos vamos hacia una casa
típica, la mansión Tabatabaian (o algo así)(entrada 75.000). Está decorada muy
bonita, con espejos y estucos, y es de época kayar (s.XVIII). Lo que más me
llama la atención de la casa es lo profundo que se cava para huir del calor en
verano y del frío en invierno.
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