Este fue un día raro, de transición. Por un lado estábamos tristes,
nos íbamos del Serengeti. Pero por otro lado estábamos contentos por los buenos
momentos que habíamos disfrutado.
Tras una breve pausa de despedida a la hipo pool, nos pusimos en
camino hacia una zona del parque que hasta este momento no habíamos visitado,
los kopjes, formaciones rocosas aisladas. Por el camino pudimos ver animales
nuevos, como algún serval, un secretario y distintas aves.
Un poquito más adelante nos encontramos con una familia de babuinos,
el animal favorito de nuestro guía. El primer día cuando nos lo dijo no lo
entendimos, y es que según él, es el animal que siempre está haciendo algo.
Mientras los leones, leopardos o guepardos no hacen nada la mayor parte del
tiempo, sestean ala sombra, los babuinos juegan, saltan, pelean, corren,
trepan, se despiojan… Las crías incluso parecen niños pequeños. Así que
estuvimos un rato viendo los juegos de los babuinos. Se metían hasta por
entre las ruedas del coche… Y los padres, para castigarles, les tiraban de las
orejas…
A continuación, en el vadeo de un riachuelo, tuvimos la suerte de
coincidir con una leona y sus dos crías, no tan pequeños, que intentaban
cruzarlo de un salto… Está visto que a los felinos no les gusta nada el agua.
Leones cruzando riachuelo
Más adelante vimos un buen grupo de cachorros, estaban solos y
parecían un poco asustados por todo el jaleo que tenían alrededor, así que
tampoco nos acercamos mucho.
Tras visitar los kopjes y sus chulos paisajes nos encontramos de nuevo
con una aglomeración de coches. En esta ocasión era una manada de seis leonas.
Una de ellas intentó cazar una gacela, pero no tuvo éxito y la gacela salió
corriendo ilesa.
Así fue nuestra despedida del Serengeti, una bonita manera de
terminar. Ahora quedaba lo peor: el “masaje masai” de vuelta. Nosecuantas horas
de traqueteo infernal e interminable, otra vez a llenar de polvo el vehículo…
En esta ocasión no lo hicimos del tirón, paramos a medio camino a visitar la
garganta de Oldupai (mal llamada de Olduvai), la cuna de la humanidad, donde
aprovechamos para comer, y escuchamos una charla bastante interesante sobre los
distintos estratos geológicos y los distintos restos de homínidos que se han
hallado allí. Hasta cinco distintos, los que aprendíamos en el colegio:
australopitecus, pitecántropus… En un pequeño museo había varios restos óseos,
y una bonita explicación de las huellas de Laetoli, donde se muestra por
primera vez la bipedestación erguida, característica del homo actual. También
había una pequeña tienda donde compré mi pulsera de pelo de elefante.
Retomamos el camino donde lo habíamos dejado: botes insufribles,
saltos y descoyunte generalizado, hasta que tras atravesar de nuevo la Naabi
Gate, y continuando, la parte del Ngorongoro, hallamos por fin terreno
asfaltado, una delicia para nuestro cuerpo. Enseguida llegamos a Karatu, donde
se ubicaba nuestro hotel, o nuestro pretendido hotel, porque tras llegar por lo
visto había algún problema, así que nos tuvimos que ir al hotel de al lado,
donde llegamos atravesando un huerto. Eran del mismo dueño y aparentemente
iguales. La verdad es que en el hotel nuevo, llamado Bougainville, se estaba de
mimo: una habitación enorme, un buen jardín, y un buen servicio de comedor.
Tras tomar posesión de la habitación salimos a dar un paseo por la
carretera, a una tienda que yo había visto según llegábamos, a unos 200 metros.
Fue salir del hotel y, oye, todo un séquito de chavales el que se formó a
nuestro alrededor, a intentar vendernos pulseras, colgantes, pendientes, lo que
fuese. Para la escuela, decían… Les dijimos que a la vuelta de la tienda les
haríamos caso, y en ese momento dejaron de ser pesados y esperaron
pacientemente. La tienda no estuvo mal pero no compramos nada, y a la vuelta,
allí estaban los críos esperando. Tendrían unos once años, y pasamos un buen
rato regateando con ellos, haciendo unas risas. Adela les dio unos caramelos y
en ese momento salieron niños hasta de debajo de las piedras. A dos más valientes
que nos acompañaron a la puerta del hotel (se veía que tenían miedo del guarda)
Adela les regaló unas libretas y bolígrafos, y los niños se fueron más
contentos que ni sé, con una sonrisa de oreja a oreja, y le dieron un abrazo
espontáneo a Adela, que estaba más ancha que ellos… Qué fácil es a veces hacer
feliz a alguien, o qué poco valoramos nosotros las cosas que tenemos…
Ya solo nos quedaba cenar, que como digo estuvo estupenda, y a dormir,
que al día siguiente nos esperaba el Ngorongoro…
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