El día de hoy ha venido cargadito. Hemos visto
bastantes cosas y hemos aprovechado bien el tiempo. Saliendo a las nueve, como
todos los días, nuestra primera parada han sido unos baños tradicionales,
reconvertidos ahora en museo (entrada 50.000). Están en el barrio antiguo, y ya
que no pudimos ver los de Kerman, estos nos valen. Están bastante bien
conservados, y Azi nos cuenta que se han usado hasta hace 35 años. Son de época
safávida, esto es, s. XVII, así que tienen cera de 300 años de antigüedad.
El siguiente punto de interés es un minarete del s. XIII. Se puede ver la escasa decoración de azulejo que tiene. Estos minaretes se usaban en época preislámica para guardar el fuego sagrado de los zoroastrianos, y a la vez servían de guía para las caravanas en el desierto, actuando de faros. Los musulmanes se apoderaron de estos lugares religiosos y los convirtieron en minaretes, usándolos para su nueva religión (como ha pasado siempre).
Este minarete está en el barrio más antiguo de Isfahan, y desde allí hemos seguido andando por el barrio antiguo, viendo sinagogas, y la gente del lugar cómo mira a los extraños, extrañados. Nos ha gustado mucho ver el trasiego diario de esta gran ciudad, que sin embargo en algunos aspectos es como un pueblo. Y desde allí ya hemos llegado andando a la mezquita Jamé (entrada 100.000). Bueno, a la primera, porque en la plaza del Imán hay otra. De esta mezquita dicen que es una auténtica enciclopedia de arquitectura, ya que sobrepuestas hay partes de los siglos IX, XIII, XV y XVII. Tiene once puertas, mirando hacia los distintos barrios, para que todo el mundo pudiera entrar. Ha sido restaurada, ya que parte se destruyó por los bombardeos de la guerra Irán-Irak. Es muy curioso ver la evolución. Las partes del s. IX están hechas únicamente de ladrillos cocidos, sin color. Aún así tienen mucha decoración, en las cúpulas, siendo todas distintas, y hay hasta 160 modelos decorativos distintos. Ya en el s. XIII, en época seliúcida, se introducen los primeros decorados en color azul turquesa. Y luego la profusión de colores que se ve, de época safávida, del s. XVII, los verdaderos arquitectos del Isfahan actual, los que edificaron la plaza del Imán, cuando la nombraron su capital. Esta dinastía se preocupó de conservar los elementos antiguos, edificando sus propias construcciones en otro sitio, sin derruir lo ya hecho. Muy interesante también es un mihrab del s. XIV, de época de la invasión mongola, que está hecho en yeso y se conserva perfectamente. Nos ha gustado mucho mucho, con sus cúpulas de ladrillo, sus exteriores decorados…
Aquí nos ha recogido nuestro conductor para llevarnos a ver un par de cosas en las afueras. La primera, un mausoleo de un santo del s. XIV, un místico, al que le llaman los minaretes basculantes. Estos minaretes se añadieron en época safávida, y resulta que cuando se mueve uno, el otro también lo hace. Los estudiosos han tratado de encontrar una explicación a este fenómeno, sin éxito hasta el momento. Lo hemos visto desde fuera ya que nos ha dicho que no merecía la pena entrar para ver exactamente lo mismo.
Y un poco más adelante, los restos, en lo alto de
una colina, de un templo del zoroastrismo, con su edificio circular para
mantener el fuego sagrado. Ha sido bajar del coche, hacer la foto, y volver a
montar. Esto está en las afueras, y la vuelta, en lugar de hacerla por el mismo
camino, nos hemos acercado a la zona del río, para ver las huertas, donde la
gente estaba arando, recolectando, comiendo… ya digo que me recordaba a un
pueblo, a pesar de sus más de dos millones de habitantes.
Como ya se había hecho la hora de comer, nos hemos
acercado al barrio armenio, para quedarnos cerca de las visitas de la tarde.
Hemos comido en un restaurante italiano muy bueno y después, a ver la catedral
armenia (entrada 150.000). Los armenios fueron invitados a venir por el Shah
Abbas en 1605, para que huyeran de la persecución de los otomanos. Aquí se
quedaron unos 80.000, aunque actualmente en el país quedan solo 90.000. La
catedral llama la atención por sus pinturas, acostumbrados a decoración
geométrica, están representadas las escenas del evangelio. Se construyó entre
1606 y 1685. Al lado de la catedral hay un museo armenio, donde narran parte
del genocidio por parte de los turcos en 1915… Hay que ver, la historia de la
“humanidad”… También hay manuscritos antiguos, miniaturas. No es especialmente
llamativo, pero ya que estás allí, pues entrar no cuesta nada. Justo enfrente
de la entrada a la catedral hay una plaza que es lugar de reunión de los
jóvenes del lugar. Resulta que el barrio armenio también es famoso por la
cantidad de cafés que tiene.
Desde aquí hemos vuelto a coger el coche, que nos ha llevado de nuevo a la plaza del Imán. Allí hemos estado tomando un té tranquilamente en una cafetería, en las galerías del interior, bajando la comida. Y luego, a mercar tranquilamente, y a ver trabajo de los artesanos. Primero hemos visto trabajar a un miniaturista, y luego a los que trabajan el cobre pintado. Ha sido bastante interesante, pero de momento no hemos comprado nada. Como ya estábamos bastante cansados de no parar en todo el día, nos hemos acercado andando hasta el hotel, donde hemos llegado a las seis de la tarde, para descansar un rato y conectar con la familia. No sé si lo he dicho, pero el hotel es cojonudísimo. Hemos estado hasta las siete y media, que ya nos hemos puesto en marcha para dar un vuelta hasta el río, esta vez acompañado de mi madre, que ayer se lo perdió. La gente nos para para preguntarnos que de donde somos, que por qué hemos venido, que qué nos parece el país, que qué es lo que más nos gusta… sigo diciendo que es lo mejor del país, sus gentes. Y mira que ya veníamos avisados…
Para rematar el día hemos vuelto a cenar al hotel,
pero no al restaurante, sino al tea room, en el jardín, donde hemos tomado un
guiso típico llamado ash, y que tiene, entre otras cosas, verduras (desconocidas),
cebolla, espinacas, alubias, garbanzos, lentejas, fideos… vamos, un buen
reconstituyente para recuperar las fuerzas.
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