Nos levantamos sin mucha prisa, y mientras desayunábamos aprovechamos para ponernos al día de las noticias de los juegos olímpicos, que habíamos estado desconectados. Tras desayunar nos adentramos a
recorrer las calles de Stone Town. La primera parada la hicimos en la oficina
de turismo, que está en el antiguo fuerte. Aquí también hay un museo, pero
nosotros prescindimos de entrar. Y también hay un restaurante para comer, pero
como era ramadán, estaba cerrado. El chico de atención era muy simpático, y le
estuvimos preguntando por música tradicional. Al final nos escribió el nombre
de una artista muy nombrada por aquellos lares, y nos dio las indicaciones de
donde podíamos encontrar una tienda de música. También nos vendió un cd con
música de allí. Un cd completamente infumable, por cierto.
A continuación, para evitar
problemas de última hora, nos dirigimos al puerto, a la terminal de ferrys para
comprar los billetes que íbamos a necesitar al día siguiente. Mientras Adela se
quedaba mirando ropa muy chula en una tienda cerca del puerto, yo me acerqué
hasta las taquillas, con el típico pesado dándome la paliza todo el rato. La
diferencia de precios para residentes y no residentes es notable, teniendo que
pagar los billetes en dólares. Al final, 40$ cada uno, por 5$ más viajábamos en
primera clase.
Después pasé a buscar a Adela,
que seguía entusiasmada en la tienda y con ganas de llevarse un montón de
cosas. La zona del puerto, sin ser tan chunga como la que suele haber en las
estaciones de autobuses, sí que denotaba más suciedad que el resto de la
ciudad. Luego, nos marchamos al mercado local, que está bastante cerca. Dicho
mercado era una mezcla de colores, olores, y supongo que sabores, pues no
llegamos a probar nada, con un montón de animación. Está bien organizado, cada
zona vende sus cosas concretas: los plátanos, las carnes, los pescados (olía a
rayos), las cosas de segunda mano puestas en manteles sobre el suelo…
Muchísima gente. Y aunque aquí en Zanzíbar hay un 95% de musulmanes, el
colorido de los vestidos es total. Sí, llevan pañuelo en la cabeza, pero no son
los colores apagados o negros de los países árabes.
Como lo bonito de estas ciudades
es callejear y perderse, para adentro que nos fuimos. Y sin casi quererlo
encontramos una de las tiendas de música que nos habían mencionado en turismo.
Una tienda de música toda pirata, con cds grabados y carátulas de impresora
mala… Les enseñamos el nombre del artista y allí que nos sentaron en un
banco de madera mientras nos iban poniendo disco tras disco, de manera que lo
pudiéramos escuchar para ver si nos gustaba… Así tendría que ser siempre,
hombre! Le pedíamos que pasara a otra canción y Adela me iba narrando los
distintos ritmos: este es similar al nosequé, este otro al nosecual… Al
final compramos un par muy baratos.
Seguimos callejeando, pero Stone
Town no es una ciudad tan grande (por lo menos la parte antigua) y entre
tiendas de souvenirs acabamos llegando a la catedral, que estaba justo al lado
del hotel.
No nos quedó más remedio que ir
al hotel a comer, ya que como era ramadán, sólo estaban abiertos los
restaurantes de los hoteles… Aquí pude disfrutar de un plato indio como
es el tandoori…” Not very spicy “, me dijeron… Pues
anda, que si llega a ser very spicy….
Mientras yo disfrutaba de una
siesta reparadora, que el estómago me pedía, Adela se fue a mirar tienditas muy
chulas, ella encantada de la vida. En todos los sitios son muy amables y
atienden muy bien. Y claro, así no te queda más remedio que corresponderles y
comprar y comprar… Hasta nos acompañaron a una joyería especializada en
tanzanite, la piedra típica de allí. Qué pena que mi pobre madre se quedó sin
sortija al no haberme pedido que le llevara más que arena…
Después del mercadeo seguimos con
el callejeo. El problema es que aquí anochece bastante pronto, y aunque Stone
Town es una ciudad muy tranquila, daba cosa adentrarse en callejones oscuros,
con escasa (por decir algo) iluminación. Pero nos sirvió muy bien para conocer
otras zonas que por la mañana se habían escapado. Y además encontramos a un
tipo que vendía zumo de caña de azúcar, una de las cosas que más me
gustan… Tenía un tablero con los vasos de cristal, de los que bebía todo
el mundo, y un balde de agua infame, en la que enjuagaba los vasos de los que bebía
todo el mundo… Pero a mí me parecía el mejor elixir, refrescante, con un
poquito de limón, que a punto estuve de pedirme otro…
Entre tanto deambular se nos hizo
la hora de cenar. Nos acercamos a los jardines de Forodhani, que estaban llenos
de puestos con distinta comida. Salvando las distancias me recordó a la plaza
Jena el Fna de Marrakech. Salvo que aquí no hay mesas en los puestos, sino
bancos a lo largo del parque, y cada uno se sienta donde quiere. Hay un montón
de variedad, distintos tipos de brochetas, de carne, distintos pescados,
patatas, huevos cocidos. Bueno, en la foto se ve mejor.
Nos decidimos a pedir algo de
comida local que todavía no habíamos probado, samosa, y estaba francamente
buena. Era como una empanadilla rellena de verduras. Entre los puestos de
comida también había uno de bebida. ¿Qué bebida? Zumo de caña de azúcar, así
que no tuve otro remedio que meterme otro campano de tan delicioso elixir.
Y tras un breve paseo para bajar
la cena (ya se sabe que la comida reposada y la cena paseada) nos dirigimos al
hotel para terminar de hacer la maleta, que al día siguiente nos poníamos en
marcha otra vez.
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