El safari había concluido con todas las expectativas superadas con
creces por nuestra parte. Así que tras un buen desayuno nos pusimos de nuevo en
marcha camino de Arusha. Habíamos comentado a Abel que queríamos parar en una
tienda de camisetas de la cual yo había leído en el foro, y al poco rato de salir de
Karatu paramos. Estuvimos cerca de una hora porque no podíamos decidir cuales escoger de todas las que
tenían, y de lo chulas que eran.
La
siguiente parada, sintiéndolo mucho, ya fue en Arusha. Abel nos
llevó a un mercado de artesanías que queríamos ver. No nos sobraba mucho
el
tiempo, así que nos dejó tres cuartos de hora mientras él iba a arreglar
unos
asuntos, y no pasamos ni de la primera tienda pues allí nos dedicamos a
comprar regalos muy bonitos y a muy buen precio después del obligatorio
regateo. Puntual como siempre durante el
viaje, a la hora quedada se presentó para llevarnos a comer al mejor
hotel de
Arusha, el Monte Meru, impresionante hotel de cinco estrellas. Era la
despedida que nos iba a brindar Elisante. Él finalmente, no pudo
acudir, ya que se tuvo que ir a recoger a otros
turistas a Dar, así que la comida de despedida la hicimos con Abel, cosa
que
casi agradecimos, puesto que fue con él con quien habíamos pasado todo
el rato y lo pasábamos muy bien en su compañía.
Después de la comida, Abel nos llevó a tomar el vuelo para Zanzíbar. Nuestro
avión salía del aeropuerto de Arusha, no desde el de Kilimanjaro. Los horarios
nos venían mucho mejor y además pillaba más cerca.
El aeropuerto era ya otro mundo. Al facturar las maletas nos dieron el
resguardo en un papel con un lápiz, nos sellaron el billete y aquí ya nos despedimos
finalmente de Abel. El embarque en el avión fue cuando menos curioso. Era un
avión de hélices, no de turbinas, y como era pequeño primero montaban unos
pasajeros delante, con lo cual el avión se desequilibraba para adelante. Luego
cargaban equipaje, hasta que equilibraban el avión. A continuación más
pasajeros, que volvían a desequilibrarlo, más equipaje, más viajeros… Hasta que
se completó el proceso.
El comienzo del vuelo no fue muy allá. El avión se movía demasiado,
pero pronto se estabilizó. Tampoco es que fuera un vuelo muy largo, alrededor
de una hora…
Al llegar a Zanzíbar y recoger las maletas, el siguiente paso era
pillar un taxi que nos llevara a Nungwi. Cuando salimos a la parada de taxis
nos encontramos con la misma historia que en el aeropuerto de Dar, que los
precios estaban marcados en una tabla, que eran fijos y que no se podía
regatear. Nos pedían 60$ por llevarnos. Como empecé a quejarme y a decir que si
era muy caro (lo que viene a ser un poco de paripé) al final nos llevaron por
50$. Como vimos a la vuelta siguió siendo caro, pero no tanto…
Durante
el viaje en taxi pudimos disfrutar del paisaje y de lo bien que olía. A
Zanzibar la llaman "La isla de las especias" porque allí se cultivan
en grandes cantidades y esto es lo que le proporciona esa exhuberante
vegetación y ese olor sin igual. Tras atravesar la isla, al cabo de una
hora, llegamos a nuestro
destino, el hotel Ora Resort My Blue. Era un complejo turístico
italiano, para
mí puro diseño con aspectos no tan funcionales. En la bienvenida nos
ofrecieron
un zumo refrescante y por supuesto natural, pero yo iba todo acelerado
ya que había quedado en ir a
hablar con los chicos del centro de buceo antes de las seis, y quedaban
cinco
minutos, así que le dijimos a las chica de recepción que más tarde nos
registraríamos, se quedó allí Adela con las maletas y salí a la
carrera hasta encontrar el centro en la playa y quedar
para las inmersiones del día siguiente. A la vuelta, me di cuenta de que
el sol
se estaba poniendo, una puesta espectacular, así que corriendo otra vez a
por
la cámara. Cuando llegué a la recepción, la chica seguía esperando con
el zumo, y yo
volví a decirle que no, que me volvía a ir, y otra vez carrera para
abajo. Llegué justo a tiempo y puedo
decir que mereció la pena.
Una
vez hechas estas tareas por fin pude disfrutar del zumo, pues tenía
ya a la pobre chica aburrida. Nosotros teníamos solamente el desayuno
contratado, ya que es un complejo de esos de pulseritas de colores donde
puedes
tener todo incluido, y donde vienen italianos directamente a disfrutar
de
vacaciones de sol y playa sin querer saber nada más. Nos dijeron que la
comida
eran 20€, y la cena 25€, el único sitio donde nos cobraron en euros.
Bueno, más
bien donde nos quisieron cobrar, porque visto el sablazo y su actitud no
gastamos nada de
nada. Preferimos gastarnos el doble comprando artesanías en los puestos
de la gente propia del pueblo (bueno más bien lo prefirió Adela ).
Una vez asentado en la habitación intentamos llegar al pueblo para buscar algún sitio donde cenar, pero
aquello estaba todo oscuro, sin farolas, desconocido, sin caminos… Así
que tras
un par de intentos y varios sustos (es que a los negros por la noche
cuesta
verlos) nos volvimos al hotel a disfrutar de restos de barritas
energéticas y
sobras varias…
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